Opinión

Epidemias en la conquista de América

Se ha especulado mucho sobre si la pandemia del coronavirus ha podido ser un arma bacteriológica inventada por alguna potencia extranjera. Algunos científicos lo han desmentido, inclinándose más por la transmisión de la infección a los humanos a través de animales. A lo largo de la historia se dieron numerosos casos de epidemias. El Antiguo Testamento ya se refiere a las mismas en el Éxodo. Aunque la primera más conocida dicen los griegos que fue la Peste de Atenas, en el siglo V a.C.

Veamos hoy las que hubo durante la conquista de América, que la mayoría no fueron provocadas de mala fe ni en confrontación con medios bacteriológicos, entre otras cosas, porque entonces la ciencia no estaba tan avanzada. Pero sí hubo casos puntuales de envenenamiento y epidemias sobrevenidas por el mero contagio de las personas mediante transmisión animal. Uno de los numerosos problemas con que Hernán Cortés se encontró allí fue que no llevaban médicos, ni medicamentos, ni conocían las enfermedades de los indios; al igual que éstos tampoco conocían las nuestras.

A veces, ni siquiera eran enfermedades epidemiológicas, sino heridas infectadas que tenían que curárselas en carnes vivas con sal y a marca de fuego incandescente para que no se les infectaran, como cuando los aborígenes recibían a los españoles a tiro de flechas envenenadas; al igual que los españoles infectaban a los indios de otras enfermedades, involuntariamente. Circunstancias éstas que diezmaban el ya escaso número de fuerzas que llevaron, unos 400 hombres Cortés y 300 Francisco Pizarro, cuya falta de guerreros propios la suplían formando alianzas de guerra con los propios indios descontentos con Moctezuma.

La primera gran epidemia americana, que en México cambió bastante el destino del indio americano, fue la “influenza suma” (gripe del cerdo), que se desencadenó en la Isabela, Isla de Santo Domingo, el 8-12-1493. Aunque también existe gripe transmitida por caballos; y los primeros caballos que desembarcó allí Colón en el segundo viaje «llegaron perdidos». Los caracteres genéticos del virus de la gripe del cerdo, su patogenicidad para el hombre, y las pandemias de mortalidad excesiva que produce en humanos, como la famosa «gripe española» de 1918, que causó más de diez millones de muertos, hacen pensar que en la primera epidemia americana de influenza, los portadores del virus fueron las ocho cerdas adquiridas en La Gomera, Canarias, entre el 5 y el 7-10-1493 por Colón.

De aquella hecatombe demográfica fueron también responsables otras enfermedades infecciosas como la gripe, la disentería, el tifus exantemático, el sarampión, el tifus, la fiebre amarilla, cuya endemicidad en la costa del Golfo de México, a los dos días de desembarcar en La Isabela cayeron fulminados por la gripe casi todos los españoles, resultando infectado incluso Colón; muchos murieron y al poco tiempo también los indígenas de la Isla de Santo Domingo en número muy elevado.

El primer médico llegado a tierra mejicanas fue el sevillano Pedro López, que desembarcó en Veracruz poco después de concluida la conquista de Tenochtitlan; luego acompañó a Cortés a las Hibueras y fue nombrado protomédico de México en 1527. La base de operaciones de la conquista de México fue establecida en Veracruz en abril de 1519, que aunque la elección fue geográficamente correcta, sanitariamente no. Fue el puerto de relación de México con las Antillas y España; también el punto de acceso del Golfo de México a la ciudad de México y de la comunicación con Asia desde Acapulco. La Villa de la Vera Cruz fundada en 1519, resultó estar en un lugar malsano y tuvo que cambiar su asentamiento en 1521 y moverse de nuevo en 1524 a un emplazamiento hoy llamado La Antigua.

Veracruz fue llamada desde entonces «tumba de los españoles» por los muchos que morían al desembarcar. En 1536 el Obispo Juan de Zumárraga advirtió del peligro al Consejo de Indias. Las «fiebres agudas de las que pocos escapan» y el hecho de que los españoles quedaban a salvo de enfermedades alcanzando Jalapa, situada a mayor altura, libre de mosquitos y vectores potenciales de la fiebre amarilla, hacen pensar que esta enfermedad pudo ser endémica en aquel puerto a la llegada de Cortés. Desde luego lo fue en el siglo XVIII, y el vómito prieto se mantuvo endémico en Veracruz hasta fechas bien recientes.

