“Es la tesis del puente, del paso y de las relaciones entre las comunidades de esta región histórica del Estrecho de Gibraltar”, explica José Ramos justo en la boca de la primera cavidad estudiada. La interacción entre las dos orillas pasa a un segundo plano cuando en ese punto comienza a primar la interacción entre la vertical de la pendiente y la ley de la gravedad. La Cueva de Enrique se encuentra a unos 200 metros en dirección a la cima del Abrigo de Benzú. Llegar a estos riscos solo se entiende si fue el refugio de sociedades jóvenes y lozanas: los cazadores-recolectores-pescadores del Paleolítico y las tribus comunitarias del Neolítico. “Aquí más que caminar, se patina”, anota un miembro de la docena de investigadores, técnicos y estudiantes alertando a los visitantes de la pendiente del terreno. Claro que la topografía del lugar tiene mucho que ver con la supervivencia del ser humano. “Desde aquí”, observa Ramos, “los pobladores de la zona podían otear casi toda la región circundante y controlar así las poblaciones de animales que bajaban a abrevar en el arroyo”.
Al sondeo actual apenas le queda una semana, lo suficiente para determinar que, efectivamente, este nuevo yacimiento, la Cueva de Enrique, tiene potencial investigador. Así lo confirma Ramos, que llega a hablar de la posibilidad de que los aledaños de Benzú podrían dar para “generaciones de trabajo”. Por ahora, no hay constancia de restos humanos, pero eso ha sido hasta el momento: lo que sí se han registrado han sido evidencias de presencia humana. Es precisamente lo que en estos momentos se está consignando en el terreno para un posterior estudio: restos de piedras talladas, fauna marina y fauna terrestre que probablemente sirvieron de alimento. Todo eso se ha hallado ya en la primera cavidad perteneciente a la Cueva de Enrique, también conocida, en la literatura militar, como Subida de Esparta. El trabajo requerido para alcanzar el lugar del trabajo arqueológico más valió haberlo bautizado como la Victoria de Samotracia. La técnica, la máquina y el futuro.
La búsqueda de un metacarpiano y la fiebre del oro
Entre el equipo de estudiosos de la Universidad de Cádiz, cuatro hay que se encuentran realizando algún modo de estudio dirigido. Antonio Cabral muestra restos de piedra y fauna marina con la que pretende relacionar el Paleolítico de Benzú y el de Lucena (Córdoba), la Cueva y Cima del Ángel, con lo que se incide en la relación entre las dos orillas. Buscando material orgánico entre el material inorgánico está Jesús Toledo, barbateño, que criba el terreno de la cavidad inspeccionada como quien busca una pepita de oro, ningún valor para el que supondría algún metacarpiano en buen estado que confirmara la dieta de los pobladores de la Cueva de Enrique. Las anteriores tesis se complementan con el trabajo de investigación de Antonio Barrena, centrado en el estudio de la tecnología de la piedra y de la madera.
Unas cuevas obstruidas por el material de la cantera
La novedad durante la jornada de prospección que se lleva a cabo en la Cueva de Enrique se produjo ayer con la llegada de un espeleólogo de Algeciras. Los trabajos arqueológicos no son cosa exclusiva de arqueólogos. “Mi trabajo no es científico”, señala no sin cierta distancia Antonio Luque, cuyo cometido es la realización del trabajo topográfico, es decir, dibujar en detalle la superficie riscosa contigua al Abrigo y la Cueva de Benzú. Ataviado con un equipo preparado para las verticales, Luque explora el territorio de la Cueva de Enrique. Las cavidades son múltiples. Pero el equipo de prehistoriadores sospecha que solo se trata de la cima del iceberg. “Habría que encontrar una entrada alternativa: todas las cuevas están tapadas”.
Todos los vecinos de Benzú que cuentan los 50 relatan la misma historia. Cuando eran niños, las cuevas que horadaban el monte servían como juego improvisado. “Quemábamos las gomas de los zapatos, hacíamos las antorchas, y nos adentrábamos en las cuevas, que eran profundísimas”, rememora un vecino en la parada del autobús junto a la chatarrería. De la existencia de lechos en estas hondas cuevas también están al tanto los arqueólogos de la Universidad de Cádiz, cuya particular piedra filosofal radica en el deseado hallazgo de un resto humano. “Los vecinos hablan incluso de grandes cuevas que utilizaban para guardar el ganado. Incluso vacas metían”, explica Juan Jesús Cantillo, investigador experimentado en tierra ceutí.
Claro que, antes de encontrar los restos humanos, sería conveniente dar con las cuevas, ahora obstruidas por material procedente de los usos industriales de la cantera. ‘Se busca’, podía leerse con grandes tipografías en los alrededores del terreno examinado. El problema radica ahora en la naturaleza del material de la superficie estudiada y su disposición. “Estas rocas no tienen estabilidad “, advierte a José Ramos Antonio Luque, miembro del Espeleoclub de Algeciras, al referirse a unos peñascos cercanos. A la Cueva de Enrique se le conocen evidencias de grupos humanos, pero la nueva cueva, esa gran cavidad de la que hablan los ceutíes de Benzú, podría contener esa sustancia que convertiría en oro la tierra húmeda que ahora trasladan desde el interior de una pequeña fosa a la naturaleza.
Son las desventajas de la industria del siglo XX, usualmente ajena a la sostenibilidad. Luque ya avisa. Posiblemente sea necesaria la participación de máquinas que pueda abrir un hueco al núcleo de la tierra, ese lugar, presumiblemente hueco, que sirvió para los juegos de los infantes del barrio hasta hace unas décadas y que les valió de casa y refugio a sus antecedentes prehistóricos hace algo más que unas décadas.