No se alarmen con el título del artículo, no les voy a hablar de diálogos entre extraterrestres y seres humanos, ni tampoco se confundan con el mismo, pues la tercera fase de las obras de San Francisco no parece que haya comenzado, y no por falta de dinero precisamente. Podríamos decir, con un eufemismo, que se encuentran en “periodo de gestación”. La criatura quiere nacer, después de más de 4 largos meses, desde que terminó su hermana, la segunda fase, en el pasado mes de noviembre. No sabemos todavía si se encuentra en periodo de “dilatación expulsiva”, como aseguran algunos. Esperemos que sea una “horita corta”. Solo le pido a Dios que no haya nuevos embarazos “no controlados”, y menos “gemelares”.
Llegó el momento de los Encuentros en la Tercera Fase. El Obispado, a través de su ecónomo, el padre Antonio Diufaín Mora, ha dejado de “mirar solo al altar en sus misas en latín”, ha aparcado sus numerosas preocupaciones de su eminente cargo de Rector “Magnífico” del Oratorio de San Felipe Neri, y parece que ha bajado los tres escalones que lo separa de los mortales feligreses. El Obispado ha dado señales de vida en este entierro, aunque sea en sus “misas gregorianas”. El “oráculo de Delfos” ha hablado, mejor, ha escrito, ha roto el silencio, aunque creo, que no precisamente para mejorarlo. Padre Diufaín, no sé si usted es consciente de que “el silencio es uno de los argumentos más difíciles de refutar”. Lo que queda claro después de leer su carta del 13 de febrero es que dominar el silencio es mucho más difícil que manejar la pluma. Desde entonces, usted ha dejado de ser dueño de su silencio, y pasa a ser esclavo eterno de sus palabras.
A veces, señor ecónomo, el silencio del que ha errado, puede triunfar frente al egoísmo y la vanidad, vencer en los campos de la batalla de la caridad, ganar la estima de los demás, obtener la comprensión del pueblo caballa, pero sobre todo, el perdón y el merecido triunfo ante los ojos de Dios. Padre Diufaín, la contestación que esgrime en su carta podría haber sido una victoria completa ante Dios si la hubiese dejado marchitar en el jardín de las vanidades que citaba San Felipe Neri, en la memoria de su disco duro, y sobre todo, en el silencio inexpugnable de la historia. Usted creía que su arrogante texto sería un rotundo triunfo, una irrefutable justificación ante una plebe supuestamente “ignorante”, y pecadora por sus “motivos ocultos”. Debe saber que su “efímero triunfo” solo fue una fugaz victoria falaz, etérea, y tremendamente superficial. Contentó provisionalmente su autoestima, y engrandeció su ego, pero creo que luego cayó en una profunda insatisfacción anímica tras la respuesta de Macu del pasado 21 de febrero. Debería hacer un examen de conciencia para meditar si es preciso “ganar siempre a toda costa y a todo coste”. Si merece la pena tener y demostrar su razón en todo, por imposición de sus criterios que emanan de su efímera autoridad, para que así quede claro su supuesta inocencia absoluta ante el error, que será, como siempre, de los demás. Padre Diufaín, el mensaje de Jesús no viene por ese lóbrego y tortuoso camino. Aunque a usted le parezca extraño, la “victoria” ante Dios se consigue después de hacer un difícil sacrificio, tras un profundo baño público de humildad, con un destierro permanente de nuestra soberbia y vanidad. Esa es la conducta que Jesús predica en sus Evangelios, y sólo con ella obtendremos la victoria final. ¿Por qué no nos da usted una alegría a todos los feligreses, dejando en paz su pluma, y deja de perder el tiempo leyendo y escribiendo en los periódicos locales, y sobre todo, revisando papeles inútilmente, y comienza usted de una vez la tercera fase en la iglesia de San Francisco? Padre Duifaín, solo el que está dispuesto a “perder la vida” metafóricamente por Dios, y en su caso a renunciar a “su razón, y a su presunta inocencia”, encontrará la calle de la Amargura que Cristo siguió para la redención de los hombres. “Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará” (Lucas 17,32). ¿Por qué no renuncia a la petulancia de su trivial, “heroica” y estéril resistencia numantina, que no le llevará a la cruz del redentor? En un principio, Jesús lo perdió todo: sus discípulos le abandonaron, los soldados le arrancaron y sortearon sus ropas, el gentío se burló de él. ¿Está usted dispuesto a seguir su camino?
