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“Es importante que se sepa por qué hicimos lo que hicimos”

Siete años, casi cien meses, más de 2.500 días después, para encontrar a media docena de protagonistas de los asaltos masivos al perímetro fronterizo de Ceuta de 2005 hay que buscar en Suecia, Marruecos, España y Guinea. La diáspora de los supervivientes de la valla es inmensa, como las espinas de los recuerdos de aquellas noches de finales de septiembre de hace siete años, de las que las precedieron y de las que las siguieron.
“No todos los cerca de mil inmigrantes que vivíamos en 2005 en los bosques de Beliones éramos ‘clandestinos’”, advierte desde Suecia el ex presidente del Consejo de Inmigrantes Subsaharianos en Marruecos (CISM), el congoleño Placide Nzeza como si el tiempo no hubiera pasado, como si las alambreras del perímetro fueran para él como las de aquel campo de concentración nazi al que alguien se refirió como un lugar “en el que quien no estuvo nunca estará y del que quien estuvo nunca saldrá”: “Esa versión es parte de la intoxicación hipócrita de la política migratoria de la UE. También había solicitantes de asilo y refugiados políticos documentados por el Alto Comisionado de las Nacionales Unidas para los Refugiados (ACNUR)”, precisa.
Nzeza salvó la vida porque era uno de estos últimos. El 16 de septiembre enterró todos sus objetos personales en los bosques de Beliones y a mediodía, tras el rezo de Djuma, llegó a Castillejos. Allí tomó un autocar que le llevó, vía Tánger, a Rabat para renovar su documentación: “El conductor me dejó bajarme antes de la estación de Kamara para no ser detenido. Allí tomé el autobús 57 con la intención de dormir en casa de un viejo amigo en el barrio de Hay Nahda 2, pero antes me encontré con otra persona que me llevó con un pastor evangelista, Willy Bayanga”.
Él es uno más de los supervivientes, de los miles de ‘sin destino’ ni papeles, que pasaron por el campamento antes y después de que fuera desmantelado por primera vez en 2000. Electromecánico, se negó a combatir con el ejército de la República Democrática del Congo, donde la deserción se castiga con la muerte, y salió huyendo el 24 de enero de 2003. Tras pasar por Camerún, Costa de Marfil, Mali, las cárceles de Túnez y Argelia, el 1 de marzo de 2004 entró en Marruecos, donde le hablaron de Ceuta y Melilla, dos enclaves por donde llegar a Europa. Su destino fue el bosque de Beliones, donde intimó con los piojos, la roña y los insectos: “Un trozo de infierno”, según sus propias palabras, que, sin embargo, añoró amargamente hace siete años.
“Sólo el que vivió en el bosque los dos meses previos puede responder qué motivó la avalancha del 29-S: Yo estuve allí y aseguro que las autoridades españolas y marroquíes y todos los medios de comunicación que han dicho que fue un acto premeditado se equivocan”, avisa. Según su versión, “la avalancha fue la consecuencia de la terrible presión policial marroquí”, contrapone.
Camara Laye, que le ha sustituido al frente del CISM, opina lo mismo. Baldé Ousmane, que perdió uno de sus ojos en el intento, también. Soumah Alassane, lo mismo.
“Todos los jefes de las comunidades nacionales que había en Beliones se oponían a ella pero cada noche había una redada que nos obligaba a escapar hacia las 2.30 horas y escondernos a 5 kilómetros de distancia con nuestras pertenencias, un bidón de agua, una lámpara y un bizcocho hasta que se hacía otra vez de noche”.
“Los asaltos a las vallas fronterizas de Ceuta y Melilla sólo se explican por la desesperación de miles de personas que ven cómo se les cierran todas las puertas: no es posible emigrar legalmente, el SIVE hace más peligrosa la patera, las alambradas son cada vez más altas, el acoso y la persecución de las fuerzas policiales y militares marroquíes crece…”, ha argumentado siempre Rafael Lara, de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (APDHA).
Represión “desmedida”
