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“Es una auténtica pena que en Ceuta no se valore el flamenco”

El flamenco tiene en el ceutí Juan Maldonado a uno de sus grandes apasionados. Desde muy pequeño se aficionó por el cante y todavía, a sus setenta y siete años, se sigue subiendo al escenario con la misma ilusión que el primer día. Juan Maldonado (Ceuta, 1934) es el más pequeño de una familia de cinco hermanos cuyo padre era malagueño y su madre gallega. Casado y padre de ocho hijos -tiene doce nietos-, siempre ha vivido con pasión el arte de cantar.
Con el paso de los años, tiene claro que cualquiera no puede ser cantaor, al entender que es algo que se tiene que llevar dentro. Particularmente, siempre ha cantado por afición y nunca por dinero, aunque reconoce que en sus inicios le salían gratis las copas porque los clientes de los locales que frecuentaban abonaban la consumición en señal de agradecimiento por su cante.
Este ceutí, al que no le gustan los teléfonos móviles, lleva nueve años de presidente de la Peña Cultural Amigos del Flamenco y lamenta que este arte no tenga el reconocimiento institucional que se merece.
Aún así, dice que seguirán en la brecha aunque ni tan siquiera tengan un local social ni otro tipo de ayudas.

–Antes de hablar sobre flamenco, una curiosidad: ¿Cómo de padres malagueño y gallego naces en Ceuta?
–Mis padres se afincaron en Ceuta por casualidad ya que mi padre era contable y fue contratado en Casa Alfón. Aquí nací yo y dos de mis hermanos ya que los otros dos nacieron en Bilbao y Galicia.
–¿Qué tal se vivía en la ciudad en esos años?
–Fue una infancia agradable en el seno de una familia humilde. Vivimos en la calle Sevilla y recuerdo cuando me ponía en la cola del pan para coger dos bollos. Me puse a trabajar muy joven en la construcción y luego en la cantera de Benzú, donde estuve cuatro años llevando los camiones llenos de piedras.
–¿Por qué el gremio de la construcción?
–Porque no te obligaba a mucho, es decir, había un ritmo de trabajo que era bueno y no exigía estar todo el día. Me contrató la empresa Cipsa, que gestionaba la cantera, y cobraba 17 pesetas y cinco kilos de carne cada semana.
–¿Cómo cinco kilos de carne?
–Sí porque lo acordaron los musulmanes de esa forma ya que más del noventa por ciento de la plantilla era de esta profesión y se adoptóla costumbre de que todos los viernes se mataba una vaca y se repartía la carne en varias partes.
–¿Cuándo se inicia tu afición por el flamenco?
–Con diez años ya me ponía a cantar en los bares aunque en mi familia nadie era aficionado a este arte y todavía sigo con los amigos, aunque ahora sólo los sábados en la Pantera. Comencé en la Bodega Currito y luego lo hacía en el Bar La Mezquita, en Las Tres Puertas y en la Viña La Verdad.
–¿Y siempre flamenco?
–Sí, me fijaba en Pepe Pinto, el cual tenía un cante muy meloso y dedicado a la madre. La verdad es que siempre me ha gustado porque emociona y yo veía que cuando cantaba la gente lo agradecía con entusiasmo.
–¿Nunca te planteas dedicarte más en serio al cante?
–No, siempre ha sido por afición, nunca he cobrado, salvo cuando los clientes nos invitaban a botellas de vino, pero eran gestos de gente a las que les gustaba el cante, nada más. Siempre he estado muy a gusto en mi trabajo como conductor de autobuses.
–¿Cómo definirías este arte?
–Es un arte grande porque trasmite el sentimiento y a través del cante se expresa todo. Cualquiera no puede cantar flamenco porque es algo que no se aprende, se lleva dentro.
–¿Crees que está suficientemente valorado?
–No, sobre todo en esta ciudad donde no nos tienen en cuenta. Hay un cantaor como es Poveda que es el que tiene el arte flamenco más puro de España pero pienso que el arte en sí sólo se valora en una parte de Andalucía.
–¿Cómo os sentís a nivel local con esta falta de apoyo?
–Un poco desanimados porque un cantaor de flamenco de la península se lleva más dinero que uno local a pesar de no cantar mucho mejor, es decir, a nivel institucional estamos poco arropados.
–¿Por qué creas la Peña Cultural Amigos del Flamenco?
–Por el apoyo de otros amigos como Antonio Domínguez y Miguel Santiago que me animaron hace nueve años a crear esta peña. No tenemos ni local ni socios.
–¿Cómo se evoluciona sin un local propio?
–Estando de prestados a pesar de que en esta ciudad hay muchos locales cerrados. Un día fuimos a pedir uno con más de 2.000 firmas recogidas de apoyo pero todavía estamos esperando una respuesta del Gobierno ceutí. Por ello, ensayamos en el local social de la barriada de Los Rosales, donde llevo veinticuatro años como vocal de Festejos.
–¿En qué nivel se encuentra vuestra asociación?
–Contamos con buena gente como Dori Heredia y Tere Saray así como Manuel Guerrero, Joselito “El Niño del Sardinero”, Manuel Díaz “Lolo” así como el guitarrista Miguel Santiago y la presentadora Ana Medinilla. Todos ofrecemos un buen cante, buena copla, buen flamenco, buena guitarra y una buena presentación.
–¿Qué supone el festival que se lleva a cabo cada año bajo vuestra tutela?
–Una tradición ya que llevamos nueve años ininterrumpidos en el salón de actos del Palacio Autonómico, además de que hemos realizado otros festivales para recaudar dinero para cantaores como Antonio Domínguez o “El Mellizo”, es decir, por causas benéficas. En el festival tratamos de hacerlo lo mejor posible.
–¿Nunca habéis recibido una subvención?
–Nunca, sólo hacemos un convenio con la Consejería de Cultura para hacer eventos y nada más. Por eso sólo hacemos un festival al año ya que no podemos plantearnos más objetivos.
–¿Quiere decir esto que os queda poca cuerda?
–Nosotros seguiremos cantando en la Pantera porque en Ceuta hay afición por el flamenco. Nos gustaría hacer un festival mejor pero no tenemos capacidad para más. La gente nos apoya y eso ayuda mucho.
–¿Qué pedirías para el flamenco en general?
–Un poco más de ayudas porque no nos sentimos valorados y el flamenco está un poco tirado por los suelos por esa falta de ayudas para poder crecer.

