Opinión

Entre tinieblas

Después de la experiencia vital por la que he pasado durante varios meses puedo decir abiertamente que me siento un renacido en el término mitológico más estricto. Al igual que un niño que se enfrenta a un momento decisivo de su maduración, me pareció afrontar un tiempo crucial de mi existencia; a pesar de que ya era hombre, de alguna forma volví a revestirme de una capa nueva que me ha reforzado como entidad humana más completa. Si bien sentí la inmensa soledad del mundo y, por primera vez se me reveló, el temor esencialmente humano en presencia de la muerte. De alguna forma tuve un viaje iniciático por senderos oscuros (país de los muertos) a través de mi afectada psique (donde habita el sufrimiento y reina el abandono personal), tuve ayudas y acompañantes (familiares y amigos) que me ayudaron a salir del laberinto reforzado gracias al elixir (tratamiento médico) que me devolvió reforzado (con nuevo atuendo interior y espiritual) ante el mundo y los míos. Por fin puedo volver a escribir en mi querido periódico decano con reforzadas energías pues la escritura me abre otra vez su puerta iluminando el camino. He vuelto de la oscuridad y los miedos a la luz y el amor. Una grave dolencia que afectó a mi querida mujer Francisca Serráis produjo en mi un shock mental que me sumió en una profunda depresión; gracias a la Diosa Madre, a los rezos y plegarias de muchas personas y amigos y al buen hacer de los oncólogos, mi mujer está superando la enfermedad con nota alta y camina hacia su completa recuperación. Hago desde estas líneas un sentido homenaje de gratitud a la tenacidad y paciencia de mis familiares y amigos (en especial a Carlos Matoso, José Manuel Pérez-Rivera, Samira Hamadi, Santiago Orduña, Lola López-Enamorado, Carmela Ríos, Eugenia Matoso y Genoveva Domínguez) y a la labor de los médicos que consiguieron devolverme a la lucidez.
Una persona en aquel estado se convierte en un serio problema para sí mismo y los demás que te rodean, por eso debo agradecer a mi hermana Angelines, mi cuñado Carlos Miras y mi hermano Javier y mi cuñada Inmaculada todos los cuidados y desvelos que tuvieron conmigo hasta que finalmente pudieron atenderme convenientemente en un servicio médico apropiado; mis familiares de Canarias también estuvieron muy pendientes de mi evolución así como otros muchos amigos que por razones de espacio no puedo nombrar. Una persona deprimida no suele ser comprendida por los que le rodean sobretodo cuando no ha tenido antecedentes de este tipo de trastornos y su causa es exógena y está motivada por la enfermedad o dolencia de otra persona allegada. Los resortes sociales se activan automáticamente exigiendo entereza, fortaleza y cordura ante el problema médico de la persona allegada, en este caso mi mujer. Sin embargo, cuando se penetra en este laberinto mental alterado, en esta depresión sin salida se puede producir un verdadero cambio químico cerebral que te inhabilita sin revertir hasta que no sea tratado profesionalmente con los fármacos adecuados. Aquí ya no sirven las terapias verbales, ni los conversaciones cognitivas o de modificación de conducta pues el organismo entra en una espiral imparable. Esta incomprensión social y familiar suele hundir más al depresivo y llegado el momento adecuado supera ampliamente la capacidad de todos los que le rodean siendo la única solución la intervención psiquiátrica competente. El hartazgo llega incluso a provocar conductas exasperadas en contra de la persona deprimida. Puesto que hay una persona que tiene el problema médico evidente y acuciante, el depresivo se convierte en un ser molesto que está claramente de más, llegando a perder incluso el respeto de los suyos. Solo algunas personas con experiencias directas o conocimientos suficientes sobre estos trastornos entendían lo que me estaba sucediendo a pesar de no poder evitar que siguiera cayendo en el pozo negro depresivo. En mi caso, la incomprensión de los demás fue mayor al ser una persona sin problemas previos y con una gran entereza y capacidad para afrontar trabajos científicos a veces en situaciones complejas y llevar sobre mis espaldas una gestión en beneficio de la conservación marina y de la biodiversidad difícil y dura. Sin embargo, por tener una vida plena y feliz, llena de contenidos y proyectos interesantes, no quiere decir en absoluto que se este libre de contraer una afección mental exógena. Es más, debería haber sido previsible, como así