“Los días previos a esta fecha grande y terrible”, rememora Nzeza en alusión al 28 de septiembre de 2005, “estuvieron presididos por una represión desmedida. Ya no se trataba sólo de no poder acercarse a la valla, sino de no poder salir a comprar comida a Castillejos, como solíamos hacer a partir de las 4.00 de la madrugada, ni abastecernos de agua potable en la fuente conocida como Tubo de Ceuta. Todos temíamos caer en una emboscada porque el Ejército estaba en las cuatro esquinas del bosque”.
Al mismo tiempo, los subsaharianos del Gurugú tenían relativo éxito con una fórmula hasta entonces desconocida para burlar la vigilancia policial: el asalto masivo. Su aparente efectividad llegó tan rápido a Beliones que hubo incluso quienes, desesperados, se entregaron a la Gendarmería para que los deportase a Oujda, a diez días a pie de Melilla. Sin embargo, los inmigrantes se toparon con el desdén de la policía. “¡No querían detenernos!”, clama Nzeza, a quien un agente le espetó que los subsaharianos eran “mercancía” para Marruecos.
El primer asalto masivo en Melilla fue el 23 de junio de 2005 (ninguno de los 250 subsaharianos que formaron parte del mismo entró en España). Otros tantos lo intentaron sin éxito el 26 de agosto. Tres días más tarde se localizó el primer cadáver tras otra avalancha de 300 indocumentados. El 5 de septiembre varias decenas volvieron a fracasar. El 12, otro inmigrante falleció en el hospital comarcal después de que un grupo de compañeros le ayudasen a cruzar la frontera el día 7. El 27 de septiembre 900 inmigrantes, de los que al menos 300 lograron su propósito, volvieron al perímetro. El 3 de octubre entraron en la ciudad otros 350. El día 5, medio millar lo intentó sin éxito. Al día siguiente repiten 400 más, de los que seis son asesinados por fuego marroquí, según la versión de las autoridades “para defender los puestos de vigilancia fronteriza ante la inaudita violencia” de los asaltantes. El saldo total de víctimas a ambos lados de la frontera fue de 14 cadáveres (16 según la APDHA).
Según la opinión de otros inmigrantes que vivieron aquella época en Beliones como Souley, congoleño de 33 años, fue la “guerra abierta” que la UE emprendió de la mano de Marruecos para hacer frente a la inmigración ilegal la que llevó a la avalancha del 29 de septiembre. “Muchos de los habitantes de Beliones procedían del Gurugú, que en agosto de 2005 empezó a ser escenario de operaciones militares marroquíes a gran escala”, apunta Nzeza: “Completamente desesperados, esos subsaharianos se encontraron en Beliones con la misma presión policial que en Melilla. Ahí nació la idea, con la frontera ceutí herméticamente cerrada desde junio, de intentar un cruce masivo”. “Todos los jefes de las comunidades del bosque se oponían a estos asaltos, pero ninguno pudo rebatir la idea en medio de aquel brutal acoso”, afirma.
Nzeza abandonó Beliones cuando el asalto terminaba de perfilarse y nunca pudo volver a él. Como ACNUR sólo renovaba la documentación de los refugiados dos veces al mes (pudo hacerlo el 5 de octubre) tuvo que permanecer en Rabat dos semanas. El miércoles 28 de septiembre una llamada de Abdelkader, el jefe local de la comunidad congoleña, alteró la ya de por sí angustiosa espera en la que sobrevivía en Rabat bajo un versículo del evangelio de San Marcos: “Todo es posible para el que cree” (9:23).
“Nos vamos a Europa”
“Querido Placide”, le confesó su ‘charman’, “siento decirte que esta noche nos vamos a Europa. Considerando las consecuencias que seguirán te pido que sigas en Rabat porque aquí no encontrarás a nadie”. “Me quedé completamente desolado”, rememora Nzeza, que no pudo probar bocado en todo el día.
Hacía días, tal vez semanas, que los servicios de inteligencia de la Guardia Civil en Ceuta también se hacían preguntas sin respuesta sobre si les tocaría lidiar con avalanchas. Aunque nunca lo han reconocido oficialmente, fuentes de toda solvencia aseguran que varios de sus miembros estuvieron en Castillejos y en los alrededores de Beliones el mismo día 28. Sólo se toparon con representantes de Médicos Sin Fronteras y otra oenegé “no identificada”.