“He pertenecido 36 años a la empresa de autobuses pero dejé la profesión por un problema de visión”

PROFESIÓN. Juan Maldonado ha pertenecido durante treinta y seis años a la empresa de autobuses, aunque comenzó profesionalmente como peón en la construcción.
Un problema ocular le obligó a dejar su trabajo, aunque recuerda con ilusión los comienzos. “Hice el servicio militar en Transmisiones y cuando terminé le pedí trabajo a un contratista llamado Valencia, quien me indicó que iban a iniciar la construcción del garaje de la empresa de autobuses, por lo que comencé trabajando allí como peón. Luego estuve doce años de cobrador y otros veinticuatro como conductor”.
En relación a esta etapa afirma: “fue preciosa porque he tratado con mucha gente y he realizado muchas amistades”.
En este período estuvo ocho años en la línea del Príncipe, otros ocho en la frontera del Tarajal y los ocho últimos en San José. “Tuve la suerte de irme sin dar ningún golpe y no verme en Comisaría por ningún motivo en un momento donde se circulaba bien porque apenas había vehículos”.
En este sentido, valora el compañerismo en la empresa. “Tuve buenos compañeros y se disfrutaba un buen ambiente de trabajo, por lo que hubiera seguido con mucho gusto”.
Sin embargo, la visión le jugó una mala pasada. “Tuve un problema en la vista que me detectó una médica, la cual me dijo que tenía que dejar el oficio. En ese instante sentí una gran impotencia porque me sentí muy bien físicamente y recuerdo especialmente los días donde llevaba el autobús completo, es decir, con 110 pasajeros”.
La decisión fue dura. “El jefe me dijo que lo sentía mucho y me fuí a mi casa con 52 años ya que no podía seguir allí”.

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