La esperanza de vida de la población ha aumentado considerablemente en las últimas décadas. En la actualidad, la media de años de vida en nuestro país se sitúa en 83 años. Este incremento se debe en gran medida a la erradicación de enfermedades, a la reducción de la mortalidad de patologías frecuentes y a muchos cambios en las costumbres y en la vida cotidiana, como la mejora del control de los alimentos o la generalización de las medidas higiénicas.
La enfermedad cardiovascular ha sido uno de los campos de la medicina en los que más se ha avanzado. Si echamos la vista un par de décadas atrás, el ictus o el ataque de corazón implicaban un desenlace fatal. Hoy en día, los pronósticos han cambiado y muchos pacientes consiguen recuperarse y vivir con absoluta normalidad.
Se plantea entonces la paradoja de por qué las enfermedades cardiovasculares siguen siendo la principal causa de mortalidad en los países occidentales. De hecho, cada año fallecen más personas en el planeta por este motivo que por cualquier otro. Y, además, las previsiones Organización Mundial de la Salud (OMS) no prevén una mejoría en estas cifras en un futuro cercano.
Según datos de la OMS, las enfermedades cardiovasculares siguen siendo la principal causa de muerte en todo el mundo. En el caso de España, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), recogidos en el documento “Estrategia de Cardiopatía Isquémica del Sistema Nacional de Salud” del Ministerio de Sanidad y Consumo, las enfermedades cardiovasculares constituyen la primera causa de muerte para el conjunto de la población española.
En esta situación, son muchos los factores que influyen. Pero los expertos destacan fundamentalmente el envejecimiento progresivo de la población y la pérdida de hábitos de vida saludables. La edad es un factor de riesgo en sí mismo, por lo que la posibilidad de tener una patología cardiovascular aumenta de forma directamente proporcional a los años. Por otro lado, nuestro país, reconocido tradicionalmente por contar con una de las tasas más bajas de enfermedades cardiovasculares, gracias entre otros factores, a la influencia protectora de la dieta mediterránea, ha experimentado un cambio significativo al incrementarse la prevalencia e incidencia y tipo de patologías.
En el año 2025 España será el segundo país más envejecido del mundo. Una cifra que nos da una idea acerca del posible impacto que tendrán las enfermedades cardiovasculares. Aunque esta situación no es fácilmente modificable, sí hay otros aspectos sobre los que podemos influir: el colesterol, la hipertensión arterial, el tabaquismo, la diabetes, la obesidad, el sedentarismo y el estrés.
Un cambio hacia una vida más saludable y activa abre una ventana de posibilidades para transformar en positivo el curso de la enfermedad cardiovascular, ya que, a diferencia de otras patologías de las que desconocemos sus causas, en esta ocasión conocemos las causas.
Por otra parte, las investigaciones aportan cada día nuevas evidencias sobre la reducción a la mitad del impacto de las patologías cardiovasculares. Un hecho que sería posible sólo con lograr una ligera disminución de las cifras de presión arterial, de la obesidad, de los niveles de colesterol y de las tasas de tabaquismo.
Sabemos cómo podemos prevenir la enfermedad cardiovascular y manejarla de forma efectiva cuando ya se ha producido, pero al tratarse de enfermedades muchas veces silenciosas, no se ha logrado todavía concienciar la población de forma generalizada. Así lo indican las cifras actuales en nuestro país: cada año 70.000 personas padecen un infarto agudo de miocardio y cerca de 100.000 un ictus. De acuerdo con los últimos datos disponibles, estas causaron 123.000 muertes y generaron 196.283 años potenciales de vida perdidos.
Tener salud y poder disfrutarla es una de las máximas aspiraciones del ser humano. Las encuestas confirman que este aspecto constituye una de las principales preocupaciones de la población. Sin embargo, muchos ciudadanos la descuidan. Probablemente porque no son conscientes de que buena parte de ella depende de su forma de vivir. Cuando se pregunta a los españoles cuál es la enfermedad que más temor les causa, la respuesta inevitable es el cáncer. Olvidan que su verdadero enemigo es la enfermedad cardiovascular. El infarto de miocardio y los accidentes isquémicos y hemorrágicos cerebrales son la principal causa de mortalidad y de discapacidad en nuestro país y en la mayor parte del mundo desarrollado, muy por delante de la patología tumoral.