“Se habló con miembros de la Gendarmería Real y se constató que se estaba preparando una gran redada que, por lo visto, aceleró la avalancha, pero no se obtuvo más información”, ratifica una fuente policial que siguió las indagaciones de cerca. “La alerta, al no tener fecha concreta, se diluyó. La noche del 29 en la frontera había los efectivos de costumbre, pero tampoco se hubiese evitado el asalto con más guardias civiles. Sólo Marruecos podía hacerlo”, argumenta.
Desde Rabat, Nzeza volvió a telefonear a las 19.00 horas del día 28 con Abdelkader, que vivía en una casa alquilada en Castillejos “por motivos de seguridad”: “Estamos preparados”, le contestó. Apagó su móvil e, insomne, volvió a encenderlo a la 1.00 de la madrugada para repetir la llamada. No hubo respuesta. “Directamente entendí que había ocurrido algo”, dedujo.
Primera alarma
La Centra Operativa de Servicios (COS) de la Guardia Civil en Ceuta, cuyas conversaciones con los guardias en el perímetro fueron publicadas días más tarde [“Si se puede abrir la valla y se pueden rechazar, ¡para afuera!”, instaron los mandos] lanzó la primera alarma relacionada con la avalancha a las 2.45 horas para pedir colaboración a la Policía Nacional y Local. A los pocos minutos, 16 agentes de la Policía Local y media docena de la Nacional llegaron a la zona. Los Grupos Rurales de Servicios (GRS) de la Benemérita y los efectivos de la UIR que se encontraban libres de servicio y fueron reclamados se personaron aproximadamente media hora más tarde.
“Al llegar aún se escuchaban disparos en la zona marroquí”, recuerda uno de estos agentes que califica la escena que se encontró allí como “impresionante”. “Había decenas de personas tiradas en el suelo inmóviles que podían ser cadáveres o heridos y que hubo que ir viendo uno por uno. Encontramos dos muertos”, relata.
El sueño venció a Nzeza en los dos cuartos donde residía junto a otros 20 inmigrantes en Rabat a las 3.30 horas, justo cuando el consejero de Gobernación ceutí, Juan Antonio Rodríguez Ferrón, y su subdirector general de Policía llegaron al perímetro. Tras ellos, una hora después, se personaron el asesor de Seguridad de la Delegación del Gobierno, Doroteo García, y el jefe de Protección Civil en la ciudad, Fernando Blasco.
A las 5.30 horas Abdelkader volvió a contactar con Nzeza: “Querido Placide”, le dijo, “el cruce no ha tenido éxito porque la Guardia Civil nos ha repelido con sus pelotas de goma. La historia del bosque ha terminado. Estamos en desbandada. En este momento vienen hacia aquí desde Algeciras y Tánger refuerzos militares. Sigue la información sobre la avalancha en RFI [Radio Francia Internacional]”.
“Ni la menor duda”
Cuando el ex director provincial de Asuntos Sociales en Ceuta, Javier Martínez, aquella noche delegado del Gobierno accidental al encontrarse el titular, Jerónimo Nieto, en Sevilla, fue informado de los sucesos, cerca de las 7.00 de la mañana, el juez de guardia ya había pasado por el perímetro para el levantamiento de los dos cadáveres que habían quedado en territorio español (otros tres cayeron en Marruecos, desde donde corrió durante horas el rumor nunca confirmado de la existencia de un cadáver de un bebé subsahariano).
“Desde el primer instante el tenente coronel de la Guardia Civil en Ceuta, Carlos Guitard, aseguró que sus efectivos no habían hecho uso de sus armas, que ni siquiera utilizaban la munición localizada. Su tranquilidad fue un aval a la hora de no albergar la menor sombra de duda”, rememora Martínez sobre la ausencia de responsabilidad en las muertes que aún imputan al Instituto Armado algunos subsaharianos como Soumah Alassane.
Un policía local desplazado a la frontera le corrobora sin matices: “Vimos cómo un guardia civil tuvo que refugiarse en su garita para protegerse de los disparos marroquíes, que llegaron a impactar en ella”, asegura. “Un compañero preguntó a un gendarme si estaban usando fuego real y respondió que sí, pero que todo estaba controlado, aunque fue recriminado tanto por utilizarlo como por la dirección de los disparos”, testifica.
