Colaboraciones

En recuerdo de las víctimas del atentado terrorista de Barcelona y Cambrils

Todavía con el retrato enternecedor del día 17 de agosto del pasado año, en los que Barcelona vivió uno de los capítulos más trágicos de su historia…

Las primeras noticias hacían referencia al Paseo de las Ramblas, eran entonces las 5 de la tarde cuando se ocasionó un atropellamiento masivo con una furgoneta que recorrió 530 metros desde la calle Buen Suceso hasta el pavimento Miró, frente al Mercado de la Boquería.

Horas después, el Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) reivindicó el atentado mediante la agencia de noticias Amaq. Dicho ataque desencadenó 15 muertos, entre ellos dos niños de tres y siete años y 131 heridos, cinco de ellos en estado crítico. Uno de los malheridos, una turista alemana de 51 años, fallecería diez días después, elevándose la cifra a 16.

Posteriormente, el conductor de la furgoneta suicida, Younes Abouyaagoub, lograría escapar a pie, cruzando el Mercado de la Boquería hasta alcanzar la zona universitaria. Acto seguido, sobre las 6:20, Pau Pérez Villán de 35 años, encontrándose estacionado en la zona antes indicada, fue apuñalado mortalmente por Younes, quién de inmediato se apropió del vehículo para emprender la huida.

Sin apenas digerir la gravedad de los acontecimientos acaecidos, la misma noche del 17 al 18, se produjo un nuevo atentado en Cambrils. En esta ocasión, cinco presuntos terroristas fueron abatidos tras intentar saltarse el control policial y atropellar a seis personas, tres de ellas Mozos de Escuadra.

Una séptima persona fue herida en la cara por ataque de uno de los terroristas, que logró recorrer algunos metros antes de ser derribado. Horas más tarde, una de las mujeres atropelladas moriría.

Preámbulo de un relato conmovedor que en pocas palabras hilvana lo deplorablemente sucedido en el primer aniversario, como una parte del corazón de España, hoy desgarrado en los sentimientos, pero que, con firmeza, se solidariza con las víctimas.

Todos, sin distinción, en esta evocación que realizamos con sincera gratitud, merecen el mayor de los respetos que se une a la memoria colectiva.

De la misma manera, a los familiares, valga nuestro cariño, amistad, apoyo y respeto.

En este entorno que no es fácil de concebir, una de las reseñas más rigurosas y, a la vez, más sencillas de interpretar sobre la terminología de terrorismo, se asienta en la Estrategia Mundial contra el Terrorismo de Naciones Unidas, que fue reconocida en septiembre de 2.006.

La Disposición hace referencia a esta nefasta y mortífera acción como “la comisión de actos criminales, con el objetivo de inducir un estado de terror en la población, o bien, en una parte de esta”. Declaración de intenciones que aglutina de manera clara y concisa, la principal incitación que lleva a estos grupos terroristas a operar, que no es otra, que perturbar e inquietar la vida diaria y reproducir en un número determinado de ciudadanos, un estado de inseguridad que ocasione el foco de interés en los grupos terroristas y de sus siniestros propósitos.

Estos actores en calidad de terroristas, edifican la popularidad en base al miedo de la urbe, por lo que la encomienda adquiere un carácter fundamentalmente inhumano, como elemento disuasorio que persigue la resonancia generalizada y, de esta forma, aplicar la tendencia extremista.

Justamente es aquí, donde el terrorismo se torna en el modo más complejo de totalitarismo depravado, valiéndose de las más repelentes acciones criminales para expandir sensaciones de máximo peligro, inestabilidad o desequilibrio.

Por lo tanto, en pleno siglo XXI, el terrorismo pretende debilitar las raíces de las sociedades occidentales y, por esta causa, las acciones terroristas se concretan en la Directiva sobre Terrorismo de la Unión Europea de 2.017, como “una de las violaciones más graves de los valores universales de la dignidad humana, la libertad, la igualdad, la solidaridad o el disfrute de los derechos humanos”, que, evidentemente, establecen los pilares básicos de la Unión.

Los atentados consumados hasta fechas recientes, muestran un claro precedente, que las tesis actuales, reúnen con argumentación lo que trágicamente ha surgido en diversas localidades. Así, nuestra Nación, fue agredida con idéntico furor de brutalidad que con anterioridad lo fueron otros lugares como Reino Unido, Francia, Alemania, Bélgica y otros Estados del viejo continente.

Sin lugar a dudas, la masacre de Barcelona y Cambrils, ha sido la secuencia de un modelo análogo al de otros ataques terroristas, con el calificativo reiterado de agredir escenarios considerados simbólicos y altamente concurridos y en áreas particularmente frecuentadas por personas de diferentes edades.

