En aquellos años de los siglos XVI al XIX, el tráfico de esclavo fue habitual entre África occidental y las colonias españolas y portuguesas de Brasil y el caribe, además de la ruta al sur de los campos de algodón de los EEUU, hasta 1865 en que acabó la guerra de secesión americana.
Los barcos cargaban sus bodegas de negros capturados por las mismas tribus que vendían e intercambiaban por productos de Europa a los negreros (*), y arrumbaban a los puertos americanos de España, Portugal y EEUU, principalmente. Las travesías eran terribles, apiñados los esclavos en condiciones infernales, al punto que muchos de ellos morían en la travesía antes de vislumbrar tierra. La esclavitud a pesar de que fue abolida por la mayoría de los países principiando la medianía del siglo XIX, siguió de manera ilegal hasta los años anteriores de la finalización del siglo.
A tal punto, que en España no se dio se dio fin de manera oficial y definitiva hasta el año 1886 (**). Y, vistos los antecedentes de la trata de esclavos, vencido ya la centuria anterior, y bien entrado el siglo XXI, acontece que vuelve otro comercio y otros buques cargados de africanos, ahora, hacia las costas de Europa. No hay nada nuevo bajo el sol, diría el cronista, y en cierta manera tendría razón, porque pareciera que la esclavitud se hubiera remozado y adaptado a las nuevas condiciones del presente siglo, pero bajo el mismo techo de lo que siempre significo y significa la EXPLOTACIÓN del hombre por el hombre.
Cada día parten de la cornisa litoral del norte de África, lo que se ha dado en llamar el Magreb -Libia, Túnez, Argelia y Marruecos- innumerables pateras que han sustituido la ruta oriental de Turquía, Grecia e Italia, que al cerrar sus fronteras a cal y canto, ha quedado expedita la ruta occidental como única entrada posible a Europa.
De tal suerte, que el Gobierno, tan generoso en un primer momento de llegada a la Moncloa, se ha visto forzado a dar marcha atrás y donde dijera: «digo, ahora dice Diego...» Son cosas de la Realpolitik (***), que pone en evidencia como contradictorio la realidad política del momento presente de la historia, con la lectura del pensamiento filosófico de ésta o aquella determinada ideología.
Y, en este sentido es clara la dialéctica encontrada entre la seguridad de las fronteras de la Unión Europa -que el caso que nos ocupa son las vallas de Ceuta y Melilla, y las playas y puertos de las costas de Andalucía- y la llegada masiva de emigrantes de África y de Oriente medio. La controversia está servida, y claras las posturas de aquellos que desean y luchan por un mundo sin fronteras, donde las migraciones no tengan trabas para alcanzar los países más ricos y desarrollados; y, los Estados y demás ciudadanos que no quieren que la emigración ilegal se allegue sin control, y quede a merced de mafias y a pie de la delincuencia para sobrevivir.
No; no hay hasta ahora una toma de postura diferente -que de manera explícita y clara expusimos sus principios programáticos en la anterior entrega-, que consistía básicamente en un nuevo Plan Marshall ideado entre América y Europa para desarrollar a los países de África y Asía -cercano oriente-, creando las necesarias condiciones económicas donde se fomentaran los sectores primarios tales como la agricultura, la ganadería, la pesca, la minería y la industrialización de estos sectores en productos manufacturados para la exportación Cámbiese algo, para que nadie cambie...
Y, efectivamente, los barcos con emigrantes de africanos surcan de nuevo las aguas, para ser explotados en otras orillas como antaño ya se hiciera de manera frecuente y sin cortapisas en otros siglos pretéritos; sin embargo, ahora las orillas donde se manifiesta la explotación y la nueva marca de esclavitud no son del continente americano, sino de la vieja y culta Europa.
Hay que ser muy ingenuo para no darse cuenta de que estos flujos migratorios, llevan la impronta del capitalismo feroz y salvaje que necesita mano de obra barata, que trabajen por poco más de la comida y la cama.
Como antes lo hicieran en las plantaciones de café, caña de azúcar, plátanos, maíz o algodón, donde grandes terratenientes tenían ejércitos subyugados de esclavos. La apariencia con los siglos pretéritos, es que ahora no son capturados; sino que vienen libres en pos de alcanzar un mundo mejor donde puedan realizarse como personas llenas del respeto y la debida consideración.
