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Encontrar, conocer y comprender

l Tres centros educativos jesuítas viven en el CETI una jornada de integración para que medio centenar de estudiantes de 2º de Bachillerato conozca de cerca una realidad “a la que nadie puede ser indiferente”

Yatabe pone una mano al lado de la de una estudiante y dice que solo hay una diferencia entre ellos: el color. Él viene de Guinea y ella de Barcelona. Ambos piensan lo mismo. Daniel lleva varios meses en el CETI. Es de la República centroafricana. Allí las cosas están mal y sabe que aquí también, pero quiere mejorar y dar un futuro mejor a sus hijos y a sus hermanos. De paso, mientras llega o no, apuesta por la integración, pero reconoce que en Ceuta es algo muy complicado y que la gente de primeras rechaza a las personas de raza negra para charlar, tener una amistad o incluso una relación amorosa. “Noto reticencias y que no es posible integrarse de verdad ”. Y desde el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes, tratan de poner en marcha todas las actividades posibles para que desde el departamento de integración, los residentes no sientan ese rechazo.
“Para comprendernos tenemos que conocernos y para conocernos tenemos que encontrarnos”, apuntó el director del centro en la actualidad, Juan Miguel Blasco, durante la bienvenida a medio centenar de jóvenes llegados junto a sus monitores desde Barcelona, con ganas de conocer muy de cerca y en terreno fronterizo el significado de la inmigración desde dentro. “Ellos ponen nombre, rostros y conocen a todas esas personas de cerca cambiando su mirada sobre el prisma de la inmigración y fruto de  esa nueva mirada se plantean sus vidas y decisiones que pueden afectar a su futuro”, explican los monitores de los tres centros participantes en una actividad que desde el CETI se plantean ampliar incluso a los centros escolares locales. “Se trata de educarles desde la experiencia y que se empapen del aprendizaje de vida”, apuntan los responsables de la actividad en el tercer año que visitan Ceuta. Orgullosos del alumnado que decide acudir de forma voluntaria al encuentro con los inmigrantes, los responsables recuerdan que “el mundo real está también fuera de los libros y para nosotros, todos centros jesuítas, es muy importante tratar de que todo se integre y hacer actividades de reflexión y de corazón a corazón entre todas las partes”.
Aseguran que de vuelta a Barcelona, notan en los estudiantes que la convivencia con los residentes en el CETI les ha dejado huella y apuestan por la confianza en los jóvenes a los que se les debe ayudar a reflexionar y darles las herramientas adecuadas como la experiencia para que maduren con valores que les hagan más personas.
Desde el CETI, la experiencia es tan enriquecedora para los visitantes como para los anfitriones. La técnico de integración Social de la Cruz Roja Rocío Álvarez lamenta que los residentes se quejen de que los ceutíes ponen muchas barreras a su integración “simplemente para hablar con ellos”. Y desde el centro destacan algo muy importante: “Ellos creen a los que vienen de fuera incluso más que a nosotros y los chicos les hacen ver la realidad de la crisis, la complejidad de encontrar trabajo y lo que se van a encontrar para que vayan con los pies sobre el suelo”.
Además de los talleres de encuentro donde estudiantes y residentes compartieron experiencias y las pusieron sobre la mesa destacando el coraje, la fuerza y el ejemplo que los inmigrantes han transmitido a los  visitantes y la simpatía y las ganas de escucharles y comprenderles que los residentes han sentido por parte de ellos, hubo además tiempo para un taller de risoterapia realizado a cargo de la Fundación Cruz Blanca en colaboración con ACCEM. Las carcajadas retumbaron en todo el CETI, al igual que la música, a cargo del ‘Freedom Group’ que hizo bailar a todos los que llenaron ayer de vida, reflexión, alegría y comprensión el salón de actos del recinto. “Nosotros damos la bienvenida a todos los que quieran venir al encuentro, al conocimiento y a la integración”, apuntó Juan Miguel Blasco.

Ana Seró (Colegio Jesuita Caspe)

Con 17 años, Ana tiene claro que quiere  trabajar en una ONG y ayudar al otro, por eso en cuanto tuvo la oportunidad de participar en esta actividad propuesta por el  centro donde estudia 2º de Bachiller, no se lo pensó dos veces. “Quería conocer de primera mano lo que nos explicaban y realmente me ha sorprendido porque ellos tienen mucho más valor que nosotros”. Durante la convivencia con los inmigrantes, quedó sorprendida por la historia de un chico de Sierra Leona. “Se quedó huérfano y decidió irse porque no tenía oportunidades en su país y eso no deja de hacer que les admire porque volverían a hacerlo y dejan todo atrás y si no les sale bien vuelven a intentarlo”. Ana envidia ese coraje y admite que la situación que ayer pudo vivir en el CETI al lado de los inmigrantes “ha hecho que me duela aún más de lo que me dolía porque sigo pensando que somos todos iguales y el hecho de haber nacido en uno u otro lugar marca unas diferencias que son muy injustas y no debemos consentir esa barbaridad”.

Paula Espuelas (Escuela Jesuíta de Clot)

Cuando en las clases hablan de inmigración lo ven desde un punto de vista muy lejano y ella necesitaba vivirlo en primera persona. “La gente piensa que no se puede hacer nada por el inmigrante pero esa indiferencia es lo que más daño hace y lo que más afecta a no poder ayudar a mejorar las cosas”. Paula denuncia esa pasividad y apuesta por las pequeñas cosas, como acercarse  al colectivo de los inmigrantes . “En realidad son como nosotros, buscan ganarse la vida, pero ellos dejan todo quizá para toda la vida y nosotros dejamos algo y para una temporada siempre con la mente pensando en regresar”. Ha sentido como no se rinden persiguiendo esas metas y esos objetivos que siguen haciéndoles ir hacia adelante. “Hipotecan todo lo que tienen por un sueño, el sueño de progresar y mejorar porque ya no tienen nada que perder más que su vida”. Paula confiesa haber aprendido que “todos deberíamos saber perseguir nuestros sueños con las mismas ganas y esfuerzo que todos ellos y luchar con el mismo esfuerzo sin venirnos abajo por ellos”.

