Robert Zemeckis ha decidido finalmente, a base de estacazos en la cartera y de fiascos de taquilla, apartarse del campo de la animación en el que tanto ha innovado y tan malos resultados le ha reportado en los últimos años para volver a la acción real. Y lo ha hecho intentando reivindicarse como autor por la puerta grande con una búsqueda masiva de premios Oscar (el propio protagonista de la cinta admite en las entrevistas que el equipo esperaba más nominaciones) que se ha quedado en posibles mejor actor principal (Denzel Washington) y mejor guión original, lo cual no está nada mal teniendo en cuenta todos los factores y contrincantes este año.
La acción, nunca mejor dicho, porque la primera media hora de metraje es técnicamente perfecta y de lo más emocionante, nos lleva a la cabina de un avión tripulado por el personaje que interpreta con reconocida generosidad profesional Denzel Washington, un tipo (el personaje, se entiende) con serios problemas de adicciones pero gran pericia como piloto que logra sacar el máximo partido a sus habilidades en un aterrizaje forzoso, evitando un desastre aéreo mayúsculo. Pero el héroe pronto se verá envuelto en dificultades por sus debilidades mundanas y el juicio paralelo del hombre que cae en picado física y emocionalmente es lo que constituye la mayor parte del metraje.
A ratos argumento y puesta en escena dan la impresión de estar ante una maxiproducción de esas que dejan huella en Hollywood, y en menores dosis hay pasajes donde nos abofetea la sensación de telefilm, con especial énfasis en un redentor final “made in Zemeckis” que estrella el Jumbo en un desenlace políticamente correcto que no merece esta buena película ni tampoco el sufrido espectador.
El actor protagonista copa los focos y se saca de la chistera más de un momentazo dramático o socarrón, y el resto del reparto, bastante plano a favor del lucimiento del capitán de avión, llegando a sobrar personajes o pasando de puntillas con bastante torpeza por la relación familiar de éste, abrazando la artificialidad. Lleva así la cinta una trayectoria claramente de más (con un más que vuela muy alto) a menos (estrellándose con aceptable suavidad).
No obstante, el paquete final merece la pena ser visionado por lo interesante del caótico vuelo inicial (marca de la casa), por el devenir de los acontecimientos cuando se van descubriendo los detalles y por un Washington en estado de gracia que se reafirma como estupendo intérprete de personas de dudosa moralidad, al menos mientras el guión se lo permita…
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