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En la confluencia de los dos mares, por Septem Nostra

Pocos lugares como Ceuta pueden decir que están situados en un punto geográfico de enorme importancia natural, paisajística y cultural. Los seres humanos no somos los únicos que atravesamos el Estrecho de Gibraltar para pasar de un continente a otro y de un mar cerrado a un inmenso océano. Las aves sobrevuelan nuestro cielo en sus rutas migratorias, como también lo hacen en el mar las tortugas marinas y los cetáceos. Los recursos del mar que rodean a Ceuta fueron fuente fundamental de la alimentación y el trabajo desde la prehistoria hasta tiempos recientes. Hemos sido un pueblo marinero, aunque ahora del sector pesquero sólo queden un par de barcos y unos pocos artesanos salazoneros. Ceuta se ha convertido en una ciudad de comerciantes y, sobre todo, de funcionarios. A diferencia de pretéritos tiempos históricos, el puerto de nuestra ciudad, siendo importante, no alcanza ni de lejos el relieve que tuvo entre los siglos X y principios del s.XV. Gracias a la arqueología sabemos que existieron hornos metalúrgicos que suministraban el material necesario para el funcionamiento de las atarazanas y que en nuestro puerto desembarcaron lujosas vajillas cerámicas que los arqueólogos recuperamos en nuestras exploraciones del subsuelo ceutí.

Los estudios sobre el patrimonio natural y cultural de Ceuta son abundantes. Existe una amplia bibliografía arqueológica, histórica y biológica. Sin embargo, el conocimiento general de los ciudadanos respecto a nuestro medio natural y el legado patrimonial sigue siendo escaso. Organismos como el Instituto de Estudios Ceutíes, o la propia Consejería de Educación y Cultura, llevan tiempo trabajando en la difusión de nuestros bienes culturales. Siempre es posible y necesario hacer más, pero no seríamos justos si no reconociéramos el esfuerzo que se está realizando. Quedan asignaturas muy importantes por completar y superar con la creación de un Museo histórico de la Ciudad y la apertura definitiva del Museo del Mar. Desde nuestro punto de vista, ambas instituciones son imprescindibles para ampliar y reforzar la difusión del patrimonio natural y cultural de Ceuta. No tiene sentido que dispongamos de uno de los mejores repertorios de material arqueológico del Mediterráneo guardados en los almacenes del museo y una de las amplias colecciones de osamentas de tortugas marinas y cetáceos sin que puedan ser disfrutadas por los propios ceutíes y por quienes nos visiten.

Es necesario que los ciudadanos de Ceuta adquieran los conocimientos necesarios y desarrollen la capacidad imaginativa para recrear en su mente lo que pudo ser este lugar en el pasado. Como dijo Carl Gustav Jung, somos lo que vemos y vemos como somos. Son las experiencias sensoriales y emotivas que vivimos en nuestro entorno las que marcan parte de nuestra personalidad. Cada día que amanece es una oportunidad que nos ofrece la vida para gozar con nuestros sentidos de los colores, la luz, el olor a mar, el viento en nuestro rostro, el calor del sol o la humedad de la lluvia. Estas experiencias, vividas con plenitud, determinan nuestra conducta individual y colectiva. Estoy convencido de que nuestros antepasados, mucho más pegado a la tierra y el mar que nosotros, percibían de una manera mucho más intensa y profunda el espíritu de Ceuta. A veces, trabajando en el lugar donde desde hace algún tiempo codirijo una intervención arqueológica, intento imaginar cómo sería la Ceuta de las personas cuyas tumbas excavo con sumo respeto y cuidado. Entonces no había los altos edificios que impiden la contemplación de la bahía norte. Ni mucho menos estaba el Parque del Mediterráneo. El mar rompía en una playa y un poco más tarde en las murallas de la Marina. Los que tenemos cierta edad hemos visto el mar agitado rompiendo contra la muralla. Hoy nuestros hijos ni siquiera pueden intuirlo, pues las murallas fueron ocultadas tras unos aparcamientos.

