Posiblemente, si se hiciera una encuesta estos días sobre las preocupaciones de los ceutíes la inseguridad ocuparía uno de los primeros puestos.
La inseguridad y la incertidumbre.
Nadie (o casi nadie) se siente seguro. Quien no está preocupado por sí mismo, lo está por sus hijos, hermanos y amigos.
En cualquier lugar de la ciudad. Nadie entiende cómo hay tantas armas dando vueltas por Ceuta y al alcance de cualquier descerebrado. En cualquier momento alguien puede disparar.
No es exagerado. Es lo que está ocurriendo y de manera especial en el príncipe, un barrio abandonado a su suerte durante demasiado tiempo de cuyo fracaso creo que todos somos parcialmente responsables, algo realmente frustrante cuando las soluciones no dependen de ti.
Pero cuando mueren inocentes eso es lo de menos.
Ahora lo importante es que el problema está identificado (realmente siempre lo estuvo pero ahora parece que la mayoría lo ve claramente).
Permitir la marginación social en todas sus extensiones trae consecuencias fatales para toda la ciudad y no sólo para un barrio o para un colectivo como algunos erróneamente creen. Es como cuando una parte del cuerpo está enferma y que tarde o temprano afecta al resto de órganos.
Es lo que ocurre con barriadas como el príncipe o los rosales que conozco de cerca. Los que somos de esas zonas, hemos estado siempre abandonados a nuestra suerte y recordamos perfectamente haber oído tiroteos, presenciado peleas sangrientas y visto la marginación de cerca. Y del mismo modo, reconozco y reprocho porque así lo recuerdo, que nadie viniera a tendernos una mano amiga o a “rescatarnos”. Ni de los problemas económicos, ni de la falta de infraestructuras en condiciones donde jugar o compartir tiempo ocioso de manera provechosa, ni de los problemas de las viviendas que se nos caían a trozos, etcétera, etcétera. ¿Saben a quienes recuerdo ayudando a las personas del barrio? A los propios vecinos y vecinas con quienes se creaba una hermandad inquebrantable.
De lo que hablo hace ya muchos años, concretamente son recuerdos de la década de los ochenta y de los noventa, pero lamentablemente pocos cambios se ven.
Debe haber un punto de inflexión y la muerte de Munir debería serlo. Que un chico inocente que podría ser tu hermano, tu compañero o tu vecino pierda la vida porque alguien lo decide tiene que hacernos reflexionar a todos.
No sólo para buscar y señalar responsables si no especialmente para encontrar soluciones.
Y creo que las soluciones, al igual que el problema, tienen que ser multidimensionales. Cada uno en su medida, en su ámbito de actuación, debemos aunar esfuerzos si realmente queremos resolver el problema y no sólo olvidarlo hasta que muera otro inocente. No sirve de nada echar balones fuera ni tampoco escurrir el bulto. Una familia queda completamente destrozada cada vez que alguien asesina a uno de sus miembros.
No es un problema puntual.
La solución no es fácil ni inmediata pero puede llevarse a cabo si realmente la implicación es sincera y sin prejuicios.
La inversión en cualquier barriada que sufre y padece la marginación y la exclusión tiene que ser real. Al igual que el compromiso. No nos sirve de nada que se hable de millones de euros invertidos en el príncipe cuando no se reflejan en mejoras para quienes viven ahí y que, evidentemente, también pagan sus impuestos como cualquier otro ciudadano.
Pero también hay que eliminar de una vez los prejuicios, el rechazo o la negativa por respuesta ante las opiniones del otro.
Ya va siendo hora de difuminar, al menos, ese nosotros y vosotros que tanto perjuicio nos hace a todos. Lo contrario nos lleva a distanciarnos cada vez más sin darnos cuenta de que esa actitud es egoísta e impropia entre quienes componemos un todo.
Y tal vez esa sea una de las partes de la solución: ser conscientes de que la elección pasa por decidir si entre todos formamos la ciudad o si preferimos caminar hacia la nada y el quebrantamiento social escudándonos eternamente en la actitud de los otros como único argumento….
Siempre será preferible intentar una y otra vez formar ese todo que ser arrastrados, irremediablemente, hacia la nada.