Categorías: Opinión

Erradicar el racismo

Luchamos con una cultura. Ellos (los musulmanes) se mantienen en su sitio. Se atienen a su cultura y no están por la integración. Están acostumbrados a vivir, una gran mayoría, de las presentaciones sociales, pero no buscan un empleo, no quieren formarse" Es una insultante descalificación de indubitado carácter racista que afecta a miles de ceutíes. Estas frases bien podrían ser el extracto de una conversación habitual en cualquier tertulia de nuestra Ciudad. Pero es mucho peor. Figuran así, textualmente, en los documentos del Parlamento español pronunciadas de manera solmene y formal por el Gobierno de Ceuta. Es difícil concebir un mayor despropósito. Quienes ostentan la representatividad del pueblo de Ceuta, bajo promesa de defender los intereses generales y los valores constitucionales, han desgarrado nuestra conciencia moral, esculpiendo con palabras hirientes una humillante sentencia que degrada a la mitad de la ciudadanía. El entonces Presidente, recientemente ratificado, se opuso en su día a cursar una rectificación oficial ante el senado, al mismo tiempo que rechazó la posibilidad de suscribir un manifiesto de condena pública de tan ofensivas declaraciones.
Según su particular versión de los hechos, como siempre interesada, se trataba de un error individual que quedaba políticamente saldado excluyendo a su autora del Gobierno. Así se hizo.
Sin embargo el tiempo ha demostrado que no era más que un ardid. Nunca hubo arrepentimiento sincero. Sólo un movimiento táctico que pretendía evitar un posible desgaste en periodo electoral.
Al día siguiente de anunciar con su proverbial hipocresía que quería ser el Presidente de “todos los ceutíes” ha confeccionado un Gobierno que rehabilita a la responsable directa (que no única) del insultante discurso racista que denostó gratuita e injustamente a un amplísimo sector de la población. Esta decisión sólo admite una interpretación. El Presidente asume el contenido de esas manifestaciones y se identifica plenamente con sus multitudinarios valedores.
Porque la auténtica tragedia de esta Ciudad es que se cuentan por miles los que piensan y actúan de esta manera. El racismo impregna con asfixiante densidad nuestra vida social. Se respira en el ambiente. Es transversal a todas las ideologías y pensamientos. Aunque su versión más radical y beligerante está enquistada en las siglas del PP. Es una verdad que escuece. Pero es indiscutible. No conseguiremos avanzar ni un milímetro huyendo de la realidad.
La erradicación del racismo de la conciencia colectiva de los ceutíes, en todos sus modos, matices y expresiones, es un requisito de futuro indispensable, que a todos nos concierne. El setenta por ciento de la población escolar de educación primara es musulmán. Este dato, como cualquier otro similar, debería servir de motivo de reflexión para quienes siguen, cegados y obstinados, creyendo en una Ceuta que no existe. Esta generación tiene la obligación ética e histórica de iniciar el proceso de la redefinición de Ceuta para hacerla viable. Y ello sólo es posible desde la integración de musulmanes y cristianos en perfecta comunión de valores, anhelos, aspiraciones e intereses. No hay otro camino.
Quienes alienten y favorezcan el inmovilismo irracional y reaccionario, sustentado sobre el racismo, están trabajando en contra de los intereses de Ceuta. No quieren a esta Ciudad si no a sí mismos. Se autoproclaman defensores de Ceuta, pero en realidad utilizan este noble sentimiento como una coartada para mantener sus privilegios.
Juan Vivas sabe perfectamente que esto es exactamente así; pero también es consciente de que la nutrida legión de inmovilistas forma una parte muy considerable de su electorado. Y no quiere defraudarlos. Por eso juega a mantener un delicado y peligroso punto de embrague. Pretende salir indemne de un arriesgado ejercicio de concesiones que administra con menos habilidad de lo que el se piensa. Es una estrategia insostenible a largo plazo. No se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo.
Y lo que debería entender es que su actitud ambigua y camaleónica tiene un fuerte componente pedagógico que lleva en volandas a los militantes del racismo más nocivo, ralentizando en exceso el obligado cambio de  mentalidad que debe abrirnos la puerta del siglo veintiuno. Si permanecemos quietos, con los ojos vendados, los acontecimientos nos atropellarán irremisible y desordenadamente escribiendo un destino del que no seremos dueños.

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