Si usted ha llevado a los niños a hacer deporte, habrá entrado en un mundo mágico donde conoce gente a la que no le apetece conocer y a entrenadores que prometen hacer de sus hijos estrellas. No es tabla rasa, pero -más o menos- de eso va la historia. Si creen que se van a encontrar con Fernando Rivas-el entrenador de Carolina Marín- van de coña barbera porque lo normal es encontrar un chavalillo al que no pagan en el club que sea, porque simultanea esto que tanto ama con los estudios.
Ese va a ser el mejor entrenador para sus hijos, háganme caso, porque nadie más entregado, ni que se porte mejor con los chavales. Ninguno que sea mejor ejemplo de dónde se puede llegar con los estudios y el deporte como complemento. Lástima que luego están los que no tienen nada más en la vida que entrenar a un equipillo. Esos sí son el problema, porque todo lo circunscriben a ese momento temporal. También las hay ellas, no se crean. Con exactamente los mismos parámetros calcados a pie juntillas. Porque no tiene nada que ver ni con la edad, ni con el sexo, ni con el deporte que sea, ni con los colores de los equipos. Tiene que ver con las personas que se creen que son especiales por tener a su cargo pequeños deportistas. Miren que respeto a los que enseñan. A los de los adolescentes más aun, porque si yo estoy harta de mis hijos viéndolos a ratos perdidos y enseñándoles solo normas básicas para la vida, imagínense lo que será encontrarse con treinta cabezas huecas con los ojos perdidos en los móviles, las risas tontas, los memes cotidianos y encima teniéndoles que enseñar matemáticas académicas, pongo por caso. Siempre me han importado más los estudios que los deportes, porque sé que de los primeros se come y de los segundos no, por mucho que me digan que si Fulanito o Menganita es lo más, no hay como pasarse por Decatlón un sábado por la mañana para verte viejas- o jóvenes- glorias que te están allí despachando.
Una vez fue una Campeona europea de baloncesto la que me quitó las ganas de pelear por lo que mi hija consideraba su meta deportiva; Otra vez un Campeón de voleibol de las mismas maneras. El deporte no te da para nada si no eres estrella de futbol, así que has de amueblarte bien la cabeza y pensarlo detenidamente. Que sí es verdad que los centra, que les quita de tonterías, entre otras cosas porque no les queda tiempo para nada entre los estudios y el entrenamiento. Pero por mucho que los chiquillos lo estiren y ya les digo que algunos lo hacen machacándose para llegar a todo, a la larga solo los estudios te sacan de las colas del paro.
Tampoco tenemos ayudas, ni financiaciones, ni ojeadores como en USA donde los niños que destacan consiguen becas de estudios en magnificas universidades. Aquí somos más de andar por casa, en lo que respecta a los entrenadores y en lo que respecta a todo lo que los rodea. He conocido muchos y muchas. Pero algunos – pocos- se han subido a las matas de la idolatría por creerse mejores que todos por el hecho de estar educando a deportistas. No se lo echo en cara, tontos los hay en todas las profesiones. En la mía más, porque lo llevamos interiorizado. Es una pena, la verdad, que no se den cuenta del daño que le hacen a las criaturas que pretenden enseñar con no saberles hacer ver que el deporte es salud mental, juego limpio, entrega, competitividad, pero sobre todo vida. Nunca el obedecer a pie juntillas, el hacer llorar, el insultar o el descalificar como he visto tantas veces. Tampoco el bronquear a padres, los desplantes, el insultar a árbitros o querer llevar la razón por decreto divino.
No digo que los progenitores seamos nada más que humanos, muchas veces esperanzados en que los hijos se saquen algo en ese mundo tan difícil y exclusivo como es el de los deportistas. Tan limitado y exclusivo como el de los escritores que viven con los libros que venden. Pero así es la vida. Todos tenemos derecho a equivocarnos: los padres más, porque al cabo solo luchamos por ellos. Por su mejoría. Porque consigan lo mejor, incluso a pesar de ellos mismos. Supongo que nadie me negará ese derecho- y sobre todo deber- que nos impusimos el día que los concebimos.
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