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En memoria de mis padres Alfredo y Paquita

Han sido unos días muy intensos durante los cuales he estado en una constante vibración interior. Perder a los dos progenitores es decididamente una experiencia transcendental que necesariamente debe marcar el resto de la existencia de un ser humano. Me he decidido a escribir estas líneas por los muchos amigos y conocidos que ellos tenían en Ceuta y, sobre todo, por su estrecha relación con el norte de África, que les marcó profundamente y los unió para el resto de sus vidas y en el infinito sueño, ya que descansan juntos en el cementerio de Santa Catalina.

Soy el único responsable de estos pensamientos que vierto públicamente, dejando un lugar destacado a mi hermana María Victoria (Mavi) y sus hijos, yernos, nietos, amigos y animales domésticos. Tengo que decir ante todo que mi sensación es de angustia, desgarramiento interior y profundo respeto por el reciente fallecimiento de mi madre, pero no de pena puesto que ella contaba ya con 91 años, se encontraba postrada en una cama y desde hace algún tiempo se había desdibujado ante mis ojos como en una especie de ensoñación de lo que fue aquella magnífica mujer. La pena es un sentimiento de otra naturaleza y se debe reservar para ocasiones más dramáticas, yo sentí mucha pena, que no desgarro, por la muerte de mi mentor científico Jacobus Cornelis den Hartog, una gran mente en el ámbito de los corales, que impulsó mi carrera científica y nos dejó prematuramente a causa de un cáncer de piel mal diagnosticado.
En cuanto a mi madre, solo puedo decir que cuando la visitaba en Las Palmas, me agradaba pasar muchas horas cerca de ella mientras trabajaba en mis cosas y, a mi manera, me he estado despidiendo de ella de una forma muy pausada, como en una especie de adiós maratoniano por etapas. Los primeros años después de sufrir el infarto cerebral que la postró en la cama, su carácter cambió súbitamente y se convirtió otra vez en lo que había dejado de ser desde bastantes años antes de la muerte de mi padre, una persona jovial de risa fácil, optimista, graciosa y siempre de muy buen humor. De hecho, recuerdo reírme mucho con ella los últimos años, cuando me hacía sitio en su cama sanitaria para que, durante un rato, compartiéramos confidencias y risitas. Fueron momentos inolvidables que me acompañarán para siempre. En fin, esto era algo habitual en aquellos años de alegría, a pesar de su accidente, pasaban por la casa de mi hermana Mavi amigos, amigas, sobrinos y sobrinas, tortugas, perros y canarios; de repente la casa se llenaba de sonidos familiares y la cultura de los cuidados hacía su aparición, cubriéndolo todo con su bello manto ante mis ojos de  observador siempre cercano y a la vez distante, pero atento al verdadero meollo que se estaba representando. El reto asumido por Mavi y familia es tan bello como épico; amor, ternura y cariño se combinaban, y yo, aunque me sentía insignificante adoraba el espectáculo genuino que presenciaba. En el caso de mi padre que se fue nueve años antes podíamos hacer un relato similar de dedicación y cuidados hasta que finalmente se produjo el inevitable fallecimiento por cuestiones de edad y enfermedad.
No son estas letras una pequeña revuelta burguesa en contra de la muerte pues bien conoce mi alma que la acepto de manera habitual, ya que la contemplo en la naturaleza muy a menudo, tanto entre los grandes gigantes del planeta como en pequeños seres antiquísimos que pueblan nuestros mares sin que apenas reparemos en ellos. Pienso, al igual que Borges, que la muerte es tan vasta como necesaria, lo que ocurre es que también creo en los sistemas de conexiones naturales y en ello encuentro algo que me reconforta.
