Un poco más de casi medio milenio nos separa de la llegada portuguesa a este pueblo. Fue en agosto de 1405. Ahora, seiscientos años más tarde, en 2015, se quiere rememorar el suceso, aunque la opinión más extendida es que una efeméride tan excepcional, a la cual se le puede sacar mucho jugo mediático (es la preocupación primordial de la Asamblea), está en vía muerta. Al no haber información alguna, es lógico que así se piense.
Para unos, fue un desembarco por sorpresa, muy bien preparado en su origen y casi desconocido en las cancillerías europeas de entonces; para otros, una invasión que arrasó a todo un pueblo y su cultura: la merinida. Lo cierto es que Ceuta, a partir de entonces, tomó otras señas de identidad. No entro si fue para mejor o peor. Desde luego, los que padecieron el asalto ni era caníbales, ni llevaban taparrabos. "Los cristianos crecen hasta trescientos que, guiados por los infantes [don Enrique y don Duarte] mucho daño hacían a los moros; y entre todos ellos, la cabeza y cuello de uno sobresale, negro de color, el pelo retorcido y muy fornido de miembros y de aspecto horrible, de cuya mano, como un cañón, salían piedras que hacían gran daño", así escribe Alejandro Correa de Franca.
Los portugueses cambiaron muchas cosas, entre ellas la bandera que, más tarde, aprovecharía mi querida amiga, Laly Orozco, para su diseño del "traje regional caballa", el que con tanto garbo y salero lucen las azafatas en las ferias de turismo y en actos institucionales. Maceros y azafatas, cuando flanquean al presidente Vivas, forman un todo fotográfico, como una vieja estampa, difícil de superar.
Seiscientos años han transcurrido y parece que fue ayer. El tiempo cósmico. Desde entonces, la ciudad ha perdido hasta su misma esencia. Dejó de ser marinera, era su idiosincrasia y de ella sólo quedan esos ‘volaores’ pescados en Marruecos (aquí no los dejan), colgados al sol en la carretera de la Almadraba. También desapareció el aspecto que Ceuta tuvo de auténtico vergel, con multitud de huertas, tal como la verían los hijos del rey Juan, cuando la pasearon militarmente hablando; y hasta el mismo Camoens. Que hoy se haya querido sustituir aquella selva con cientos de macetas de invernaderos, alternadas con una estatutaria muy particular (sólo superada por la Florencia de los Medicis), que nada tienen que ver con el pasado.
Por el contrario, persisten esos padecimientos de los que tanto les gusta hablar a los caballas y que no se remontan a época portuguesa, sino mucho más atrás, a la fenicia: artrosis, reuma, pinzamientos, jaquecas, migrañas, dolores de espalda, de rodillas y hasta de …
Siempre se culpa al levante. La ciudad también ha corrido peor suerte con las famosas epidemias: cólera, tifus (ya casi descatalogadas en los centros de salud), gripe y la terrible sífilis, tan común en las ciudades-cuartel, como ha sido la nuestra. Atención, porque esta última vuelve a rebrotar. Los beatos moralistas ahora lo achacan a la promiscuidad de una juventud libertina, loca e interculturalmente ‘salida’. Como antídoto, la secta del Ministro Wert ha optado por el catecismo y la castidad: Mater Dolorosa, Ora pro nobis.
¿Hemos de esperar a otros invasores que nos rediman y nos pongan en el camino de la luz? Los que se sienten aptos son los que más prensa tienen, allende el Estrecho: narcos, asesinos a sueldo, corruptos, piratas, cruzados de religiones sanguinarias, etc. Pienso que los salvadores no debemos esperarlos de más allá de las alambradas con púas, ni los que, ya dentro, se visten de bucaneros. Más me inclinaría por los rusos, los invitados de Pepe Torrado, magnífico anfitrión de los hijos de Putin. ¿Será el amigo Pepe, un nuevo Conde Don Julián?. Los rusos son gente alegre, bonachona, amantes del buen comer y beber (curiosamente, el vodka les parece una ordinariez), felices y correctos. Se nota que han aprendido modales, leyendo a Tolstói y Dostowieski; a Marx y Lenin. La Biblia apenas la conocen. Cuando los veo disfrutando del Rebellín o abarrotando los supermercados, me parecen que han desembarcado del mítico Potemkin. De todos modos, estaremos atentos a sus intenciones, nos vaya a pasar como aquellos musulmanes, a quienes la irrupción portuguesa los cogió poniéndose los zaragüelles.
Y sigo con la tabarra: ¿Se va a hacer algo el año que viene? ¿Sabrán decirles a los caballas qué ocurrió aquel verano de 1415 y por qué sucedió? Las lecciones irían destinadas a los no doctos, de ahí que tendrán que estar exentas de pedantería y de las acostumbradas sensiblerías patrioteras. Se impone el tono divulgativo. Los análisis, queden para cenáculos ilustrados. Eduquemos al pueblo, pero antes, eduquémonos nosotros. Humildad y pedagogía. Por ello ya se debería empezar a llevar la información hasta los centros escolares, como lo hizo en su día Ramón Galindo en una publicación modesta, pero muy eficiente. Hartos estamos de tantos eruditos a la violeta.
Se rumorea que en la Fundación Crisol de Culturas entran proyectos, pero que no cuajan por falta de apoyos económicos. Uno de tinte casi cofradiero. Mas necesita espónsor y la Iglesia se resiste a intervenir. Se trata de una magna procesión con los santos y santas portugueses, que algo tuvieron que ver con la cruzada evangélica. A ellos se agregarían otros iconos, que también portaron aquellos ejércitos, pero que hoy están tan repintados que ni parecen auténticos.Todos, eso sí, estarían encabezadas por la misma Patrona, con manto y coronada, tal como la trajeron en el galeón o la depositaron en el otero donde la encontraría el pastorcito de turno.
Y si del plano religioso, pasamos al musical, adelanto que se trabaja sobre un espectáculo con la marca Broadway, en colaboración con las innumerables academias de danza, nuestras entrañables Paulovas, dispuestas en todo momento a sacarnos del apuro. El áleo sería el protagonista de esta perfomance, convertido en elemento coreográfico clave. Por cierto, que ahora me viene a la memoria otro espectáculo en el teatro al aire libre de San Amaro y un baile que aquel bailarín lo tituló con el nombre del bastón y con el que hacía docenas de piruetas para concluir, lanzándolo al aire, tal y como hace en los desfiles el legionario que precede a la cabra. Desgraciadamente no tuvo éxito.
Urge, pues, que los que se comprometieron a esta celebración se dejen de tantas susceptibilidades y de discusiones bizantinas. Lo que ocurrió, ocurrió. Manipular la historia es delito grave, tan grave como no saber explicarla, lo más objetiva posible. Sabemos que en las arcas municipales sólo anidan las arañas, pero cuando se tiene intención, se busca el dinero hasta debajo de las piedras. Aprendamos, una vez más, de nuestra hermana Melilla. No lo dejemos a la improvisación de siempre; ni lo disfracemos de otra feria de la tapa, con pregoneros ficticios, diciendo una serie de chorradas a una masa harta de vino. Incidir en ese mal gusto que aquí predomina últimamente, nos conduce a un desprestigio irreversible. Así no hay pueblo que avance en nada. Quizás tengamos lo que nos merecemos.
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