lo atestiguan los datos estadísticos de varones mayores de cincuenta años; de hecho una parte importante de las personas que nos conocen como pareja, no se extrañaron en absoluto de mi depresión. En relación a esto que estamos comentando, cabe indicar los demoledores datos sobre miles de millones de ansiolíticos y antidepresivo recetados en Canadá y Estados Unidos reflejados en el excelente ensayo “El poder curativo de la naturaleza”, de Eva Selhub y Alan Logan. Desgraciadamente, las depresiones mayores o severas son una de las causas de muerte más frecuentes en los varones mayores de cincuenta años y en Inglaterra parece que, incluso, son la primera causa de este sector de la población. Las mujeres también la padecen, pero son mas sensatas y equilibradas culturalmente y saben buscar ayuda sin que tengan sentimientos de culpabilidad por ello. Existe un programa de radio dirigido por Michael Robinson, del día siete de julio de 2019 (Acento Robinson), sobre esta temática, recomendado por mi querido amigo José Manuel Pérez-Rivera. Pienso que puede ayudar a quien lo escuche a entender algo más en relación a esta dura afección mental que afecta a tantas personas en el mundo. Una depresión mayor es una grave afección que desgraciadamente está muy estigmatizada socialmente, pues este tipo de dolencias, a pesar de estar reflejadas desde los primeros tiempos de la escritura en tablillas sumerias, como bien comenta Joseph Campbell en su volumen dedicado a la mitología oriental dentro de su serie “Las Máscaras de Dios”, todavía continúan produciendo prejuicios y malos entendidos. Esta incomprensión dice mucho de los tabúes que rodean a los comportamientos y conductas socialmente rechazados y la escasa evolución cultural que hemos tenido los seres humanos a pesar del gran desarrollo médico y psicológico de nuestras sociedades. Llegados a este punto, no me extraña nada que durante mucho tiempo, y aun todavía hoy en día en ciertas regiones, las personas con trastornos mentales hayan sido no solo rechazados y ocultados sino también tratados como poseídos por demonios. Debo decir que una vez que pude superar el episodio mi vida ha vuelto a la normalidad anterior y como digo al principio me siento más reforzado. Además cuando comento el problema con personas allegadas es raro que alguna de ellas no me refiera un episodio por el que pasó el mismo o un familiar o amigo cercano; el depresivo se solidariza rápidamente con el que ha padecido el problema. Una de los síntomas depresivos es el miedo y la culpa por no estar supuestamente a la “altura de las circunstancias” por eso una vez superada la crisis hablar del problema abiertamente con los demás ayuda a expulsar los demonios mentales y a comprender el alcance de los estigmas y tabúes.
Empecé el artículo hablando del poder de los mitos y quiero concluirlo hablando de una experiencia grata y reconfortante en la que participé hace pocos días. El alimento espiritual es el más esencial de todos los nutrientes que nos hacen humanos y en mi caso encuentro lo que necesito en los sagrados ecosistemas naturales y también en las obras humanas inspiradoras. Tuve la suerte de participar junto a José Manuel en una preciosa ceremonia ancestral en honor de Krishna, el Janmashtami, lleno de reminiscencias arcaicas y simbolismo natural y cultural. Se produjo la magia de un ambiente especial entre todos en la ceremonia dirigida por un entrañable y cercano “Chamán” ceutí (para mí, este término tiene un alto significado) llamado Juan Carlos Ramchandani. Los cinco elementos, las esencias vegetales puras, los mantras y el fuego purificador nos conectaron con algo muy superior que nos rodea y que solo lo pueden captar aquellos que están iniciados y han profundizado en las enseñanzas de la introspección y devoción hinduista. Me sentí pleno y fui bendecido con el fuego sagrado donde se quemaron nuestros deseos para que volarán hasta el espíritu eterno al que pertenecemos todos y en ese todo también incluyo la biodiversidad, pues en su gran gineceo espiritual, el hinduismo no discrimina a los otros seres sino que los honra valorando sus virtudes y respetando sus espíritus sagrados. Para mí, estaba claro que la Gran Diosa estaba presente y a ella solicité los favores de una completa recuperación de mi amada mujer, al fin y al cabo si enfermé mentalmente fue por asomarme al vacío de su pérdida sin la protección debida. Así sea.

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