Nuestra especie está cargada con el peso de la historia de la biosfera. Podemos decir que hemos heredado tantos avances orgánicos desde la aparición de la vida sobre el planeta como complicado está siendo nuestro encaje en el sistema que nos alumbró. Aunque la evolución cultural no la inventamos los simios, sí que la potenciamos bastante y una parte significativa de nuestra humanidad reside precisamente en un producto de este proceso, es la capacidad de bondad y el desarrollo de los afectos que profesamos hacia los otros. Pues bien, mis progenitores fueron personas bondadosas con los demás llegando a adoptar a uno de sus hijos, mi hermano Javier, que cursó estudios universitarios y tiene una carrera profesional en el ámbito de la educación secundaria así como un gran curriculum deportivo, está felizmente casado y es padre de dos preciosas criaturas revoltosas. Pero la bondad de Alfredo y Paquita se extendía también a los otros seres vivos por lo que estaban bien conectados con una de las redes esenciales del tejido vivo del planeta: el apoyo mutuo, las asociaciones entre distintos seres vivos, las alianzas entre especies, el altruismo hacia los demás formas de vida. Por eso en la casa de mis padres, siempre se han adoptado variados tipos de animales y cuidado muchas plantas de jardín. El profundo amor que siento por los perros es herencia de Alfredo y Paquita, y este mismo sentimiento reside también en mi hermana Mavi. Además ella posee un poderoso discurso vital y adora todo lo difícil en esta vida, pues acaso lo fácil no merece la pena, y por ello fue capaz de convencer a su propia hija Rocío y a su yerno Lucas para que adoptaran y lucharan por un cachorrito de perro ciego y físicamente condenado a una extinción temprana; la biofilia (el amor por los animales y las plantas) en mi familia, al igual que en muchas otras, son buenos referentes de las reglas epigenéticas (estructuras de comportamiento que se van adquiriendo a través del tiempo) que hunden sus raíces en la evolución de las culturas animales. Por todo esto, en muchas ocasiones en las que estoy en contacto con la naturaleza aparecen claramente sentimientos de bondad que aclaran la relación de mi vida con la de mis padres y la continuidad que esto ha supuesto en las redes de la existencia compartida, a pesar de lo alienante que pueda ser tener en un recipiente sus restos convertidos en cenizas.
Vivimos y morimos en red y por lo tanto seguimos existiendo de la misma manera, poseyendo o no presencia corporal. Está claro que los nódulos de la red que pertenecen a Alfredo y Paquita ya no emiten señales directamente, por ello la perpetuidad del recuerdo está solo a través de la memoria del grupo social al que pertenecieron. Por mi parte, al escribir este artículo es como si hubiera cortado un pedacito de su memoria y la hubiese metido en un frasquito con su correspondiente etiqueta pensando en futuros nódulos curiosos de información. Desde otro punto de vista más psicológico me reconozco en la mezcla de personalidades aportadas por mis padres, al menos me veo reflejado en la mezcla de sus temperamentos. La firmeza de carácter y la paciencia de mi padre unida a la capacidad de trabajo y la intuición de mi madre han sido fieles compañeros en las numerosas tempestades que la vida obliga a capear. El piojo verde, así me llamaban mis padres cariñosamente por mis gustos y comportamientos algo singulares para sus expectativas, tiene reflejos del cuerpo y el alma de sus progenitores. Acepto orgulloso toda la herencia recibida sin ambages y agradezco el espacio libre que me dejaron para que la necesaria autoeducación aflorara en mi vida.
Mis padres se casaron en Tánger dónde previamente se habían trasladado por razones de trabajo sus respectivas familias; todavía, a petición de Mavi, continúo ocupándome junto con mi mujer y mi suegra, Francisca Benavente, de algunas sepulturas de familiares que nos quedan en el precioso cementerio tangerino. Mis padres sentían mucho cariño por Marruecos y habían vivido en Alcazar Kivir, Larache y Tánger. En estas ciudades pasó parte de la crianza de mi hermana Mavi. Con Alfredo y Paquita también comenzó mi aprendizaje en el gusto por Marruecos, acompañando a mi madre hacía pequeños viajes de compras a Tetúan y Tánger, pero también recuerdo excursiones a playas espectaculares con grandes dunas, lagunas, zocos de pescado y cercanos bosques plenos de escarabajos y de tortugas de tierra. Cuando íbamos y volvíamos el mismo día parábamos y saludábamos a mi padre que en aquel entonces era uno de los inspectores de policía que trabajaba en la frontera del Tarajal. En alguna ocasión también hicimos noche en casa de algunos de sus amigos de Tánger y guardo mi primer recuerdo de haber dormido en una ‘mtarba junto a mi madre. También conservo en mi memoria haber estado de visita en varias viviendas de españoles que todavía vivían en Tánger por la zona del Zoco Chico o merendar en casas de militares amigos de mis padres en Tetúan.
Especial huella dejó la mágica Chauen en mi retina infantil y de la mano de mi padre recuerdo mi visita a Ras el Maa. Por aquel tiempo mis padres me compraron una chilaba de rallas y un fez que tuve durante muchos años y que me ponía para jugar en casa. Mi padre ejerció profesionalmente en el Cuerpo Superior de Policía, y después de varios destinos “de mayor categoría”, eligió ser durante muchos años uno de los dos inspectores al mando de la comisaría del Príncipe Alfonso. Allí dejó muchos amigos entre musulmanes y cristianos. Era un hombre de grandes gestos por ello rescató de una riada un Stradivarius de un famoso concertista ya desaparecido, también acogió a muchos judíos sefardíes que se trasladaban al recién creado estado de Israel e hizo múltiples favores en las distintas fronteras en las que trabajó como inspector de Policía, como facilitarle ciertos trámites a una aristócrata alemana por la que la noble dama le regaló una preciosa perrita, pastora alemana, educada por la policía. La perra Cleopatra, el primer gran can de la familia, con la que di mis primeros pasos y en la que mi madre confiaba tanto que la dejaba a cargo de mi cuna mientras ella se ausentaba para hacer algo de compra: ¡cómo no voy a ser un enamorado de los perros!  