Pol Fernández (Colegio Jesuíta Caspe)

Confiesa que ha vivido 17 años “en una burbuja de dinero, con todo pagado y lleno de comodidades y sabiendo que había que ser solidario con los demás, pero aquí hoy me he dado cuenta hasta qué punto hay que serlo y hasta qué punto vivo en una burbuja”. Durante los talleres de encuentro con los residentes en el CETI, asegura que “he conocido a personas que hablan a diario con la muerte de tu a tu y un chico me ha dicho que cada mañana se levanta con un sueño y eso es lo que le anima a seguir adelante”. El estudiante catalán explica como otro inmigrante ahora se ha quedado solo en Ceuta porque su amigo se ha ido ya a la península y recuerda lo que más le ha llegado a tocar el corazón: “Perdió a toda su familia en las guerrillas y me ha impactado el hecho de que aún así, sin tener a nadie, el único motor que mueva su vida y le ayuda a afrontar el día a día es el poder disfrutar algún día de la libertad que salió a buscar hace ya dos años de su país de origen y que aún en Ceuta sigue sin tener”. Pol quiere dedicar su vida a ayudar a estas personas.

Nikté Teleguario (Colegio Jesuíta Joan XXIII)

Participar junto a su colegio en esta actividad asegura que ha cambiado su vida, como piensan el resto de los compañeros. “Ahora entiendo más de cerca sus expectativas, de dónde vienen y a dónde quieren ir y uno no puede creerse las cosas tan terribles que les suceden simplemente por querer cumplir sus sueños y no rendirse sin hacer daño a nadie”. Piensa que el mundo occidental no podrá nunca perdonarse lo que está sucediendo fruto del provecho de los países más pobres, ahora liderados por líderes autoritarios que obligan a muchos de sus ciudadanos a huir en busca de un futuro más justo y en el que puedan encontrar al menos una esperanza de progreso. “Luego los países ricos, tras explotarlos, se libraron de ellos sin crear al menos infraestructuras y debemos ayudarles a eso ya que ni siquiera se respeta el derecho a que tengan una vida digna”. Ella quiere ser comunicadora audiovisual y sabe que entre todos puede conseguirse una integración real entre los inmigrantes y los ciudadanos que deben acogerles dejando atrás los miedos a las diferencias.

Mamasambaira Baire (Guinea Bisau)

Dice que la guerra no trae ninguna cosa buena, nada más que desgracias y eso es lo que ha provocado que él huyera de su país dejando allí a un hermano y siguiendo los pasos de una hermana que actualmente está en la provincia de Barcelona. “Yo pagué mil euros para llegar a Tenerife, pero me dejaron en Marruecos y allí, sin duda, es donde guardo los peores recuerdos del viaje desde que salí de casa”. Explica que vivían en el bosque, al aire libre, que no tenían qué comer y alguna vez bajaban a Castillejos a por galletas y pan y que en el futuro, espera trabajar, ahorrar y regresar a su país natal: “habrá paz y un presidente justo”, sueña.

Yatabe Drame (Guinea Bisau)

Ser el mayor de ocho hermanos y todo mujeres excepto él y el más pequeño, llevó a este guineano de apenas 20 años a coger una mochila y a despedirse de una madre que entre lágrimas le deseaba suerte. “Ella, viuda, vendía grano de cereal que cultivaba en el campo en el mercado y con eso compraba arroz y pescado para alimentarnos”. Él es soldador y trabajó al llegar a Marruecos cerca de Casablanca como tal ahorrando mil euros “que le dejé a un supuesto amigo y me robó”.  Sueña con trabajar y poder ayudar a su familia, crear más puestos de trabajo y “ayudar a los pobres como yo”.

Abdoul e Ibrahim Mauli (Comorés)

No dejaron en su isla natal muy cerca de Madagascar, a nadie ni nada. Ambos hablan suajili y decidieron dejar su tierra porque la pobreza y el constante peligro de las erupciones volcánicas y los terremotos no les dejaban vivir tranquilos.  Abdoul es chófer e Ibrahim jardinero, pero allí no tenían tampoco trabajo y huérfanos de padre y madre y sin hermanos, apostaron por perseguir el sueño de mejorar que allí no podía cumplirse.  Pagaron por venir y denuncian esos abusos de las mafias que trafican con personas, pero era su única salida. Sueñan con llegar a Francia, trabajar y vivir.

Daniel Minang (Rep. Centroafricana)

Dejó la universidad, donde estudiaba Geografía e Historia, para trabajar como inspector en el Ministerio de Trabajo. Ganaba 200 euros al mes “muchas horas al día”. Divorciado y con cuatro hijos, uno de ellos ya en la universidad y a los que cuida una de sus hermanas, decidió irse para probar suerte y alejar a su familia de la miseria. Un avión le dejó en Nador, donde se dio de bruces con la pobreza marroquí que le impresionó. Ahora, en el CETI, el poco dinero que consigue como aparcacoches lo envía a su familia y sueña con cruzar el Estrecho, lograr trabajar y seguir adelante.

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