Lo que sucede, es que, a diferencia de otras dolencias, las cardiovasculares no suelen suscitar inquietud. Se gestan a lo largo de los años de forma silenciosa, sin dar síntomas de su existencia hasta que, en ocasiones, es demasiado tarde. Otras veces avisan, pero tras el susto inicial, se vuelve a perder el miedo, quizá en la confianza ciega de que un medicamento podrá obrar el milagro de alejar el riesgo. Es cierto que los avances que ha experimentado la ciencia médica están permitiendo reducir de forma llamativa la mortalidad por causa cardiovascular. Pero las estadísticas muestran que los fármacos no son suficientes.
Aminorar el saldo letal que dejan cada año la enfermedad cardiaca y cerebrovascular implica poner coto a los factores de riesgo que están precipitando su progresivo incremento en todo el planeta. Y estos no son otros que los hábitos que caracterizan el estilo de vida actual de los habitantes de los países desarrollados: el tabaquismo, una forma de alimentarse excesiva, el consumo abusivo de alcohol, la ausencia de actividad física regular, el creciente estrés y la ansiedad…
Las naciones ricas gastan millones es mejorar sus sistemas sanitarios y la salud de sus ciudadanos y disponen de la mejor tecnología y de los más eficaces tratamientos. Como consecuencia de ello, sus poblaciones son cada vez más longevas, pero siguen sucumbiendo a los accidentes cardiovasculares.
Esta paradoja sanitaria se repite en todas las regiones del mundo a medida que prosperan. Es sorprendente observar cómo se modifican las causas de mortalidad en los países según avanza su desarrollo socioeconómico: la desnutrición y las enfermedades infecciosas, principales motivos de fallecimiento en las regiones pobres, dejan paso a la enfermedad cardiovascular. La razón no es otra que el hecho de que sus ciudadanos empiezan a adoptar el modo de vida propio de sus vecinos más desarrollados.
Esto no significa que la ecuación sea inevitable. Existen muchas ideas equivocadas respecto a la patología cardiovascular, posiblemente porque muchos aún no se han persuadido de que se puede prevenir su aparición y que, cuando ya está presente, también es posible reducir su impacto.
Miles de españoles reciben cada año un diagnóstico de hipertensión, hipercolesterolemia, diabetes u obesidad. A todos se les explica cuáles son los riesgos que implican estos trastornos y qué cambios deben realizar para controlarlos. Los estudios demuestran que, a pesar de la buena disposición inicial, más de la mitad fracasará en su intento de abrazar un estilo de vida saludable.
La forma en la que hoy vivimos no tiene nada que ver con la de hace unos años. El estilo de vida de los países desarrollados nos ha propiciado bienestar, alargado nuestra existencia y modificado radicalmente las causas por las que enfermamos. Pero el éxito que representa esta nueva y acomodada manera de vivir tiene un precio y la sociedad actual lo está pagando, entre otras cosas, en forma de enfermedades cardiovasculares (ECV).
Bajo este nombre se aglutinan una serie de dolencias que afectan al corazón y a toda la red de vasos sanguíneos del organismo, que incluye las arterias, los capilares y las venas que trasladan la sangre a todos los rincones del cuerpo, motivo por el que antes se las conocía como enfermedades del aparato circulatorio. Pues bien, las ECV son la principal causa de muerte en todo el mundo tanto en hombres como en mujeres. Cada año fallecen más personas en el planeta por este motivo que por cualquier otro. Las perspectivas no mejorarán en un futuro cercano.
La mala noticia es que las ECV avanzan de manera silenciosa sin dar apenas señales de alarma. La buena es que cada vez contamos con mayor información sobre cómo se producen y sobre qué podemos hacer para prevenirlas y mantener una salud cardiovascular óptima.
