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'En la piel de...' el inmigrante: Destino Europa, el viaje de los sueños

Ceuta recibe anualmente una media de 2.500 personas en busca de un futuro, de una mejor vida. El equipo de ‘En la piel...’ le pone cara a algunas de esas historias que arrancan en el otro extremo del continente africano

Imaginar que un hijo, hermano o pareja desaparecen de la noche a la mañana sin dejar rastro. Imaginar la angustia de ver su habitación vacía todos los días, o las noches eternas esperando una llamada de teléfono que nunca llega. Imaginar no saber dónde duermen, qué comen o si siguen vivos. Todos los años, cientos de miles de africanos emprenden un viaje peligroso para alcanzar terreno europeo, unos 2.500 desembocan anualmente en la ciudad. Se les suele denominar migrantes, pero muchas veces se olvida que son hermanos, hermanas, maridos, hijos, hijas o amigos de alguien.

Índice

La historia de Alseny y Habib El ERIE de Cruz Roja El centro San Antonio El Círculo del Silencio Testimonios Miles de ellos mueren en el duro trayecto. Muchos otros desaparecen a lo largo del recorrido y sus familias se ven condenadas a vivir en un limbo, entre la esperanza y el desaliento. Otros tienen la suerte de cumplir su sueño: alcanzar la tierra prometida, la tierra de las esperanzas y de su nueva vida. El equipo de ‘En la piel de...’ le pone cara a dos de esos cientos que han llegado a Ceuta en los últimos meses. Sus nombres: Alseny y Habib Diallo. Estos jóvenes de 20 y 19 años respectivamente, procedentes de Guinea Conakry, reciben a El Faro en el centro de inmigrantes de San Antonio, donde acuden religiosamente todas las mañanas. Son felices, sus caras y miradas así lo reflejan. Acceden a contar su historia al mundo, una historia que torna sus miradas enfocadas ahora al vacío que desdibuja sus sonrisas y las pinta con frases iniciales de dificultad, crudeza y sufrimiento.

Ocho meses de viaje desde Guinea hasta Ceuta. Una ruta complicada con grandes peligros tanto en el desierto como en la frontera de Argelia con Marruecos

Llegados a Ceuta un día 19, en el caso de Alseny fue en octubre y, en el de su compañero ahora convertido en “su hermano”, en noviembre, iniciaron el viaje de sus sueños un largo período atrás. Fueron ocho meses infernales para el primero, y cinco para el segundo, en los que tan solo ellos y, algún amigo o familiar cercano, era conocedor de la odisea en la que se habían adentrado. Quizá todos se hagan la misma pregunta. ¿Por qué? ¿Por qué lanzarse al vacío, por qué abrazar a la muerte? ¿Vivís en guerra? No. Pero viven en un lugar sin futuro, un lugar truncado de sueños y expectativas donde realizarse y crecer. Ese fue el fin último de dos historias totalmente diferentes. “Yo tenía una vida normal, era feliz con mi familia y estudiaba, pero allí no podía continuar, no hay futuro para mi proyecto (suele utilizar esta palabra para referirse a sus planes de futuro)”, asegura Habib. En el caso de su amigo, el pasado se tornaba algo más negro. Hijo mayor de una madre viuda y con tres hermanos menores, trabajaba como conductor de un vehículo, “con muchos problemas”, con un sueldo mensual de 50 euros. “No podía ni ayudar a mi familia, porque lo que ganaba tenía que invertirlo en arreglar el coche”, comenta. La situación insostenible a la que se enfrentaban y las noticias de otros tantos que habían alcanzado el anhelado destino, les impulsó a salir una noche de sus hogares para, quizá, no regresar nunca más. “Me dijeron que la aventura era muy peligrosa, me hablaron de muertes, pero yo no pensaba en eso, en mi mente solo se dibujaba Europa”, confiesa Alseny. Tras un rezo y pedirle a Dios que le acompañase en su camino, le dijo a su hermano que estaría un mes trabajando en Senegal para luego regresar. “Mentí”, ríe cabizbajo. Ligero de equipaje, con apenas un par de mudas y algo de dinero, cerró aquella madrugada la puerta de su hogar para fraguarse uno nuevo. Los problemas comenzaron al intentar cruzar la frontera de Mali. “Me pedían mucho dinero, yo no tenía tanto, no podía pagar”.

