Creo que con ésta, son ya seis o siete las visitas que mi familia y yo hemos realizado a la ciudad de Ceuta y en cada una de ellas, esta noble y emergente ciudad, nos ha ido ofreciendo una versión nueva, una óptica distinta; hemos disfrutando descubriendo unos espacios privilegiados.
Detrás de cada una de ellas nos traemos, a la Península, a Córdoba y al pequeño pueblo cordobés en el que habitamos, y sobre nuestros corazones, un abundante material, desde fotografías, hasta recuerdos y vivencias sumamente gratificantes. Es más, desde la primera visita creo que, sin título oficial ni documento que lo confirme ni lo avale, nos hemos convertido en embajadores de Ceuta en Córdoba, pues sólo son elogios, maravillosos y buenos comentarios los que de nuestras bocas vertimos a amigos, familiares,… y con ello incitamos, subsidiariamente, al turismo y a la visita de esta perla del Mediterráneo.
Si a la rica gastronomía que nos ofrece Ceuta se le suma la profesionalidad en el ramo de la restauración, así como unos entornos maravillosos y muy bien cuidados, el resultado no puede ser otro que un gratísimo recuerdo. Los rincones donde almorzar y cenar, los locales en los que tapear, los lugares donde merendar unos sanos y suculentos zumos naturales y saborear la afamada repostería marroquí, son muy variadas e interesantes.
De la última visita, que fue en julio, nos trajimos, además de la vorágine de rebajas que los establecimientos ofrecían, el recuerdo de días al sol, tanto en la playa de La Ribera, como en la espectacular obra que el arquitecto lanzaroteño Cesar Manrique dejó sobre Ceuta: el Parque del Mediterráneo. Esta obra, que descansa sobre Ceuta, guarda una más que notable y apreciable similitud e influencia de la que dejó, este mismo arquitecto, en el Puerto de la Cruz y que no son otros que los Lagos Martiánez.
Siguiendo el eslogan que sobre algunas paredes está impreso, me congratulo con él: Ceuta sí.