Las dianas principales de las ECV son las arterias, los vasos sanguíneos de mayor calibre que alimentan nuestro organismo. Todas estas dolencias comparten un elemento común y es que, con el tiempo, acaban por lesionarlas favoreciendo que se estrechen, pierdan elasticidad y potencialmente se obstruyan. Este proceso se produce en mayor o menor medida en todos los grandes vasos, pero se vuelve más preocupante cuando los afectados son los encargados de aportar sangre al corazón y el cerebro. El nombre que se emplea en medicina para referirse a este deterioro es arteriosclerosis. Cuando se presenta una obstrucción, acaece el denominado accidente cardiovascular, que puede desarrollarse de forma lenta y progresiva por la propia enfermedad vascular, o bien súbitamente, a consecuencia de la formación de un trombo.
La enfermedad vascular arteriosclerótica es sistémica, lo que quiere decir que puede afectar a cualquier lecho arterial del organismo. Pero se hace más patente en aquellos órganos más vascularizados, con una mayor demanda de oxígeno y, al mismo tiempo, que resultan vitales para el organismo en su conjunto: el cerebro, el corazón, los riñones, las arterias periféricas de las extremidades, la arteria aorta torácica o abdominal… No se incluyen generalmente en el término ECV las enfermedades de las venas, que tienen características muy distintas, ni las dolencias cardiacas propias que no tengan un origen arteriosclerótico (por ejemplo, la patología valvular).
Las ECV son conocidas por sus manifestaciones más graves. En función del órgano afectado, éstas son el ictus (infarto o trombosis cerebral), el infarto de miocardio o la angina de pecho.
Además de una misma base fisiopatológica, estas dolencias tienen otra característica en común y es que los factores de riesgo responsables de su desarrollo son los mismos. Tener elevada la presión arterial, niveles altos de colesterol, sufrir diabetes o fumar, son, entre otros, los elementos determinantes para el desarrollo de la enfermedad vascular arteriosclerótica.
Los Factores de Riesgo Cardiovascular, son una serie de características biológicas y ciertos hábitos de vida que aumentan la probabilidad de padecer enfermedades cardiovasculares en aquellas personas que las presentan en comparación con las que no las tienen.
Un gran estudio llevado a cabo entre la población de Framingham, una localidad del estado de Massachussets, próxima a Boston, en Estados Unidos, permitió hace 60 años identificar y definir los factores de riesgo cardiovascular como auténticos precursores de la enfermedad coronaria y de la cerebrovascular, tal y como los conocemos ahora.
Esta investigación incluyó a más de 5.000 personas inicialmente sanas que se sometieron periódicamente a un examen para determinar la presencia de posibles factores de riesgo. Todos los participantes fueron seguidos durante años con el fin de observar la aparición de complicaciones cardiovasculares. Aún se siguen recogiendo y publicando datos de este importantísimo estudio, tanto de la población inicial, como de sus hijos y nietos. De este análisis se dedujo que los principales factores de riesgo cardiovascular, también llamados mayores debido a su estrecha relación con la ECV, son el hábito de fumar, la tensión arterial elevada, los niveles altos de colesterol, la diabetes y la obesidad, ésta última casi siempre unida a un estilo de vida sedentario. La edad es también un elemento muy importante, aunque éste no es modificable. El peligro aumenta a medida que lo hacen los años. Del mismo modo, se establecieron diferencias en función del sexo. El hecho de ser varón supone un mayor riesgo cardiovascular en comparación con ser mujer para una misma edad. La población femenina presenta un retraso de unos 10 o 15 años de promedio respecto al hombre, en la aparición de la mayoría de las ECV.
Otros factores que predisponen a la enfermedad cardiovascular que hay que tener en cuenta son las cifras altas de triglicéridos, los antecedentes familiares de dolencias cardiovasculares (sobre todo en familiares directos y a edad temprana, es decir, antes de los 60 años) y ciertas circunstancias psicosociales como el hecho de sufrir estrés (en casa o en el trabajo), hostilidad y depresión. Un detalle importante es que la presencia de un determinado factor de riesgo no asegura que se vaya a desarrollar una enfermedad cardiovascular, así como su ausencia tampoco garantiza una protección total frente a ella.
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