Todo ello, con incuestionable peso del impacto mundial, y, encaminado con el temple demoledor de la población civil, e ingeniado a ofrecer una instantánea que escenifique el cataclismo de las sociedades.

No sin ello, obviar, la trascendencia que confiere las tecnologías digitales en medio de una situación convulsa y la celeridad con que se avanzan los detalles en cifras de víctimas y heridos.

Desgraciadamente, las técnicas interconectadas en una nueva configuración física que desarrollan un servicio decisivo en la era de la globalización, a día de hoy, se instrumentalizan para la inoculación del pánico como resultado de la amenaza terrorista.

Una espiral en las que se han dispuesto células y redes yihadistas, además, de los denominados lobos solitarios, como una agresión aún mayor, por sus formas y maneras de actuar.

Un entramado intransigente que ambiciona hacerse sentir a gran escala y con ello, incitar a escenarios de indefensión entre las grandes masas de población.

Si bien, los atropellos producidos ponen en tela de juicio la capacidad y el poder de reacción de las autoridades rectoras de un país a la hora de preservar y prevenir a la ciudadanía, mientras tanto, las primeras informaciones nos advierten de la presencia en Europa de terroristas yihadistas que, tras fracasar en la guerra terrenal, se disponen a inmolarse, para a cambio, aniquilar a todos los infieles.

Toda vez, que los sacrificados, se adentran en el paraíso de manera triunfante.

La supremacía atrayente que percibe la juventud europea por el antisistema, se rearma por momentos, más aún, cuando ésta se inclina por el terrorismo yihadista. Sugestionando el imaginario a cuáles quiera de las confesiones, improvisando que el mundo en el que viven no le es lo más favorable, hasta la inevitable postulación del proceso purificador que finalmente los arrastra a la radicalización.

De ahí, que, en nuestros días, el terrorismo se constituya en el principal acicate de nuestra época.

Y es que, contrariamente a los desajustes que pudiesen coexistir, el dictamen es compartido: Según opinan los expertos, en las últimas etapas pese a las incesantes derrotas sobre el terreno, formaciones como el ISIS o Al Qaeda y sus filiales en África y Asia, prosiguen haciendo alarde de ostentar gran capacidad de acomodación a entornos insospechados y a coyunturas hostiles.

A fin de cuentas, de lo que se trata, como en otros aspectos de la lucha antiterrorista, es anticiparse a las acciones violentas.

El análisis de la realidad, a priori, es evidente: El dinero. Las nuevas fuentes de financiación terroristas se hallan estrechamente afines con el crimen organizado o el tráfico de órganos de personas, así como, drogas, adulteración de documentaciones, tráfico de bienes protegidos y métodos de extorsión, como el rapto de rehenes.

El terrorismo cuesta dinero, incluso tras los atropellos masivos existe una fuerte inversión, indican los expertos, que además reconocen, la intensificación en la estrategia propagandística, supone un alto precio. Como, asimismo, movilizar, adiestrar y uniformar a los afiliados.

De la misma manera, se ha observado en los atentados materializados, como jóvenes europeos han sido atraídos bajo una doctrina propiamente de muerte y destrucción, rompiendo con los propios parientes y allegados e imponiendo las reglas de juego ante la sociedad de origen.

Es imprescindible precisar, que la radicalización en sí, lleva a la violencia extrema. Pero, por sí misma, aunque sea repudiada, no es un crimen.

Sobre la línea roja que la mide, el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo señala al respecto, “que la libertad de expresión se extiende a informaciones e ideas que ofenden, chocan o molestan”.

Prosigue exponiendo, “que es parte del pluralismo, tolerancia y amplitud de miras, sin las cuales, no existe una sociedad democrática”.

En este caso, no prevalece una descripción general de radicalización, aunque, no obstante, las Directrices del Consejo de Europa, aclaran como hacer frente a esta lacra y al extremismo fanático, determinando “que la radicalización representa un proceso dinámico mediante la cual, el individuo acepta y apoya el extremismo violento”.

Ahora, quedaría por valorar las posiciones que están detrás de esta causa, entre las que figuran los motivos ideológicos o políticos, religiosos, sociales, económicos, o quizás, subjetivos.

Con estos criterios, el extremismo violento reside principalmente en “promover, apoyar o cometer actos, incluidas prácticas que conduzcan al terrorismo y que tienen por objeto, defender ideologías que abogan por la supremacía racial, nacional, étnica o religiosa y que se oponen a los valores y principios básicos de la democracia”.

