Un 4 de mayo de 1895, tras recibir los honores militares salen desde el cementerio de Santa Catalina los restos mortales de varios militares, que fallecieron en la Guerra de África 1859-60.
Sus cuerpos son trasladados en un cortejo fúnebre por las estrechas calles de aquella Ceuta de hace más de un siglo, en silencio y con el reconocimiento de la ciudadanía. Al llegar a la Plaza de África, los féretros son depositados en la cripta del monumento central del jardín, situada en las escaleras que están frente al Palacio Municipal, y allí se les dio sepultura. Los cuerpos corresponden a los tenientes coroneles José Villena y Antonio Piniers, el comandante Bernardo Gelabert, los capitanes Miguel de Castro y Bernardo Paterni, los tenientes Jacinto Mena y Andrés Claminos, el subteniente Conrado Unceta y el soldado Federico Pellicer.
El monolito se proyectó en 1892 por el ingeniero militar José de la Madrid Ruiz, de estilo neogótico, tiene trece metros y medio de altura. El sello del escultor, se hace bien patente en sus terminaciones regias y sombrías, construido con piedra de la cantera de San Amaro. Los relieves en bronces que decoran la parte inferior son obra del escultor sevillano Antonio Susillo Fernández, alusivos al general Prim y a los voluntarios catalanes que intervinieron en esta guerra. Este desarrolló sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de París y en Roma. Obteniendo durante su carrera numerosos premios en exposiciones nacionales, entre ellos, los segundos premios en 1887 y 1890. Su obra está marcada por la influencia modernista que recibió durante su estancia en París. Se caracteriza por el carácter realista y descriptivo. Entre sus discípulos hay que destacar a Antonio Castillo Lastrucci.
Sobre el autor de los bajorrelieves podemos destacar su perfecciona y continuos viajes por Europa, para logar la similitud con los grandes maestros italianos del Renacimiento y del Barroco, pero no es solamente un viajero aprendiendo, sino a la vez, y con poco más de veinte años, ya es un maestro sembrando estatuas en Europa. A los 28 años, Antonio Susillo recibe del Ayuntamiento de Sevilla el honrosísimo encargo de crear el monumento a Daoiz, el héroe de la Guerra de la Independencia, obra monumental que realiza en muy pocas semanas, y que es emplazado en el centro de la hermosa plaza de la Gavidia.
Ya antes había hecho el monumento a Velázquez, erigido en la plaza del Duque. Dos años después, el Gobierno le otorga la Encomienda de la Real y Distinguida Orden de Carlos III, y es nombrado académico numerario de la de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría. Otros monumentos sevillanos hechos por Antonio Susillo son toda la serie de estatuas que coronan la balaustrada del palacio de San Telmo. Por esta obra cobró Antonio Susillo la entonces altísima cifra de 2.500 pesetas por cada una de las doce estatuas, o sea, 30.000 pesetas en total, lo que representaba un capital. Otra bellísima obra hecha por Susillo en esta época es la estatua de Miguel Mañara que hay emplazada en el jardín de la calle Temprado, frente a la puerta del Hospital de la Caridad.
Autor de los bajorrelieves
Antonio Susillo y su trágica muerte
Sobre la trágica muerte del autor de los bajorrelieves del monumento, se cuenta que estando en su taller de Sevilla, cogió su pistola, la metió en el bolsillo del blusón de trabajo, y se marchó a la zona ferroviaria, se sentó sobre un montón de travesías de madera que había junto a la vía, y metiéndose el cañón de la pistola debajo de la barba, disparó el tiro que le causó la muerte. Cuando encontraron al poco rato el cadáver nadie sabía de quién se trataba. ¿Quién podía imaginar que el más ilustre escultor de España, una gloria más aún que nacional, europea, iba a morir oscuramente en el borde de la vía, en la tremenda soledad del campo? En el periódico de la mañana siguiente decía la noticia en una columna de gacetillas de sucesos: "Hallazgo de un cadáver. Junto a las vías del tren, en el ramal de la Barqueta a San Jerónimo, apareció ayer tarde el cadáver de un hombre decentemente vestido. Fue trasladado al depósito judicial, donde aún no ha sido identificado." A la mañana siguiente estalló el asombro y la consternación en Sevilla al descubrirse que el suicida del día anterior era nada menos que Antonio Susillo.