Entre los inmigrantes, las cosas no están tan claras. Nzeza logró superar la primera valla fronteriza, recrecida ahora a 6 metros, en marzo de 2005. “¡Estuve en Europa con cinco compañeros dos minutos y treinta segundos, un récord!”, ironiza. Muchas otras veces rondó el perímetro huyendo de la policía marroquí o intentando entrar en España. Allí supo del apodo con el que, según denuncia, se referían a ellos los guardias civiles.
“Cada vez que nos acercábamos a la valla nos gritaban ‘Kitota, ¡hínchate de caucho!’ y disparaban sus armas. No niego que Marruecos disparó a los inmigrantes. Sería falso porque ellos son unos buenos pupilos de Europa, a quien debían demostrar que saben hacer el trabajo sucio que se les ha encargado, pero estoy dispuesto a declarar junto a los supervivientes ante cualquier tribunal del mundo quienes dispararon primero”, insiste a pesar de que las autoridades del país vecino reconocerían días después su responsabilidad en las muertes.
La hora del recuento
De los entre 800 y 900 inmigrantes que participaron en el salto sólo 215 consiguieron su objetivo. Paradójicamente, tres hindúes hacían lo mismo, por la vía marítima, a la misma hora, con resultado diametralmente opuesto. Entraron en Ceuta y preguntaron dónde estaba la Comisaría. Se presentaron allí y se identificaron, pero nadie les hizo caso: todos estaban buscando ‘negros’ en el monte.
El primer balance de entradas se saldó con 116 ingresos en el CETI local. Otros veinte fueron atendidos por los franciscanos de Cruz Blanca y 37 más fueron ingresados en los centros de atención sanitaria de la ciudad. “Cuando amaneció”, recuerda un policía local, “se organizaron redadas por los alrededores.
Se encontró a varios en los montes e incluso en el Cuartel de La Legión durante las 48 horas siguientes mientras buscaban el CETI”.
El viernes 30 de septiembre, cuando Marruecos arrasó el campamento de Beliones con perros y material antidisturbios y, mientras pedía más dinero a la UE, comenzaba a organizar sus primeras ‘caravanas de la muerte’ hacia el Sáhara, el recuento de inmigrantes que habían entrado en Ceuta se cerró en 215.
El Gobierno de Zapatero desplegó al Ejército en la frontera y anunció inversiones que debían evitar que se reprodujeran fallecimientos (el   3 de julio de 2006, la sirga tridimensional de la nueva y ‘humanitaria’ frontera se cobró sus primeras víctimas en Melilla en el primer asalto tras siete meses de calma).
“Me salvé de los tiros y del Sáhara. No soy feliz por haber llegado a Europa, pero sí por haber recuperado mi libertad y mis derechos. Puedo decir que soy otra persona, que mi vida antes de esta experiencia, sin vivirla en primera persona, me ha hecho otro”, dice Nzeza, que desde Suecia advierte de que “hay pocas personas sobre la tierra que hayan sufrido lo que los inmigrantes, y nadie nos ha curado ese dolor. Pensé que con el tiempo mis heridas podrían cerrarse, pero mientras crezco estos recuerdos se hacen más fuertes”, prosigue: “Cuando pienso en todos mis amigos que murieron tengo cansancio de la vida. Siempre apelaré a su sangre para gritar venganza porque su pérdida me hace el hombre más triste del mundo. En mi libertad, mi mente siempre vuelve a Marruecos y al recuerdo de todos esos amigos que no tienen tumbas en el desierto del Sáhara”.
Nzeza ha pasado años perseverando en su lucha “contra el olvido, la indiferencia y la trivialización de la política migratoria europea” como “testigo de la barbarie de su seguridad pública y del infierno de los campamentos en Marruecos”. “Cuento con mi acento inimitable, mi humor cáustico y mi fuerza de carácter: al principio temí hablar en público, pero mi personalidad y mis recuerdos me obligaron a hacerlo, a contar cómo violaban los soldados a las mujeres delante de los hombres en el bosque de Beliones; cómo me hicieron beber orina en Kenitra tras golpearme como a un perro”.
“Es importante”, remacha, “que se sepa por qué hicimos lo que hicimos y soy feliz por poder testificar a pesar del dolor”.