Investigaciones llevadas a cabo sobre la radicalización, sugieren ahondar en los procesos derivados de reclutamiento, que, bien podrían producirse en colegios o universidades, centros de detención y cárceles o en la red de redes, como internet.

En este sentido, el discurso puesto en escena de organizaciones terroristas con orígenes en el extranjero, pero que actúan en el continente europeo como el ISIS o Al Qaeda, ha sido preferentemente encaminado a mujeres y niños.

Como explica Jiménez Villarejo, “no solo se radicalizan en la red y en las prisiones, sino, un grupo de jóvenes en un pueblo o en un entorno rural, de pronto se autoradicalizan con un guía”.

Consecuentemente a lo ratificado, se hace crucial la cuestión de la segunda generación en el marco geográfico de España y Europa.

Sucesos como los señalados en Barcelona y Cambrils, precisan de respuestas inmediatas para evitar la estela de la radicalización, y, en los que a la par que las acciones terroristas, no tiene límites.

Precisamente, aquí es, donde la educación en valores ocupa un lugar relevante, actuando de escudo protector e interceptando las posibles soflamas de odio que confluyen. Auspiciando la integración social de personas desfavorecidas, que, harían disminuir la inducción de quién (es) se siente (n) relegado (s) de incorporarse a impulsos o grupos virulentos.

Ello, indicaría la detección de los riesgos e incertidumbres, interviniendo previamente ante conductas radicales.

Por tal motivo, lo argumentado en estas líneas, se denomina terrorismo y atañe a las numerosas víctimas afectadas por el rastro desencadenante de un acto criminal e injustificable.

Una radiografía que evidencia la crónica despiadada de la sin razón, donde inescrutablemente persisten heridas abiertas. Siendo el sufrimiento padecido y el que actualmente padecen, el que los une más que nunca, a pesar de quedar equidistancias pendientes en el derecho a ser reconocidas y reparadas como merecen.

Pese a que estas personas son más que dignas de la empatía y la solidaridad, posiblemente, este reconocimiento más que alcanzado, ha podido caer en la rutina y con ello, desvanecerse una gran parte de los valores que contiene.

Concurriendo la necesidad de retornar a una conmemoración solemne, con la que emitamos un alegato por lo que llevan soportado. Enarbolando, el coraje que reclama a viva voz, el esfuerzo de superación en un relato que describa la verdad de lo ocurrido.

Hoy, las víctimas del terrorismo deben hacer frente a un nuevo desafío, el olvido.

Quizás, porque en la tentativa de alejar un recuerdo demasiado doloroso, es posible conservar encendida la llama del compromiso solidario, no dejando de lado el reconocimiento y la reparación legitima de las víctimas, en acciones criminales como el terrorismo.

En definitiva, afrontando esta complejidad desde el ángulo de la prevención, donde se formulen respuestas contundentes al extremismo violento, y con ello, se optimicen la cooperación en ámbitos como el fomento de la educación inclusiva y el aumento de la resiliencia de las sociedades.

Desde mi punto de vista, defendemos que, en esta encrucijada de la lucha contra el terrorismo, existen quiénes han intentado e intentan aniquilar el semblante de un Estado de Derecho basado en las libertades, infligiendo regímenes de violencia fundamentados en el totalitarismo y la exclusión, y que, por ende, los hace ser cómplices de un chantaje despiadado.

No obstante, contamos con principios e instrumentos que son compartidos y que constituyen el respeto escrupuloso de los derechos humanos y los valores democráticos.

Interpelando para ello, los pasos que eviten la progresión de la radicalización que, de manera infausta, arrastra a individuos, en su amplia mayoría jóvenes, hasta convertirlos en sectarios del terror y, en el peor de los casos, en terroristas preparados para desenvolverse como homicidas en cadena.

Por consiguiente, un año después, desde aquella trágica tarde de verano que marcó para siempre a esta Nación, no ha imposibilitado que la consternación y el espanto que envuelve al terrorismo yihadista, haya quebrado el ideal constitutivo de la democracia que hemos conquistado.

Un sentido recuerdo unido al afecto inextinguible de las víctimas de Barcelona y Cambrils, que, de ningún modo, ha desaparecido de la memoria viva de España, como, de igual forma, tampoco ha quedado en el olvido, aquel aciago 11 de marzo de 2.004, con una serie de ataques en cuatro trenes de la red de cercanías de Madrid, en las que fallecieron 193 personas y resultaron heridas alrededor de dos mil.

Es indiscutible, que el terrorismo nos reubica en instantes dolorosos y profundamente sombríos, pero, el mismo espíritu de la concordia, es el que nos alienta a coronar, que la libertad de todos, de ningún modo se doblegará.

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