“La parte más dura es el desierto, Níger es horroroso”

Fue el inicio de un viaje en la clandestinidad que concluiría en Marruecos. A Mali consiguió pasar oculto, con otros tantos, en un camión. “Si los militares no nos descubrían todo habría salido bien, pero como nos viesen... pasábamos desde la deportación hasta la muerte”. Este ‘medio de transporte’ fue un constante a lo largo del viaje. Paradas temporales para trabajar. Cuidando tierras, construyendo viviendas... a fin de poder comer y continuar su trayecto. “La parte más dura es el desierto, Níger es horroroso”, afirman al unísono. Las cifras de migrantes fallecidos en el desierto en sus rutas hacia Europa es desconocida, pero podría ser similar a los que cruzan por el mar, según la Organización Internacional de las Migraciones. Uno de los tramos más peligrosos es el paso por Níger. En el sur se ubica el grupo radical de Boko Haram; en el norte el Estado Islámico; en la frontera con Argelia formaciones de Al Qaeda; en la de Mali se suman los conflictos de los tuaregs y, de forma transversal, el tráfico de personas, de armas o drogas. El recuerdo para poder pasar de Argelia a Marruecos tampoco se cierne como el mejor. “Fue complicadísimo”, señala Habib, que consiguió llegar a territorio marroquí al tercer intento. El gran problema que se presenta en el tramo final del recorrido es que dicha frontera lleva 24 años cerrada. Consta de una doble valla que se extiende a lo largo de 1.150 kilómetros. Con 3,5 metros de altura y 5 de longitud cuenta con radares, telecámaras e intermitentes patrullas militares que no dudan en asestar un tiro a cualquiera que se acerque. En Marruecos la aventura se demoró, Europa estaba más cerca, pero no había dinero. Era necesario trabajar para poder pagar una plaza en “el plástico”, en su peligroso salvoconducto que los llevaría hasta el añorado destino.

“El señor del pasamontañas nos abandonó en medio del mar, estaba muy oscuro, hacía frío, teníamos miedo porque los morenos no saben nadar”

En la historia de estos jóvenes no hubo vallas que desangrasen su piel, pero ese tránsito no estuvo exento de zancadillas. “Para mí pasar por la valla era más complicado, difícil y peligroso. El mar se presentaba más fácil, pero sabía que era traicionero y que la muerte igualmente podía acechar”, confiesa Habib. Para este joven hablar de muertes es hacerlo de un episodio que tendrá marcado eternamente. La noche que partió desde las costas tangerinas el mar embravecía y el tiempo no se tornaba muy halagüeño. Diecinueve personas, incluidas tres embarazadas, se ceñían en una barca de playa, de juguete, que horas más tarde volcaría en las rocas de Santa Catalina dejando tres sueños truncados. “El señor del pasamontañas nos abandonó en medio del mar, estaba muy oscuro, hacía frío, teníamos miedo porque los morenos no saben nadar”, cuenta. Al fin, la tierra soñada se presentó con sabor agridulce. “Tengo el corazón dividido. Estoy muy feliz de poder estar aquí, pero la muerte de mis compañeros siempre estará conmigo”. La conversación con los jóvenes sufre un alto. Tienen que partir al CETI, la hora de la comida no perdona si no llegan a tiempo. La charla continúa durante la jornada vespertina, precisamente desde allí se inicia un diálogo más diáfano que se extenderá hasta la plaza de la Constitución, donde el segundo miércoles de cada mes se organiza el Círculo de Silencio del que son partícipes. La vida de estos jóvenes en la ciudad es más rutinaria de lo que muchos puedan pensar. Centrada básicamente en “estudiar español”. Clases a primera hora de la mañana en el CETI, que prosiguen en San Antonio y concluyen por la tarde en la Asociación Elín. “Nuestra estancia en Ceuta es temporal y lo que queremos es estudiar, cuanto más control del idioma tengamos más futuro tendremos en la península”, señala Habib.

