No pocas veces nos sentimos molestos - tal vez hondamente decepcionados en alguna ocasión - cuando nos damos cuenta que no supimos estar a la altura adecuada en un momento determinado. Pudo ser la ayuda que alguien nos pedía, en medio de la calle, para poder comprar un bocadillo porque no había comido ese día y no le hicimos caso, o sólo le dimos alguna moneda de pequeño valor que no permitía la compra anunciada; ¿por qué no le dimos lo que necesitaba, si podíamos haberlo hecho?
Tal vez no creímos lo que nos decía aquella persona y seguimos caminando pensando en nuestras cosas, en lo que nos importaba. Ahora, pasado algún tiempo, esa escena la recordamos y nos llena de vergüenza; una persona tenía hambre y no la atendimos debidamente. ¿Es así como debemos seguir tratando a la gente cuando nos muestran alguna necesidad?
Necesidades de muy variado tipo las hay en nuestra sociedad, en la más pequeña que queramos considerar y en cualquiera otra - hasta en la globalizada - que se nos presentan pidiendo ayuda para poder solucionarlas y tal vez no las tomamos en consideración, las dejamos que vayan rodando y queriendo olvidarnos de ellas.
Pero llegará un momento en el que se nos presentarán, con toda su crudeza, ante nuestra mente diciéndonos que pudimos hacer algo mejor de lo que hicimos y que somos responsables, personalmente, de tal o cual dejadez o, peor quizás, de nuestra negación.
Se viene argumentando sobre la necesidad de tomar medidas contra la crisis moral que estamos viviendo.
En las mismas calles en las que se pide ayuda para saciar el hambre física se muestra, también, la degradación moral que sufre la sociedad; como lo es ese salvaje atentado - a base de patadas y puñetazos - de un joven a otro en un vagón del Metro de una ciudad española, sin mediar palabra alguna.
Una diferencia política parece ser que ha sido la causa que ha motivado tal degradación; igual que la que originó- hace tan sólo unos días - una batalla a puñetazos, patadas y revolcones, entre parlamentarios ucranianos. A ese extremo ha llegado la forma de entender la política por personas integrantes de la sociedad.
¿No creen que hay que combatir esa degradación moral, esa forma de comportarse en la sociedad? Se vive en la intransigencia, basada en la fuerza física unas veces, y en la fuerza que proporciona el ejercicio del poder para -a veces - legislar a capricho, a conveniencia propia o implantando leyes que son contrarias al derecho fundamental de la vida.
El ser humano debe recibir educación adecuada para prestar a la sociedad, con su comportamiento en todo momento y lugar, el mejor servicio en todos los aspectos; desde lograr que nadie pase hambre y no sea violento en ningún caso, hasta que no se rebele y llegue a convertirse en azote de lo más delicado del sentir humano, el desprecio a la vida de los demás y el frivolizar cruelmente sobre el derecho a nacer.
Piense toda persona, como acto sincero de humildad, en aquello que se pudo hacer algo mejor, en aquello que no satisfizo el hambre del necesitado, en aquello que no aquietó los ánimos, en aquello que convirtió la educación de los jóvenes en animación a la sexualidad desordenada y a la práctica de la negación a la vida. Pensemos en todo ello y hagamos las cosas como Dios manda.