Categorías: Opinión

En la calle

Llegan las fiestas y nos hemos vuelto locos. Cenas de empresa, tapeo, fiesta, alterne...  en unas calles en las que por narices tienen que existir esas luces, esos escaparates y esos adornos que te inciten a la compra compulsiva o a la copa porque sí. Mientras, en los rincones, siguen estando los sin techo: hombres y mujeres que vagan de un banco a otro hasta que encuentran la intimidad necesaria para dormir entre cartones, en un portal o en la entrada de algún cajero. En este periodo de prefiestas parece que nosotros los difuminamos sencillamente para que no nos jodan la alegría, las ganas de pasarlo bien. Si los vemos miramos hacia otro lado y si siguen mirándonos hacemos como que no nos importa su situación, sin saber que detrás hay una historia y un vacío institucional tremendo.
Buena parte de esos sin techo son personas que han perdido la cabeza, enfermos psíquicos que perdieron a la familia que les ayudaba, y que van de un lado a otro viviendo atrapados en un mundo de miedos, de voces, de visiones, de presiones. Las instituciones han aparcado a los psíquicos como si para ellos no existiera atención alguna, olvidando que es su responsabilidad atenderles, darles una asistencia sanitaria, ofrecerles una salida, hacer de todo menos permitir que estén en la calle porque en esta ciudad nunca, quien debiera, se ha preocupado por habilitar un espacio en el que estén bien cuidados. El vacío en este campo asusta. En esta ciudad tenemos casos de personas que las estamos viendo morir en la calle, de vecinos que perdieron la cabeza y que pasan a nuestro lado gritando e insultando a la gente y lo único que se nos ocurre decir es eso de 'pobrecito, míralo como está... ¿pero no lo tenían recogido en Cruz Blanca?', '¿pero este hombre no estaba en Nazaret?'. Los miramos y seguimos nuestro camino, porque nos interesa hacerlos invisibles para seguir con nuestro mundo. Mientras en la calle están ellos, atrapados en sus enfermedades, sin apoyo, sin querencia, formando ese otro mundo de la locura en el que se sufre, mucho, y hacen sufrir, demasiado.
Las luces, los villancicos, el consumismo... que no falten mientras construimos una frontera imaginaria para que nada ni nadie nos lo enturbie. Si supiéramos lo débil que es esa frontera...

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