Habib escribe el guión de un documental que narra el viaje al que se enfrentaron para llegar hasta España

Durante el trayecto saludan a unos compañeros. Ellos se ganan un dinero con el conocido ‘dale, dale’. Aseguran que “es una obligación, pues necesitan enviar algo de dinero a sus familias. “Cuando vienes a Europa se entiende que tú debes mandar dinero, no ellos a ti”. Asimismo comentan que si necesitan comprar un móvil para llamar o tener algo de ropa porque “en el CETI solo nos dan una muda cuando llegamos”, es necesario el dinero. Alseny y Habib rechazan el ‘dale, dale’. “No está hecho para mí”, confiesa el primero. Ambos compraron sus respectivos teléfonos cuando llegaron. “Pedí a mi familia que me enviase 70 euros”, dice Habib. “Desde entonces no tengo dinero, pero me da igual. En el CETI puedo comer y dormir, y en San Antonio me dan ropa. A mí me interesa estudiar, el dinero se va, pero el conocimiento es eterno y es la mejor arma que tengo para construirme un futuro”, explica. Al hablar de futuro a ambos se les iluminan sus miradas. Pese a que son conocedores de que la península “es difícil” allí esperan encontrar un universo de oportunidades. “Quiero estudiar cine, es mi sueño”, dice Habib. De hecho ya ha empezado a hacer sus pequeños ‘pinitos’, y durante su tiempo libre en el centro de estancia temporal escribe, junto a su amigo, un guión. “Narra el viaje que los morenos realizamos para poder llegar a Europa, sobre todo queremos reflejar todos los obstáculos que nos encontramos por el camino”, explica. Ya en el centro de la ciudad se unen al resto de sus compañeros y a los voluntarios de Elín. En unión y a la luz de las velas pondrán voz a través del silencio a las personas refugiadas, y clamarán por un Estrecho seguro y sin muertes, “por un Estrecho de vida y esperanza”. En esta ocasión el circulo va dedicado al joven que murió en el Muelle de la Puntilla en su intento de llegar a la península para buscar un futuro mejor: Omar ‘Susi’. La próxima jornada se teñirá de sollozos y alegría. Llegó el momento. Algunos ya tienen en sus manos el pasaje hacia su nueva vida. Los dos amigos acuden a la estación marítima para despedir a sus compañeros. Abrazos, lágrimas y un “hasta pronto”. Ellos continúan aguardando su turno mientras su sueño va tomando mayores dimensiones. Quieren ir a Sevilla, estudiar y poder trabajar. Pero en ese futuro también se encuentran los que dejaron atrás, un reencuentro, una vuelta convertidos en la persona a la que aspiran es el mayor de los deseos y, sobre todo, ayudarles a ellos. El sueño transformado en realidad no será efectivo hasta que sus familias, sus seres queridos puedan formar parte de esa nueva vida.