Señor ecónomo, ¿ha leído usted la obra teatral de William Shakespeare El mercader de Venecia? En ella, Bassanio, un noble pobre, le pide a su amigo, Antonio, un rico mercader, que le preste dinero que le permitan enamorar a una rica heredera. Antonio, que no dispone de liquidez, lo pide prestado a un usurero, Shylock. Este le pone como condición del préstamo que, si la suma no es devuelta en la fecha fijada, Antonio tendrá que darle una libra de su propia carne de la parte del cuerpo que Shylock dispusiera. El destino hace que Antonio no pueda pagar la deuda y su prestamista reclama a la justicia su libra de carne, exigiendo que sea de la parte más próxima al corazón. En el juicio, el juez da la razón al prestamista, y admite que éste, por ley, puede cobrarse solo una libra exacta de carne, pero sin derramar ni una sola gota de sangre. Pues el contrato solo hacía referencia a la “carne” pero no a la “sangre”. Al usurero no le quedó más remedio que desistir de su reclamo carnal. El desenlace final de la historia no tiene más relevancia, pero dejo en la libertad de la imaginación de los lectores el paralelismo, que como una parábola evangélica, aplico a las eternas reformas de la Iglesia. ¿Quién será capaz en San Francisco de cortar una libra exacta de carne sin derramar una sola gota de sangre? ¿Dónde la buscamos? “El que lea, que entienda” (Mt 24:15), pero sobre todo, quien entienda…Que lea.
También le recuerdo, padre Diufaín, el primer acto de esta obra, cuando Antonio le dice a Graciano: “El mundo me parece lo que es: un teatro, en que cada uno hace un papel. El mío es bien triste”. A lo que Graciano le responde: “¿Por qué un hombre que tiene sangre en las venas, ha de ser como una estatua de mármol? ¿Por qué dormir despiertos y enfermar de capricho? Antonio, te hablo como amigo. Hombres hay en el mundo tan tétricos que sus rostros están siempre, como el agua del pantano, cubiertos de espuma blanca, y quieren con la gravedad y el silencio adquirir fama de doctos y prudentes; como quien dice: Soy un oráculo. ¿Qué perro se atreverá a ladrar cuando yo hablo? Así conozco a muchos Antonio, que tienen reputación de sabios por lo que callan, y de seguro que si despegasen los labios, los mismos que hoy los ensalzan, serian los primeros en llamarlos necios. Te diré más. No te empeñes en conquistar por tan triste manera la fama que logran muchos tontos”. Señor ecónomo, ¿cuál es exactamente su papel en esta “obra” de las reformas de la iglesia de San Francisco? ¿Cree usted que los demás somos “estatuas de mármol”? ¿Cuándo va a bajar usted de su “divino pedestal”, para mirar a los ojos, e informar y responder a las preguntas de los mortales feligreses? ¿Le molesta especialmente que algunos seglares ignorantes “ladren” al mismo tiempo que usted habla? ¿Busca usted la fama del protagonismo?
