Seis meses después, se ha abierto de nuevo el camino hacia las urnas. Es tiempo de campaña, de los cansinos mensajes, de unos políticos cada vez más devaluados. La situación roza el aburrimiento. Y el resultado, salvo sorpresas, más o menos calcado que el de diciembre a decir de las encuestas. Y con la perspectiva, ahora más que antes, de caer en brazos de un gobierno populista con las consecuencias que podría acarrear para España, asunto que con tanta preocupación contemplan nuestros socios europeos.
Me cuesta creer que un partido con la historia, entidad e importancia para España como es el PSOE vaya a ser rebasado por Unidos Podemos como segunda fuerza política, tal y como proclama el sondeo del CIS. Iglesias ha sabido jugar muy bien su baza con Sánchez, utilizándolo como una marioneta en esa cadena infructuosa de idas y venidas en las pasadas negociaciones forzando de esta forma unas nuevas elecciones en las que el camino hacia la Moncloa podría allanársele, como así ha sucedido.
En diciembre, España perdió su gran oportunidad por la cerrazón de los socialistas a formar una gran coalición entre los partidos constitucionalistas al oponerse a cualquier tipo de acuerdo o pacto con el PP. Ni siquiera lo intentaron, salvo con aquel apártate tú aunque hayas ganado las elecciones, abstente en la investidura y déjame a mí el sillón monclovita de la manita con Ciudadanos. Difícilmente ningún partido aceptaría semejante suicidio político.
Las perspectivas tras la nueva cita con las urnas no abren el menor resquicio de luz a la esperanza, precisamente por la hermética actitud que mantienen Sánchez y su cúpula. Vistos los más que previsibles resultados que anuncian las encuestas, la razón y la responsabilidad deberían primar ahora sobre sillones, prebendas y las ansias de poder de unos y de otros. PP, PSOE y Ciudadanos podrían tener de nuevo la oportunidad de lograr un entendimiento. No sólo para cerrar el paso a las inciertas aventuras y peligros de un gobierno populista sino cara a generar acuerdos estables durante un largo periodo de tiempo como generosamente consiguieron nuestros constitucionalistas de la Transición. Sería el momento y la oportunidad para afrontar las reformas precisas de la Carta Magna; para los grandes pactos sobre educación, justicia, reforma fiscal y las que pudieran ponerse sobre la mesa, dejando a un lado, si fuera preciso, quién tendría que ser el presidente del gobierno. Pero no. En esta España nuestra, al contrario que en otros países europeos, eso parece una utopía. Y lo que está más claro que el agua es que el PSOE volverá a tener la llave, bien para lograr ese gobierno constitucional o para darle el poder a Unidos Podemos, pese a que esta determinación podría significar su autoinmolación.
Estamos en tiempo de promesas electorales, esas que están para no cumplirlas, según aquel cínico aserto de Tierno Galván. Es el turno para los encantadores de serpientes y demagogias al uso. Particularmente uno pasa de mítines, de propagandas y de tanto agotado discurso.
Otra cosa es escuchar de cerca lo que los grandes partidos piensen sobre el futuro y la sostenibilidad de Ceuta. Hemos oído este viernes a Rajoy, desplazado a nuestra ciudad por la que me gustaría ver también desfilar a los restantes primeros espadas de los otros tres grandes grupos. Pero no para repetirnos lo que nos cuentan a nivel de país y divagaciones al uso sino sobre compromisos y respuestas claras, caso de gobernar. De cómo mejorar y potenciar nuestro Régimen Económico y Fiscal actual incapaz de atraer inversores; de cómo evitar que se pudieran marchar empresas como ‘Alice’, instaladas al olor de ese Régimen y de las fallidas Reglas de Origen; de la intervención decidida y tajante del Estado en las comunicaciones marítimas; de cómo dar la vuelta al que fue el auténtico pulmón de la ciudad, el puerto, el que fuera el primero del Estrecho en suministro de combustible y avituallamiento; de cómo compensar a esta ciudad de la drástica reducción del estamento militar que se ha ido experimentado desde hace muchos años con las consecuencias económicas que ello ha supuesto; de la firme petición ante la UE para la implantación de la aduana comercial; de la consecución urgente de una frontera inteligente y moderna; de saber si alguien piensa quitar las vallas o dejarlas más simbólicas que otra cosa; de interesarnos sobre si se piensa reducir el plus de residencia o suprimirlo al igual que las deducciones fiscales; de si podría cerrarse el grifo a determinadas ayudas estatales, vitales para una ciudad insostenible por sí misma; de soluciones reales a una situación económica “que no permite integrar en condiciones aceptables al aumento de población, con sus múltiples prolongaciones en forma de marginación social”, tal y como señaló el Instituto Elcano a finales de 2014... ¡Qué iluso! Que nos hablen de todo ello y ya veríamos a quién votamos. Ceuta y Melilla se juegan más que nadie en unas elecciones por su total dependencia del gobierno central.
En fin, veremos qué sucede en esta nueva cita con las urnas. Como escribía el inolvidable maestro Manuel Martín Ferrán en 2004, “las elecciones las carga el diablo, las apuntala el talento y las dispara la casualidad”.
A reflexionar toca.