Fue encontrado solo y esa misma soledad es la que prácticamente le acompañó ayer en su entierro. El joven cuyo cuerpo fue encontrado en la playa del Tarajal y al que un joven llegó incluso a querer practicar el boca a boca buscando una reanimación imposible, descansa ya en el nicho número 146 de la galería Santa Beatriz de Silva. Allí, a las 12.00 horas, recibió la última despedida, acompañado del calor de los trabajadores del cementerio, de los empleados de Funeraria Curado, del presidente de la AUGC, del padre Antonio y de periodistas de esta Casa. Tuvo un entierro digno, al igual que los demás subsaharianos que han terminado encontrando en Ceuta su trágico punto y final y que ocupan ya decenas de nichos dispersos por las distintas galerías del camposanto.
Varón, negro, sin identificar. Así ha sido enterrado este joven cuya vida quedó truncada en plena frontera de España con Marruecos. Su cuerpo permaneció en el fondo del mar desde el jueves hasta el pasado sábado, cuando el mar, embravecido, se rebeló contra tamaña injusticia, y trajo hasta la orilla del Tarajal el cuerpo de uno de ellos.
Nada se sabe de su vida, de su historia, de lo que dejó atrás. Es otro sueño roto más de los miles que integran ya la inmigración clandestina. Él representa la viva fractura de un sistema de blindajes absurdos e ineficaces que están causando demasiadas muertes.
En el cuerpo de este joven se dan la mano dos escenas opuestas. El sábado, tendido en la playa del Tarajal, captaba los focos de todos los medios locales y nacionales. Su hallazgo era noticia, era objeto de opinión entre partidos políticos, daba pie a nuevas valoraciones y críticas. Ayer era despedido prácticamente en soledad, olvidado por casi todos. Sin quererlo su marcha venía a significar el drama que presentan estos hombres y mujeres cuyos cuerpos llegan a Ceuta, mostrándonos cual injusto es este mundo.
A las costas ceutíes han llegado decenas de cuerpos, de hombres, mujeres e incluso niñas. Solo algunos han podido ser identificados. Frente al nicho de este joven está enterrado el también subsahariano Paul Charles, que falleció hace un par de años aplastado por las basuras del camión en el que se ocultaba. Al lado, la madre y su hija cuyos cuerpos fueron localizados por el Servicio Marítimo cerca de isla de Perejil tras el naufragio de una embarcación. También está Sambo Sadiako, otro compatriota que se desangró en la valla al quedar enganchado en las concertinas. Y muchos más jóvenes: aquellos que murieron a principios del año 2000 tras ser empujados por argelinos que ejercían de motores humanos y los abandonaban cerca de la orilla en donde terminaban ahogados porque no sabían nadar. Todos tienen su hueco en Santa Catalina, convertida en la morgue permanente de los sin papeles que terminan con sus vidas en una Ceuta a la que siempre habían visto como ciudad de paso. Terminó no siendo así.