En Ceuta está Don Julián, en Ceuta la bien nombrada…”. Así comienza el romance medieval sobre el Rey visigodo de España, Don Rodrigo, quien, por la traición de aquél, perdió su reino y su vida. Lejos de mi ánimo afirmar que tengamos entre nosotros algún nuevo Don Julián, pero cierto Don Julio, que ni está aquí ni se le espera, pero cuyas declaraciones aparecieron a doble página en el número de El Faro de Ceuta correspondiente al pasado domingo, situaba en ellas a Ceuta y a Melilla como dos meras piezas de un peligroso juego en el cual aparecen también Gibraltar y el Sáhara, para decir que mientras todo siga como está, pues somos dos poblaciones españolas, aunque “si se aborda un diseño geoestratégico donde se incluyan Gibraltar y el Sáhara, pero hablando en serio sobre el Sáhara, entonces podríamos hablar de muchas cosas”. Vamos, que si se ponen en vías de solución lo de Gibraltar y muy en especial el problema del Sáhara, para crear allí una república independiente, pues entonces los más de 150.000 españoles arraigados en Melilla o en Ceuta ya podríamos ir preparándonos para lo peor. Por lo visto, hay derechos humanos de dos clases: los de los saharauis, excelsos e intocables, y los de los ceutíes y melillenses, quienes, por lo visto, poco o ningún respeto merecen.
¡Qué fácil es jugar con el futuro de dos trozos de España y de cuantos nacieron en ellos, los habitan o los aman, poniéndolos sobre una especie de tablero de ajedrez! No importan ni la historia, ni los títulos jurídicos, ni la voluntad de los habitantes, ni la integridad de la Patria. Para proteger piezas que el jugador considera más valiosas, pues (¡qué más da!) se sacrifica ese par de peones. Pues no, Don Julián. Bueno, en este caso, Don Julio Anguita.
Lo que me extraña es que, según creo, nadie haya salido hasta ahora a criticar lo planteado por Anguita. Parece como si a estas alturas ya estuviésemos curados de espanto o –lo que sería peor– resignados, pero por mi parte sigo considerando que no deben dejarse pasar impunemente cuestiones que son fundamentales.
Como, por añadidura, el concepto de “república” que se desprende de las referidas declaraciones del significado exlíder del PCE. Tal concepción, como él mismo dice, no consiste simplemente en que no haya Rey y que haya un presidente. No. Él va –y supongo que con él bastante más gente– mucho más lejos. Pretende abolir la actual Constitución e imponer una nueva, que apellida de republicana, no fruto del consenso como la vigente, tan elogiada a nivel mundial, sino pura y simplemente dedicada a consagrar los supuestos valores de la izquierda más profunda, que con base en una democracia radical, pacifista, antimilitar y laica, transforme a la nación única e indivisible que es España en una “república federal plurinacional” e implique un cambio total en política exterior, vinculándonos con Iberoamérica –sospecho que especialmente con Cuba y los países “chavistas”–.
Una república, en definitiva, en la que no se repita lo que él llama “el bienio negro de 1934”, es decir, el periodo en el cual, por decisión democrática de los españoles, gobernó durante la II República una coalición de centroderecha. Al parecer, solamente la izquierda está legitimada para gobernar. De los intentos de imponer ese postulado vamos teniendo repetidas experiencias en el actual periodo constitucional. Aguantan en teoría la alternancia en el poder, pero les resulta insoportable en la práctica.
Ya me extrañaba a mí tanta insistencia en lo de la república y tanta exhibición de la bandera tricolor. No quieren simplemente un cambio en el sistema de designación del jefe del Estado. Lo que pretenden es implantar un régimen sectario en el cual goce la izquierda de la más absoluta hegemonía. Porque esta gente, que siempre está hablando de la tolerancia, no es capaz de tolerar lo que sucede en los países verdaderamente democráticos, en los cuales es normal que resulten elegidos alternativa y libremente gobiernos progresistas y gobiernos conservadores.
Pues otra vez no, Don Julián, digo, Don Julio.
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