Tengo la impresión de que algunos del clero no están acostumbrados a que se les cuestione nada, parece que solo ellos tienen la razón y la verdad absoluta. Y cuando algún feligrés les “ladra”, entonces usted los califica de “ignorantes”, y con “intereses ocultos”. No encuentro justificación a su conducta en los Evangelios. ¿Y usted padre Diufaín? Debe admitir que la feligresía de la Iglesia Católica está cambiando, no siempre responde con la sumisión incondicional a todas sus decisiones y anacrónicos caprichos de los lóbregos tiempos de la postguerra. Los feligreses de San Francisco han sido bautizados, no sólo con el agua bendita de una fe irreductible, sino también con el peso de la cultura y del raciocinio. En definitiva, esta nueva feligresía, piensa por sí misma y actúa sin influencias mediáticas, y sobre todo “sin intereses ocultos”. Es muy distinta de aquella que heredó usted, más vestida de negro por dentro que por fuera. Señor ecónomo, le recuerdo que los tiempos han cambiado. Ahora los representantes de la Iglesia no pueden actuar como aquellos obispos de antaño, cuasinombrados y controlados por el régimen, que trataban a Franco como representante de Dios en España. Afortunadamente, ya no sale bajo el palio sagrado ningún político. Ahora el techo sostenido por los varales de plata solo se reserva a las imágenes de la Virgen, y a la Custodia que lleva el cuerpo de Cristo. En nuestro actual estado de derechos, cualquier persona que ostente cualquier cargo de responsabilidad está obligado ética, moral e incluso jurídicamente, a dar continuamente explicaciones y justificaciones públicas de sus actos, y más aun si, como ustedes, manejan dinero público de nuestra ciudad. Si todo un rey de España ha pedido públicamente perdón por sus errores, ¿por qué no lo hace usted, un simple pastor de la Iglesia? Señor ecónomo, le recuerdo lo que dicta el Derecho Canónico al que deben ustedes siempre acogerse. El Obispado debería haber gestionado los fondos adjudicados por el Gobierno de la Ciudad a concurso público de licitadores, según marca la ley 30/2007, ya que el Derecho Canónico dice claramente en el Canon 22 que las leyes civiles también deben cumplirse igualmente en la Iglesia que el Derecho Canónico, siempre y cuando no sean contrarias al derecho divino. Y les puedo asegurar que esa ley de Contratos del Sector Público, se ajusta al derecho divino y al humano, pero sobre todo es garante de los intereses de los ciudadanos.
También dice el Derecho Canónico, en los cánones 114, 116, 515, que las iglesias, una vez constituidas, gozan de personalidad jurídica canónica pública propia, y por lo tanto, es sujeto jurídico individual, capaz de ejercer derechos y contraer obligaciones. En este contexto, los cánones 118 y 532 especifican que el sacerdote, en nuestro caso los Padres Agustinos, son los únicos representantes legales del templo desde que tomaron posesión espiritual del mismo. Esta representación se refiere a todos los negocios jurídicos en los que actuarán en nombre de la iglesia, y en las obligaciones de ésta frente a terceros, es decir, frente al gobierno de la Ciudad Autónoma de Ceuta. En el mismo acto de toma de posesión, el sacerdote nombrado por el obispo, pasa a ser el responsable de la administración de todos bienes del templo (canon 532). Por tanto, cuando la Congregación Agustiniana asumió la regencia espiritual de la iglesia de San Francisco, inmediatamente pasaron a ser responsables legales de la administración de los bienes de la misma (cánones 532 y 1279). Por ello, es de suma importancia que el Obispado le reconozca y respete todos sus derechos y obligaciones que le corresponden por ley. ¿Por qué no ha dejado el Obispado que los Padres Agustinos hayan asumido el papel que les corresponde jurídicamente en el control de las reformas de su templo? ¿Por qué el Obispado ha hecho caso a omiso a estos cánones del derecho que deben regir a la Iglesia? ¿Por qué se han saltado a piola, no solo al vicario, que cada vez tiene menos poder ejecutivo, sino también a los Hermanos Agustinos? Me da la impresión, señor ecónomo, de que en esta ocasión, y modificando la frase de Quevedo, “más allá de orgullos, leyes, honores y credos, se alza la deidad atea del dinero”. ¿No cree usted? Recuerde las palabras de Mateo y Lucas: “¿Dónde, Señor? Jesús contestó: Donde esté el cadáver, allí se reunirán los buitres”.