En la ruta de Hernán Cortés de Cempaola a México por Tlaxcala, hubo tres jornadas por tierras ásperas y frías, donde murieron «de frío» los indios siboneyes que Cortés había llevado de Cuba como porteadores. Cervantes de Salazar, cronista oficial de México, años después decía que la ruta equivocada había sido indicada por dos guías enviados por Moctezuma, que pretendía internar las fuerzas de Cortés por lugares inhóspitos para que murieran y su empresa fracasara.

La diseminación de la viruela en México se inició el 30-05-1520 en Cempoala, Veracruz, al día siguiente de haber hecho Cortés prisionero a Pánfilo de Narváez. Durante la noche del asalto al campamento de éste, Gonzalo de Sandoval, capitán de Cortés, dio con el aposento de los porteadores negros de Narváez, donde uno de ellos, llamado Francisco de Eguía, tenía viruela. De él se contagiaron los indios de Cempoala que luego contaminaron a los tíaxcaltecas y al resto de mexicanos. Esta epidemia la introdujeron en América los portugueses, a través de una flota de embarcaciones piratas que traficaban con esclavos de color llevados de África. De ahí la existencia de gente de raza negra en América.

Refiere Francisco Guerra (respeto la ortografía): “son muchos los cronistas que recogen lo sucedido y Cortés en la Tercera Carta de Relación (1522). Otro tanto pasa con Díaz del Castillo (1632) y varios escritores coetáneos, pero tal vez la descripción más amplia sea la de Torquemada (1615) que tuvo a la vista todo lo que se escribió en aquel siglo sobre el problema. «…Sucedió en esto, que se dio, que yendo en el exército de Narvaez un negro con viruelas, y como el lugar de Cempoalla era muy grande y de mucha gente, y las casas de los indios tan pequeñas que vivían muy apretados, fueron las viruelas pegándose con los indios de manera, que assi por no curarse, como porque usándose ellos de lavarse cada día de salud, lo hazían con orina que los abrazava y ayudado del calor de la tierra, cosa tan contraria para tal cura, y assi murieron infinitos…”.

“…Eran tantos los muertos que, como no los enterraban, el hedor corrompió el ayre y se temió gran pestilencia. Este mal de las viruelas se extendió por toda Nueva España y causó increíble mortandad y era cosa notable ver a los indios que se salvaron desfigurados en las manos y rostros, con los hoyos de las viruelas por causa de rascarse. Muchos tienen opinión que este mal no sucedió del contagio del negro porque afirman que de cierto en cierto tiempo esta enfermedad y otras eran ciertas y generales en las Indias y el no haber tocado a los Castellanos, parece que trae aparencia de razón…

En la ruta de Hernán Cortés de Cempaola a México por Tlaxcala, hubo tres jornadas por tierras ásperas y frías, donde murieron «de frío» los indios siboneyes que Cortés había llevado de Cuba como porteadores

Entre la aparición de la viruela en Cempoala a finales de mayo de 1520 y la retirada española de la ciudad de Tenochtitían a finales de junio de 1520, sufrieron más la epidemia los aliados de Cortés y entre los que murieron se encontraba Maxicatzin, a quien debía Cortés la alianza de los tíaxcaltecas. Pero donde la epidemia de viruela tuvo peores efectos fue en Tenochtitían, cuando por el asedio quedó convertida en un área confinada. La entrada a Tenochtitlan de un indio con viruela en septiembre de 1520, antes de que comenzara el sitio, dice Torquemada (1615) hizo que prendiera la enfermedad entre todos.

Esta pestilencia comenzó en la provincia de Chalco y duró sesenta días. De ella murieron entre los Mexicanos el rey Cuitlahuatzin que poco antes habían elegido, que sólo reinó cuarenta días, y murieron otros muchos principales y otros soldados viejos y valientes hombres en quienes ellos tenían muro y amparo para su hecho de guerra. Esta pestilencia fue un mal agüero para los indios y buen anuncio para los españoles, porque con ella murieron muchos Indios”.