Los testimonios

Camara Laye: “No estoy contento porque no se ha hecho Justicia”

Licenciado en Asistencia Social, soltero y sin hijos, el guineano Camara Laye es, a sus 28 años, el actual coordinador del Consejo de Migrantes Subsaharianos en Marruecos, donde reside (en Rabat) con una tarjeta de estancia. “Somos”, dice sobre el colectivo al que representa, “un grupo creado en 2005, justo después de los acontecimientos de Ceuta y Melilla, que lucha por la protección y la reivindicación de nuestros derechos”. Laye salió de su país en marzo de 2004 sin tener “ni idea” de qué era Beliones ni su bosque, al que le aconsejaron emigrar después de que el futbolista con el que se alojaba viese expirar su permiso de residencia. Llegó a los montes de la vecina localidad marroquí en 2005.
“Allí nos trataron como a animales, nos quemaron las tiendas, violaron a las mujeres y después de la embestida sobre las vallas nos enviaron al desierto, que tardé un mes en atravesar de nuevo hasta llegar a Rabat”, rememora Laye. “Durante los últimos siete años he estado intentando rehacer mi vida y ahora trabajo en una inmobiliaria donde me pagan en función de los negocios que consigo cerrar y su montante total para la empresa”. “Aparte de eso”, completa, “hago todo lo que puedo para vivir con dignidad, sin importar el precio”. Laye asegura estar “orgulloso” de sí mismo pero “no contento”. “Desde los sucesos de 2005 nunca se ha hecho Justicia y Marruecos nunca ha tenido la voluntad de hacerla, ahí nace mi indignación”, protesta mientras lamenta no haber podido empezar a estudiar Derecho “y escribir un libro que recoja todo mi itinerario”.

Baldé Ousmane: “Ceuta y Melilla no valen el riesgo de perder la vida”

El guineano Baldé Ousmane apenas tenía 21 años cuando, hace siete, saltó la valla de Ceuta junto a cientos de compatriotas. Más de una decena perdieron la vida en el intento. Él se dejó uno de sus ojos. Con educación básica, de nuevo en su país de origen, soltero y sin hijos, sobrevive “gracias a mis padres, sin poder hacer nada”. “Salí de mi país en 2004 y, en total, he pasado cinco años en Marruecos, una experiencia muy mala, perseguido de la noche a la mañana por los militares y atacado, como mis compañeros inmigrantes, por vagabundos”, recuerda. Sobre la noche de las trágicas avalanchas sobre los perímetros de las ciudades autónomas españolas, la única ocasión en la que consiguió pisar territorio español, Ousmane sólo recupera malos recuerdos. “Esa noche perdí uno de mis ojos y hoy lanzo un SOS para recuperarlo”, afirma el guineano, quien asegura que actualmente “advierto a mis amigos y conocidos de que Ceuta  y Melilla son dos ciudades hermosas pero también de que no vale la pena el riesgo de perder la vida para llegar a ellas”. Ousmane no entiende de partidos: “Da igual que gobierne la izquierda o la derecha: es la misma política, la negativa a volver a casa”, dice. “No soy feliz porque estoy enfermo y no estoy casado ni tengo hijos... mis objetivos no se cumplen aunque trato de alcanzar mis sueños... ¡Ayúdenme!”, ruega.