Ustedes no pueden cambiar a su libre albedrío de empresa constructora como si se tratase de la permuta arbitraria del color de sus clerimans, de negro a gris, y de gris a blanco. Tengan siempre en cuenta que, en el caso que nos ocupa, los fondos que costean ahora “sus indumentarias”, no son de la Iglesia sino del Estado. Señor ecónomo, ¡qué bien se dispara con pólvora ajena, con “pólvora del rey”! En este caso de los contribuyentes. El cargo de gestión que usted ostenta, debe regirse de forma implícita por la responsabilidad, la austeridad, la efectividad, pero sobre todo, por la eficiencia. Si lo ha olvidado, le recuerdo que eficiencia es hacer las cosas bien, con la mayor relación beneficio/coste, y en el menor tiempo posible, mientras que la efectividad es solo hacer las cosas correctamente. Su gestión, debe ser medida en términos de eficiencia, con ese delicado equilibrio en el que debe usted lograr los resultados deseados en el tiempo estrictamente necesario. La gestión de las reformas de la iglesia, se alejan bastante de la eficiencia mínima deseable. Señor ecónomo, la administración del tiempo es uno de los recursos más apreciados, pues se trata de un bien que si pasa, nunca retrocede, y es imposible recuperar. Si se malgasta, si se derrocha en eternas deliberaciones, perdemos algo muy valioso. Quien maneja fondos públicos, como usted, debe responder ante todos, de sus fallos en tiempo y forma. Durante estos cinco años de obras, ninguno de los administradores designados por el Obispado, se ha tenido que rascar el bolsillo –como tendría que hacer cualquier profesional si comete un error– para sufragar posibles daños y perjuicios, que siempre pagan los ciudadanos. En definitiva, este sistema de subvenciones a “fondo perdido” parece que hace aguas en términos de eficiencia.
Desde que terminó la segunda fase, el Obispado está dedicando más tiempo a las “negociaciones” que en la propia ejecución de la obra. Los feligreses exigimos menos palabras, más obras, con menos fases, pero sobre todo menos tiempo interfase. Señor ecónomo, creo que toda la maquinaria del Obispado ha caído en el fango de la rutina de la burocracia, cuyo lodo les salpica y les envuelve de tal forma que, no piensan ustedes en otra cosa que no sean los papeles, donde pierden toda su energía inútilmente. Han caído en el irreversible pozo ciego de un protagonismo innecesario, que puede rayar en la prepotencia. Creo que se han perdido ustedes en el craso bosque de una gestión que, probablemente no les pertenece, y donde no parece que estén preparados en términos de eficiencia. De alguna forma, se han colocado una rica casulla gótica, que quizás les pese demasiado para sus rituales movimientos. Su desidia administrativa solo ha contribuido a potenciar esa desatención que percibimos nosotros, los feligreses, según usted “ignorantes y con intereses ocultos”, en esa dimensión más profunda de la vida, que son los hechos, y no solo las palabras.
Pienso que, en estas obras de San Francisco, algunos han dejado entrar la polilla en la viga de la fe que sustenta el tejado de nuestro templo. Cuando los temibles vientos de la tormenta del Levante invernal se lleven metafóricamente los techos de la iglesia, algunos intentaran culpar al carpintero por su aparente incompetencia. Cuando probablemente, la verdadera causa fue, vuestra prolongada desatención e ineficiencia, sumergida en una desidia burocrática repleta de un protagonismo tan estéril como inútil.
Padre Diufaín, debe respetar siempre a los feligreses al esgrimir calificativos espurios. Debe tener en cuenta sus voces críticas, que desean más transparencia y eficiencia. Es tarde para que el Obispado defienda el manido argumento de la ausencia de información al “adversario”. La experiencia enseña que el rechazo sistemático al error, aunque sea parcial o mínimo, no fortalece, sino debilita su defensa. Esperemos que nadie se equivoque en esta tercera fase. Por fin llegó la hora de la verdad, donde parece sensato considerar todas las voces críticas. No valen ya los gestos grandilocuentes. Nadie se puede permitir el lujo de actuar como un “extraterrestre” en estos Encuentros en la Tercera Fase.