El Equipo de Respuesta Inmediata en Emergencias, el ERIE de Cruz Roja

Es el primer contacto, junto con la Guardia Civil, que los inmigrantes tienen a su llegada El ERIE de Cruz Roja junto con la Guardia Civil se presenta como la primera toma de contacto que los inmigrantes tienen a su llegada, ya sea a través de las costas o de la valla. Son la ‘mano amiga’. Ellos se encargan de realizar la primera valoración sanitaria y, ya en el CETI, se sigue un protocolo médico más exhaustivo para detectar las patologías más frecuentes en los países de los que proceden. “Encontramos diferentes estados en función desde accedan. Normalmente cuando vienen por vía marítima están agotados, con principios de hipotermia y bastante desnutridos porque pueden permanecer en la embarcación desde doce horas hasta un par de días”, explica Laura Barea, enfermera del departamento de Salud, Socorro y Emergencias. Sin embargo a través de la valla, apunta su compañera Ana Antolí, lo más frecuentes son cortes y contusiones, “además del agotamiento ya que antes de cruzar han estado varios días o, incluso, semanas y meses acampados en el monte de Marruecos”. “La primera es la que te marca, pero las muertes nunca se olvidan” Al igual que son muchas las alegrías que embriagan al ayudar, también es la tristeza que se convierte en eterna ante los episodios de muertes. El coordinador del ERIE, Clemen Núñez, explica que las funciones de Cruz Roja han disminuido con el paso de los años. “Cuando comenzó el fenómeno de la migración por los años 90 estábamos solos, debíamos sumergirnos y rescatar cuerpos que llevaban semanas o meses en el agua. Los cogías y se deshacían las extremidades”, recuerda. Son casi tres décadas de duras situaciones en las que “no te deshumanizas nunca”, confiesa. Pero, por supuesto, “la primera no se olvida”. Precisamente por ello son atendidos por un equipo de apoyo psicológico.

Centro de inmigrantes San Antonio

Desde 2006 es un centro de acogida y formación para el inmigrante El centro de inmigrantes de San Antonio se creó en 2006 impulsado por el Secretariado Diocesano de Migraciones y está gestionado por la asociación Cardijn. Coordinado por Maite Pérez y en colaboración de voluntarios se erige como un centro de referencia para el inmigrante, independientemente de su religión, es un lugar de acogida donde reciben una formación. Desde clases de español, mecanografía o talleres de manualidades El centro funciona de lunes a viernes en horario matutino. Allí Pérez se encarga de recibirlos, de abrirles el aula de informática, siempre con todas las plazas ocupadas y, junto con los voluntarios, de impartir las clases de español, mecanografía, organizar diferentes talleres artísticos o actividades deportivas. Acercamiento a la realidad, al mundo exterior En San Antonio adquieren conciencia del mundo que les espera más allá del Estrecho. La encargada de impartir estas ‘lecciones’ es Maite. “Les hablo muy claro, les explico la realidad que se van a encontrar en la península, porque es muy dura, allí tienen tres meses en una ONG y después se van a la calle donde se les abre un limbo. No pueden aspirar a un trabajo decente porque no tienen documentación pero pueden buscarse la vida con ‘trabajillos’ y, precisamente de formarlos en ese aspecto nos ocupamos en el centro”, explica.

Círculo del silencio

Poner voz desde el silencio a las últimas víctimas del fenómeno migratorio El Circulo de Silencio se celebra desde hace más de dos años en la plaza de la Constitución el segundo miércoles de cada mes y en él se relatan los acontecimientos relativos a los migrantes que se han sucedido durante las últimas semanas. El propósito es “poner una voz de los sin voz, como son los inmigrantes y refugiados”, explica la presidenta de la asociación Elín y carmelita vedruna, Paula Domingo. “Nuestro objetivo cada mes es recordar los acontecimientos que cada día les ocurren a estas personas y que, por desgracia, se traducen en muertes, tragedias y situaciones que no podemos olvidar porque todos somos responsables”.

Testimonios

Santiago Ramírez. Voluntario de Cruz Roja. “Te hace valorar lo que tienes aquí. Cuando comparas nuestras quejas con su realidad, abres los ojos, son situaciones que te hacen cambiar, ves la vida de otra forma”. Paula Domingo. Asociación Elín. “Ellos vienen con una gran riqueza, debemos abrirles las puertas y dejar de obcecarnos en cerrárselas porque son el aire nuevo que va a rejuvenecer Europa”. Habib Diallo. Residente del CETI. “Todas las personas somos iguales, solo nos diferencia el color, pero no puedo adentrarme en la mente de nadie y hacerlo cambiar, tan solo pedirles que nos den una oportunidad”. Maite Pérez. Coordinadora del centro ‘San Antonio’. “Es importante que la sociedad conozca su realidad. No hay que mostrar lástima, pero que descubran que tienen ganas de estudiar, trabajar y cooperar”.

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