Mi padre terminó su carrera de una manera exitosa en Madrid a cargo de la seguridad de personalidades políticas relevantes, como Felipe González, durante unas conferencias europeas celebradas en la capital de nuestro país. Mi madre siempre fue muy trabajadora (algo que marcó mi educación) y, entre otras dedicaciones, llegó a liderar el sector de las ventas de una conocida marca de cosméticos en Ceuta y también en el Campo de Gibraltar. No todo en la relación de mis padres fue un camino de rosas y pasaron épocas de profunda tristeza, debido en parte a su excesivo culto a la fiesta, que los llevó a una situación de decadencia prematura; pero como seres humanos imperfectos le hicieron frente como pudieron y mantuvieron su relación hasta el final. Ambos fueron personas despiertas e inteligentes, con fina intuición; nunca olvidaré su sabio consejo sobre mi mujer, Pakiki Serrais, según ellos era mi auténtico tesoro porque entre otras virtudes, en ella no había egoísmo, no se equivocaron.
Mi hermana Mavi y su familia han hecho de la bondad su acción y su discurso, tejiendo una red de relaciones con los amigos de hospitalidad, cuidados y cariño que reaviva la llama de la esperanza en la especie humana, ofreciéndome una sabia ventana a la vida buena en el mejor sentido filosófico. Las almas nobles me parecen que en cierta medida pueden ser comparadas con la ciudad medieval, que no es utópica sino tangible y llena de recovecos e intrincados pasadizos y mágicos cuadros urbanos e incluso de pestilencias orgánicas; en ella los trabajos y las labores se sobrellevan y acaso por estos motivos vibramos cuando paseamos por las ciudades antiguas en las que en una parte de nuestra alma se reconoce en un lugar hospitalario. Nada más alejado de la ciudad medieval es la ciudad cartesiana, venenosa y guiada por el delirio matemático e insoportablemente cuadriculada, pensada para las máquinas que nos transportan y nos hacen concebir la ilusión de victoria sobre el tiempo; es el espacio perfecto para los desalmados.   
La dedicación a mis cosas del naturalismo marino no excusa mi falta de sensibilidad para hacer más viajes o más llamadas o intervenir más directamente en los cuidados y solo comentaré, pero no en mi defensa, que viendo tal despliegue de talento y huracán de convicción por parte de mi hermana Mavi ayudada por sus hijos (una de ellas, Rocío es enfermera de UCI de neonatos) me declaré cómodamente incompetente para inmiscuirme en la labor de los cuidados, así que me dediqué a reforzar la intendencia y a intentar ayudar y consolar sin que mi presencia fuera incómoda, inquisidora, amenazante o molesta. Siempre he recibido respeto y cariño sincero por parte de mis sobrinos canarios, lo cual ha sido un asidero muy importante en el transcurso de las últimas dos décadas de mi existencia. Para colofón, mi prima Mari Lourdes (que tiene una íntima amistad con mi hermana Mavi) se trasladó desde Algeciras a dar su último adiós a nuestra madre y viéndola recordé a sus maravillosos padres que llenaron con su luz mis visitas infantiles a su casa de la Villa Vieja.
Gracias a los Pepe y Teresa amantes de la ópera, Matilde, Maica, Charo, Juan José, Alfonso, Maite y Juan Pedro, Mónica,  Alberto y Elsa, Lucas, Xerach, personal de Binter Canarias, una simpática tangerina, gaditanas por doquier, canariones, y muchos otros amigos auténticos que nos han acompañado en el camino áspero y seco de la muerte que, como a todos, alcanzó también a Alfredo y a Paquita. Gracias a mi hermana Mavi (la eterna Tata de mi infancia) y familia (Lorena, Víctor, Rocío, Lucas, Carlos, Jorge y Trol) por haber desarrollado todo ese talento para la amistad y la bondad, no olvidéis que, aunque siempre esté enredado en mis cosas, sois un nódulo importante de mi red de conexiones vitales.
Como no puedo concebir el mundo sin los canes me gusta imaginar otro plano de la existencia, un pequeño destello de ensoñación pueril y algo melosa que reconozco pero que no puedo evitar y que me voy a consentir aquí y ahora, en la que avanzo rodeado de los perros de mi vida hacia mis padres y seres queridos, ellos me esperan con una magnífica perra pastora que responde al nombre de Cleo, enseguida se hace la jefa de la jauría y está presta a salir a correr, nadar  y explorar junto a mí un nuevo mundo, estoy en el paraíso.

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