Las palabras, como los demás objetos e instrumentos humanos, se ennoblecen y se degradan con los valores sociales de su entorno y se contagian de las miasmas del ambiente viciado que respiran. El prestigio social de las palabras no depende, a veces, de su origen etimológico, sino del camino por el que han venido hasta nosotros y de los lugares en los que se han usado. Igual que las demás obras humanas, poseen vida, fecha de nacimiento, país, domicilio, período de maduración, vejez y muerte. Enriquecen y empobrecen, luchan y descansan, ganan y pierden, enferman, se curan y, tras algún tiempo enterradas en el olvido, resucitan. En algunos momentos son valoradas y, en otros, despreciadas. Algunas, a pesar de haber nacido en noble cuna, son consideradas como "plebeyas", debido a los ambientes "vulgares" en los que se han desarrollado.
Este es el caso de "escaquearse" que significa escabullirse y, en la actualidad, figura de "jergas" -palabras específicas de profesiones u oficios-, y, en general, en los glosarios especializados.
Procede del italiano donde sirve para designar los cuadrados blancos y negros del tablero de ajedrez y de damas: esas casillas en las que se colocan de manera ordenada las fichas. También se siguió usando en los cuarteles: los soldados se colocaban de manera estratégica para dar la impresión a sus jefes de que estaban ejecutando un trabajo cuando, en realidad, "escurrían el bulto" y se "libraban de un trabajo". Los hablantes que evitan esta palabra por juzgarla vulgar, probablemente, desconocen que su origen más remoto procede del persa "xah" que significa, nada menos, que rey.
Qué imagen tan elocuente la de este artículo. Sí, las palabras tienen vida propia, por mucho que nos empeñemos en adueñarnos de ellas y, muchas veces, en deformarlas. Gracias por esta invitación al conocimiento que nos hace crecer y enriquecernos.