En el tiempo del que les hablo Ceuta era una ciudad próspera, tanto en el económico, como en lo cultural y artístico. No menos importante era su dimensión religiosa y sagrada. No debería de extrañarnos, por tanto, que al-Ansari al describir la Ceuta previa a la toma de la ciudad por los portugueses en 1415 comience por hablarnos de los numerosos santuarios dispersos por toda la geografía ceutí. También nos describe las mezquitas, los baños, las calles, los mercados, las tiendas, los barrios y las puertas. A pesar de la exageración con la que al-Ansari dibuja la imagen de Ceuta a comienzos del siglo XV, no cabe duda de la importancia y belleza que llegó a alcanzar nuestra ciudad en época medieval. De una día para otro el rumbo de la historia de Ceuta dio un giro inesperado y tomó otro derrotero. Lo que fue una ciudad próspera pasó a ser un villorio a mano de un pequeño grupo de tropas portuguesas, cuyo principal objetivo fue el mantenimiento de la plaza ante los continuos intentos de recuperación por parte de los pobladores que fueron expulsados de sus casas. Para lograrlo desplegaron un gran esfuerzo constructivo excavando un profundo foso y levantando unas imponentes murallas que hoy día constituyen uno de los más importantes conjuntos monumentales de Ceuta: las Murallas Reales.

La Almina fue abandonada y convertida en zonas de huertas y pequeñas explotaciones agropecuarias. La tierra fue acumulándose en lo que tiempo atrás fueron profundas ramblas, quedando ocultas bajo ellas, en magníficas condiciones de conservación, lo que hoy conocemos como los yacimientos arqueológicos de Huerta Rufino o el Pasaje Fernández. No obstante, la mayor parte de las viviendas que formaron parte de los arrabales medievales de la Almina desaparecieron por la reocupación urbana de este sector de la ciudad que comenzó a finales del siglo XVII y se aceleró de manera vertiginosa en las primeras décadas del siglo XX. Los vestigios arqueológicos que salieron a la luz con estas nuevas construcciones llamaron la atención de eruditos como Antonio Ramos de los Monteros. En su obra “Ceuta 1.900” podemos encontrar continuas referencias al hallazgo de restos arqueológicos, como los que se descubrieron “en las diarias excavaciones practicadas en el solar de la Berria (entorno de la actual Plaza de Azcárate), donde aparecieron y aparecen columnas, baños, armas, capiteles y otros recuerdos que hablan del dominio muslímico en época de esplendor”.

Unos treinta años después de la muerte de Antonio Ramos de los Monteros, el primer Cronista Oficial de la Ciudad, llegó a Ceuta el Profesor Carlos Posac Mon. Entre 1957 y 1967, el añorado Prof. Posac ejerció el cargo de Delegado Local de Excavaciones Arqueológicas de Ceuta. Durante estos años desarrolló una importante labor de investigación arqueológica y de recuperación de las piezas arqueológicas que aparecían durante las numerosas construcciones que se hicieron en nuestra ciudad en aquellas décadas. Según contó el Prof. Posac en algunas de sus conferencias, con el escaso dinero que le enviaban de Madrid daba pequeñas gratificaciones a los obreros que le avisaban del hallazgos de objetos arqueológicos en las obras. También se ganó la amistad de ciertos constructores de Ceuta que le permitieron recuperar todo aquello que pudiera antes de ser ocultos por los muros y suelos de las nuevas edificaciones levantadas en la Almina y otros puntos de la ciudad.

Gracias a la labor del Prof. Posac se recuperaron piezas arqueológicas de enorme valor e importancia, pero se perdió mucha información arqueológica e histórica. No es hasta mediados de los años 80 cuando comienzan a realizarse en Ceuta excavaciones arqueológicas in sensu stricto y tendremos que esperar a los años finales de los noventa para que empiece a normalizarse la obligación de contar con un informe arqueológico previo al otorgamiento de una licencia de construcción en las zonas de mayor interés patrimonial. En todo este interim entre la aceleración de la reforma urbanística del centro histórico de Ceuta y la normalización de los controles arqueológicos en los movimientos de tierra hemos perdido mucha información que nos habría servido para reconstruir la evolución y la conformación urbana de nuestra ciudad desde sus orígenes hasta la actualidad.

A pesar de esta lamentable circunstancia tenemos suficientes datos para acercarnos a la imagen de Ceuta en su momento de mayor esplendor, que fueron los siglos XII y XIII. Merece la pena hacer un viaje a lo que Ibn Arabi llamaba el mundo imaginal situado en la “confluencia de los dos mares”. Estos dos mares, citados en el Corán, tienen una dimensión terrenal y otra metafísica. En el plano geográfico hay autores medievales que no dudaron en situar la “confluencia de los dos mares” en el Estrecho de Gibraltar, como al-Garnati, pero si nos elevamos al plano metafísico estaríamos hablando de una lugar en el que se unen el mundo de las ideas y el mundo de la percepción sensible. El hecho de que en Ceuta se enlacen los aspectos geográficos y metafísicos de la “confluencia de los dos mares” explica el carácter sagrado y mítico de nuestra ciudad. Esta dimensión de Ceuta permanece oculta tras el velo de Isis y ha llegado el momento de descorrerlo y mostrar la verdadera esencia de Ceuta.

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