Las formas deben guardarse. Mucho más en política. Algo que no habría que recordar a la hilera de concejales que, se supone, acuden a los plenos para, cuando menos, demostrar su implicación con algo tan básico y elemental como prestar atención a los temas que se están tratando. Pero ni esas.
El ejemplo con el que algunos nos abofetean una vez al mes no es otro que el de crío adolescente enfrascado en sus mensajes de WhatsApp o en la locura de juegos recién descargados en sus móviles de última generación. Es indecente que mientras se está debatiendo asuntos como la búsqueda de salidas al paro o la distribución de fondos para luchar contra la pobreza infantil, haya señoras y señores concejales tanto de Gobierno como de oposición cuya única labor sea la de juguetear con su móvil. No tienen pudor alguno en hacerlo mientras las cámaras de televisión graban sus posturas inamovibles salvo por el ir y venir de los dedos sobre la pantalla táctil.
No es el ejemplo, resulta bochornoso que en el foro en donde se supone se van a abordar las asuntos de peso para el devenir político de la ciudad, haya quienes encarnen, con sus posturas, el mejor ejemplo de la confusión al creerse que están en la plaza mandando mensajes de quinceañeros.
Hace bien poco hablábamos de la conectividad, de la pérdida de confianza que tiene el ciudadano respecto de la clase política e incluso escuchábamos cómo quienes tienen responsabilidad en el Gobierno o gestión fiscalizadora en la oposición proponían medidas de cambio para evitar ese desapego. ¿Cómo pueden dar ejemplo quienes ni tan siquiera reparan en, una vez al mes, ganarse el dinero que cobran por esa asistencia plenaria?
Mientras unos pocos participan activamente o, cuando menos, prestan atención al debate, los hay que no aportan nada más allá de poner la mano al final de mes para percibir el sueldo.
Los lamentos de quienes luego se ven solos tienen un origen, el haber elegido a los compañeros de batalla política cual pollo sin cabeza, rodeándose de quienes tiene tanto interés en la política auténtica como un cochinillo en salir de su charco. Ninguna.