Uno de los primeros actos de Cortés al aceptar la rendición de Cuauhtemoc el 13-08-1521, fue indicarles que había que «adobar» la conducción de agua de Chapultepec, lo que confirma que los sitiados carecieron de agua potable y tuvieron que recurrir a la salobre y contaminada de desechos y muertos del Lago de Texcoco, con lo que la incidencia de enfermedades infecciosas por transmisión hídrica y disentería fue enorme. El anónimo indígena de Tíatelolco que relató brevemente (1528) la conquista de Tenochtitlan por Cortés, dice: «… Ya se fueron (los españoles tras la Noche Triste) a meter en Tlaxcala. Entonces se difundió la epidemia con tos y granos ardientes que queman”.

Pero la tos no es de viruelas, sino de gripe, enfermedad epidémica que hasta entonces habían confundido los epidemiólogos con el sarampión de 1537. En un documento en poder de Alzate que recoge Bustamante (1973), se dice: «… Los contagiados decían generalmente acometerles la enfermedad “sin motivo conocido, o con causa suficiente a juicio de ellos”, como haber bebido agua fría o exponerse al aire estando calientes, sin haber sufrido alguna insolación, etc.

Y añade: “En el momento, de la invasión, sentían intenso frío en todo el cuerpo y un incendio como de volcán les devoraba las entrañas. La respiración se volvía difícil y fatigosa, los ojos se ponían encendidos y rubicundos, un dolor agudísimo atormentaba sus cabezas. A los más, sobrevenían copiosos flujos de sangre por las narices, que se prolongaban sin ser posible restañarlos, por uno o dos días continuos. También era frecuente que se les formasen parótidas que llegaban muchas veces a supurar. Cuando la enfermedad hacía crisis favorable era de ordinaria quebrando en reumatismo…». Sahagún dice que la enfermedad «pestilencia grandísima y universal de 1545” fue aún mayor «En toda esta Nueva España, murió la mayor parte de la gente que en ella había. Yo me hallé en el tiempo de esta pestilencia en esta ciudad de México, en la parte de Tíatilulco, y enterré más de diez mil cuerpos, y al cabo de la pestilencia dióme a mí la enfermedad y estuve muy al cabo... ».

En el Méjico precolombino ya existían tifus exantemático tabardete o matlazahuatl, en nahuatí, Diaz del Castillo (1632), refiere que en 1526 fue también introducido en las naos procedentes de España por Veracruz. «... Y también quiero decir que pareció ser que en el navío en que vino el licenciado Luis Ponce (de León) dio pestilencia en ellos porque a más de cien personas que en él venían les dio modorra y dolencia de que murieron en la mar y después de desembarcarlos en la villa de Medellín (Veracruz) murieron muchos de ellos y aun de los frailes quedaron muy pocos y fue la forma que aquella modorra cundió en México... ».

Finalmente, otra enfermedad epidémica introducida por los españoles durante la conquista de México fue el sarampión, acerca del cual tenemos el testimonio de aquel humilde franciscano Toribio de Motolinia, parte del grupo que llegó a Veracruz en 1524, a quien la tradición llamó los “doce apóstoles”, que fueron de Belvís de Monroy (Cáceres) a evangelizar Méjico, aseveró que la primera plaga que hubo en la Nueva España fue la viruela, y dice: «A esta enfermedad llamaron los Indios la gran lepra, porque eran tantas las viruelas, que se cubrían de tal manera que parecían leprosos, y hoy día en algunas personas que escaparon parece bien por las señales, que todos quedaron llenos de hoyos”.

La Bíblia, en el Antiguo Testamento, ya nos advierte sobre las epidemias. Hipócrates, padre de la medicina, decía en su tercer libro: “Más vale prevenir que curar”. Que “las epidemias se producen por el estado del aire y los cambios de estación, cálida y húmeda“. Y que “la ciencia médica es sabiduría, mientras que las simples opiniones son ignorancia. Hagamos caso, pues, a los médicos y seamos sumamente precavidos y responsables, en bien de todos.

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