Sin embargo, la llamada dura bien poco, pues nada más poner pie en el litoral y en los puertos de Europa, ese mundo de fantasía donde pensaban que llegaban, se rompe abruptamente al primer contacto que reciben con la dura realidad, y su posterior peregrinaje por instalaciones deportiva, tiendas de campañas, y centros de internamientos donde se les concentra a modo de reses.
No; no, de ninguna de las maneras, es el mundo dorado y el Estado del Bienestar que llevaban años soñando, y esperaban ser recibidos con la cordialidad y el agrado de las gentes del primer mundo.
Pero no es así, porque son recibidos con rechazo, como un nuevo proletariado que se une a la cola del que ya subsiste en nuestros países; pero con la dificultad añadida, de estar en la más absoluta desprotección, fuera de su cultura y de su entorno natural, y fuera de la posibilidad de conseguir de inmediato un trabajo que le posibilite una vida digna.
Si difícil fue el largo camino recorrido desde sus primitivas naciones, llenos de celadas y peligros, pero con la fuerza de la esperanza en el horizonte; ahora comienza una nueva aventura -a mi modo de ver aún más terrible que la anterior-, que topa de frente con la cruda realidad de ser mano de obra barata en el caso que los mercados les ofrezcan trabajo, o instalarse en las ayudas sociales necesarias e imprescindibles para subsistir.
También, queda otra opción: que sean captados por las diferentes mafias de la venta ambulante y los trabajos precarios fuera de contrato y mal retribuidos; de tal suerte, que sólo les queda la opción de malvivir, desperdiciando en esta obligada supervivencia los mejores años de sus vidas... En este asunto de los emigrantes, nunca se dice toda la verdad; y, a fe que se juega a medias verdades, que es la peor de las mentiras.
Porque para evitar que asalten las peligrosas alambradas de las fronteras, e impedir que lleguen a millares en las archiconocidas pateras, sólo hay que crear condiciones aceptables en sus países de origen. Dejar dinero a puntapala, arando sus campos en barbecho, pescando en sus mares malvendidos a las potencias pesqueras, mejorando la minería y su maltrecha industria, y potenciando el sector servicios que produjera miles de nuevos puestos de trabajo.
En este asunto de los emigrantes, nunca se dice toda la verdad; y, a fe que se juega a medias verdades, que es la peor de las mentiras
Pero para eso hay que desplazar a sus países a equipos de ingenieros y economistas que ayuden a sacar de la pobreza a estos países en vías de desarrollos, con planes económicos sustentados por los poderes económicos de Europa, que los haga factibles a medio y largo plazo, en una duración estable que se constate en el tiempo, y no sea pan para hoy y hambre para mañana, en unas migajas de las sobras del primer mundo, como aquella leche en polvo que repartían en la parroquias en los años cincuenta de los excedentes americanos, y que fuera para nosotros como agua de mayo… Nada hay nuevo bajo el sol, siempre es la misma explotación en el sistema capitalista -que perdura desde el principio de los tiempos-, a saber: mano de obra barata, que hagan rentable los sustanciales ingresos en relación con los menores costes de producción.
Y, para menores costes, ya tenemos a millones los braceros de toda África, de los países fallidos que dejó allí la colonización europea, creando países con apariencia de estado, pero que en realidad son sucursales de los países poderosos de siempre.
De tal modo, que ya está todo el discurso debatido y suficientemente hablado y estampado el consiguiente enterado; por consiguiente, sólo nos resta poner la firma al pie del documento, donde Europa se comprometa a financiar económicamente el desarrollo de los países, que en su día desvalijaron; y, ahora, tienen la obligación moral y humanitaria, de sacarlos de la miseria, para que sus poblaciones, crezcan en la esperanza que es posible una vida mejor en su países de origen, en medio de sus tradiciones, sus costumbres y su acervo cultural de siglos.
Y, como un grito al mundo que haya que renovarse cada mañana cuando la primer luz raya el horizonte: Nos encontramos en la necesidad de advertir, que se alleguen a su fin los viajes de la desesperación, donde la aventura de la muerte ha dejado su macabra huella, tanto al pie de los desolados desiertos, como en los terribles naufragios en aguas del Mediterráneo…