Diario de un testigo de la guerra de África
Pedro Antonio de Alarcón
Pedro Antonio de Alarcón, escribió un testimonial libro sobre la contienda, lo tituló Diario de un testigo de la guerra de África (1859-60), en este relato revela su talento descriptivo. Este Diario es una obra imprescindible para comprender la relación de amor y odio, de condena al eterno enfrentamiento, entre España y los pueblos del norte de África; entre la religión católica y la musulmana. En 1859, cuando España alzó banderas, tenía Pedro de Alarcón 26 años. La guerra patriótica del norte de África le entusiasmó de tal modo que, pese a estar libre de quintas, se apuntó como voluntario y luchó, como soldado raso del Batallón Cazadores de Ciudad-Rodrigo, junto a otros cuarenta mil españoles. Todas las regiones de España pusieron sus hombres y sus fuerzas al servicio del ideal común. Cuenta Alarcón, de la heroicidad de las compañías de Voluntarios Catalanes "que la noble y patriótica tierra de Roger de Flor envió al ejército de África; de los Tercios Vascongados; de los Regimientos de Castilla, generosos en esfuerzo y valentía.
Describe el ambiente guerrero y festivo de aquellos hombres, y cómo en los batallones compuestos por andaluces se tocaba el fandango, en los regimientos donde abundaban los aragoneses resonaban bulliciosas jotas y en los de los gallegos se escuchaba la muñeira”, escribió Pedro Antonio de Alarcón.
En 1860 nace una nueva ciudad
Ceuta, ceñida en sus primitivos lindes de escasamente 3,5 Km., se transforma tras la Guerra de África 1859-60. El tratado de Wad-Ras ampliaba los límites fronterizos, incorporando como franja de seguridad, inicialmente bajo administración militar, el, llamado campo Exterior, base de la posterior expansión urbana. Las exigencias de la guerra permitieron desgravar algunos productos y declarar su franca entrada para agilizar y garantizar el aprovisionamiento al ejército. Consiguiendo una provisional declaración de puerto franco, que consiguió dos años después de finalizada la contienda por un Real Decreto, que reforzaba la exención fiscal concedida en 1846, pero obliga en 1869, para compensar la pérdida de ingresos municipales, a la concesión de un arbitrio municipal sobre las mercancías, base primordial del comercio de la época. Tres años posteriores, nuevas asignaciones fueron fijadas a Marruecos, lo que supuso la constitución de una aduna en la frontera de Melilla, en 1866, y la posibilidad de abrir otra en Ceuta, que no llegó hasta la firma de un nuevo acuerdo entre España y Marruecos, el 17 de noviembre de 1910. Aunque en esta ciudad, la aduna comercial como tal, continúa en este siglo XXI sin llevarse a cabo.
Surge además una sociedad civil que desde el Municipio se opondrá a la supremacía política a los gobernadores militares. Ese enfrentamiento caracterizará la ciudad en las últimas décadas del siglo. La burguesía de la que se surtirá los talleres masónicos en la ciudad, confiará sus intereses a una nueva incursión, que en ese momento se pretendió reconciliadora en Marruecos, relacionada con las asociaciones africanista, realizando una trasformación de los viejos presidios en ciudades burguesas capacitadas de lanzar el poder español y ser plataforma de la incursión. La conferencia de Algeciras de 1906, dio validez a ese programa.
Existe pleno consenso en que el origen de la Guerra de África 1859-1860 está en la declaración de guerra que propone el Parlamento a la reina de España y que ésta aprueba el 22 de octubre de 1859. Ahora bien, ¿cuáles fueron las razones que subyacen en ese acto parlamentario? El historiador José Ramón Remacha Tejada, nos señala: "Entre las causas próximas se señala de manera unánime la destrucción de unas obras iniciadas en el alto del Otero para disponer de un cuerpo de guardia y además la destrucción o rotura de un mojón con el escudo nacional. Son hechos perpetrados por parte marroquí y más exactamente por elementos de la cabila de Anyera en la noche del 11 de agosto y siguientes. En su intervención ante el Congreso O'Donnell, como jefe del Gobierno, manifiesta que se trata simplemente de proceder frente a Marruecos para salvar el honor nacional.
En la perspectiva que nos dan los años podemos juzgar que había mayor motivación para declarar la guerra. Pueden reducirse a dos tipos. Uno el militarismo de la época y otro la seguridad de Ceuta. Respecto a lo primero es evidente que la España de la segunda mitad del siglo XIX estaba carente de estabilidad política y de unidad nacional.
Los vaivenes de la política entre liberales y conservadores, los golpes de Estado y las graves fisuras en el tejido social producidas por las guerras carlistas eran factores que determinaban una coyuntura favorable para intentar una acción exterior de amplio respaldo nacional".
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