Soumah Alassane: “Soy feliz aquí; ahora quiero ayudar a mis padres y traer a mis hijos y esposa”

Alassane Soumah, un treintañero (1979) de Costa de Marfil asentado en Bilbao, está solo pero es el único de todos los supervivientes de los sucesos de 2005 en las dos ciudades autónomas que, siete años después, asegura que “sí, estoy feliz”. Con estudios básicos, casado y con tres hijos, su sueño es actualmente traer a España a su pareja y a su descendencia y ayudar en todo lo que pueda a sus padres. “Salí de mi país en 2005 y pasé diez meses en el bosque de Ceuta tras un viaje que no fue nada fácil y que, si tuviera que hacerlo de nuevo, quizá no lo emprendería de nuevo”, explica el subsahariano, al que le costó media docena de años en el Reino alauita conseguir su objetivo final de acceder a territorio español. Lo consiguió, el año pasado, a través de las fronteras de Melilla. “Durante todo ese tiempo hice muchos intentos para entrar en Ceuta, pero el día de las avalanchas fue una circunstancia obligada... Recuerdo el dolor que aguantamos imaginando diez meses en la selva, pero me quedé y aún recuerdo a mis amigos muertos por culpa de la Guardia Civil española”, recuerda Soumah sobre los suecesos de hace siete años. “Ceuta y Melilla, en la que recuerdo que me trataron bien, algo que yo valoro, están muy bien, pero esto no quiere decir nada porque no sabíamos qué esperar de ellas, nos aparecieron en el camino”, explica al ser preguntado por sus recuerdos de las dos ciudades autónomas.  “Ahora”, amplía cuando se le pide regresar al presente, “estoy en Bilbao intentando aprender el idioma para integrarme mejor, pero no puedo traer a mi familia, en primer lugar porque sigo siendo una persona indocumentada, a pesar de lo que puedo decir que estoy feliz: mis objetivos estarán colmados cuando pueda ayudar a mis padres y traer a mis hijos y a mi esposa”.

Oumar Magassouba:“La vida europea no es tan de color de rosa como pensamos antes de llegar”

Guineamo, Oumar Magassouba tiene ahora 27 años. Cuando tuvieron lugar las trágicas avalanchas sobre los perímetros fronterizos apenas superaba los veinte. No es extraño, pues, que sus estudios no hayan pasado de Secundaria. Actualmente sigue viviendo en España en situación ilegal, compaginando el ladrillo con el fútbol para sobrevivir. “Salí de mi país el 22 de octubre de 2003, casi dos años antes de los asaltos masivos, de los que no tengo un buen recuerdo: ese día hubo gente que murió tras sufrir heridas graves y otras muchas que fueron descartadas como basura en el desierto”, recuerda un joven que pasó once meses en Beliones y “cuatro” en la ciudad autónoma, a la que logró acceder el 29 de septiembre de hace siete años. “Todo el mundo sabe cómo es Europa: hermosas casas, apartamentos, caros... pero en realidad nadie dice que la gente vive bien porque otros lo hacen mal fuera, verdad que sólo se conoce cuando llegas”, reflexiona. “Hago lo que puedo para sobrevivir porque la vida europea no es tan de color de rosa como pensamos pero Dios está ahí para todos, cada uno a su suerte”, dice.{galerias local="20121007_16_17" titulo="“Es importante que se sepa por qué hicimos lo que hicimos”"/}

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