En brazos de la vileza

No pueden alegar ignorancia. No pueden alegar desinformación. Rechazan las evidencias, se niegan a verlas. Persisten en la misma política insensata pese a que esas mismas evidencias les indican que vamos hacia el despeñadero como país y como sociedad. Están como paralizados, como hipnotizados ante los sucesos que se desarrollan delante de su vista. Es como si un mago les hurtara la voluntad al obligarles a fijar la vista en los vaivenes de un péndulo. Son incapaces de reaccionar, incapaces de hacer otra política de vida que no sea la que por inercia han venido haciendo. Sufren una suerte de “autohipnosis” que los hacen “adictos a lo contraproducente”. Están equivocados y toman decisiones equivocadas, y debido a que sufren pérdidas de conexión con la realidad y/o   rechazan esa realidad, no les llegan las señales negativas que acontecen a su alrededor. Lo importante para ellos no es la realidad, sino la percepción que tienen de ella. Se han encendido todas las señales de alarma, pero no las ven, no las oyen, están paralizados. Continúan haciendo los mismos gestos, los mismos discursos, continúan por la senda errada que les conduce a la vileza, a la indignidad y a la traición. Van desafiando –recordando a Quevedo– por la senda errada, como necios, más que como sabios. Acaso sean sólo eso, necios, y no lo saben. O sí.  
Esta infame casta política está tan encanallada, tan envilecida, que a los ilegales que han hollado nuestras fronteras les ofrece 1.600 euros para que se larguen de España. No sólo es incapaz esta indigna casta política de defender las fronteras españolas de las invasiones de extranjeros, sino que, una vez dentro, les premia, con 1.600 euros, sacados de la miseria de los españoles, para que se vayan a sus países de origen. Miles de euros que van a salir de las depauperadas arcas españolas para entregárselos a unos invasores que, en no pocos casos, entran agrediendo a las Cuerpos y Fuerzas de Seguridad. Esta ruin y zafia casta política no puede haber caído más bajo, ha superado todos los niveles de indignidad, de ignominia y de vileza. Esta casta política permite que unos bárbaros hollen nuestro suelo español agrediendo a la guardia civil, tal y como sucede en Melilla, sin que se le suba el rubor a la cara, sin sentir vergüenza de su propia indignidad y de su propia traición a un pueblo, el español, al que ha jurado defender de las invasiones de bárbaros extranjeros. Se niega a llevar al ejército al perímetro de Melilla para que defienda el suelo patrio de estas avalanchas de extranjeros. Sin embargo, ese ejército está defendiendo en Líbano y Afganistán no se sabe bien qué. Los ciudadanos venimos obligados a pagar unos impuestos de los que se detraen partidas para equipar y tener actualizados a los ejércitos españoles, pero, eso sí, los ciudadanos tenemos, a la vez, el derecho de reclamar que el ejército defienda el suelo español de las entradas de invasores extranjeros. Y el Ejército reclama, también, su derecho a que se le mantenga en perfecto estado de revista y, a su vez, tiene el deber de defender las fronteras españolas. Pero nada de ello sucede. Y como no sucede, el Gobierno de España está dando un ejemplo de debilidad que se extiende por toda África y, entonces, los invasores se ponen en camino dispuestos a entrar por las buenas o por las malas puesto que saben que no hay defensa alguna del territorio.
Como ejemplo de vileza son las declaraciones del eurodiputado socialista Juan López Aguilar, en Melilla. Este individuo achaca a las “fuerzas conservadoras y nacionalistas” la lentitud del diseño de un modelo de gestión común de las fronteras de la UE. Pero ahí no acaba su villanía. También afirma que hay que evitar ¡“abusos contra los derechos fundamentales de los inmigrantes”! –¡si aquí viven a cuerpo de rey!– y que la principal amenaza es el “rebrote de los nacionalismos, la xenofobia y el populismo que busca falsos culpables”. Y como guinda, este personaje, al tiempo que echa mano de un discurso casposo, manido y rancio, dice (¡cómo no!) que “Melilla es un ejemplo de convivencia de la pluralidad cultural, en la que la mitad de la población es musulmana” (¡qué original!). Pero ¿este tiparraco vivirá, en Bruselas, en el barrio-gueto magrebí, ya que tanto alaba la convivencia con la mitad de la población musulmana de Melilla? Va a ser que no. Me temo que este charlatán de feria, como buen socialista, vive lo más lejos posible del barrio-gueto magrebí. Sin embargo, este desvergonzado personaje no tiene una palabra amable para los guardias civiles heridos ni para el pueblo melillense que sufre estos asaltos. Ni siquiera tiene el pudor de decir que esos ilegales serán expulsados. Todo un rufián este personajillo.
Y qué decir de la ciudadanía. La ciudadanía es una masa lanar –repito, masa lanar– a la que tan solo le falta balar como las ovejas. Esta masa lanar, llamada ciudadanía, todavía no se ha dado cuenta de que está siendo manipulada por fuerzas oscuras y criminales en complot con los políticos, que lo que tratan es de llevar a buen puerto una política de sustitución de los pueblos autóctonos europeos por otros mestizos productos de la unión con elementos africanos, asiáticos y amerindios. El multiculturalismo es una ideología dañina y cancerígena que lo que pretende es el fin de los pueblos europeos, cuya desaparición tomará proporciones épicas. Los llamados multiculturalistas, la izquierda, los buenistas católicos y sus obispos, la derecha acomplejada y quienes alientan y favorecen la inmigración son los responsables de esta sustitución de unos pueblos europeos por otros. Si los ciudadanos consienten en ello y se entregan con el cuello agachado para que les pongan el yugo, entonces habrá que decir con Nietzsche, “Lo que quiere caer, no hay que retenerlo. Por el contrario, hay que empujarlo”. En el pecado llevan la penitencia.