La conmemoración del 8 de marzo parte de una tragedia, pero levantó un movimiento reivindicativo que desde el siglo pasado ha ido en aumento. La lucha feminista ha sufrido sus más y sus menos, pero en estos días, concretamente en los últimos años, está alcanzando unas cotas que parecen traducirse en pasos que acercan a la mujer a la ansiada igualdad en muchos ámbitos.
Estos días se llenan de actos reivindicativos, reconocimientos y posicionamientos en favor de esa igualdad de género que no sólo se tiene que visibilizar el 8 de marzo. Las mujeres son mujeres los 365 días del año y en todos ellos siguen padeciendo problemas como la brecha salarial, el techo de cristal o el encasillamiento, aún en pleno siglo XXI, de que la mujer se debe a su familia y a su casa más que el hombre, por el mero hecho de ser mujer, cuando debe ser una responsabilidad compartida.
No es una cuestión de ayudar con las labores del hogar o con los niños, es una cuestión de compartir algo que es de dos.
Y, a día de hoy, aunque a muchos y muchas le cueste reconocerlo, una mujer se debe esforzar más, en ciertos ámbitos, para ser tratada de la misma manera que un hombre. Se sigue primando la apariencia de ellas en ciertos casos, cuando a un compañero varón no.
Las mujeres han alcanzado muchas metas y objetivos, han logrado demostrar que son iguales, porque de eso no hay discusión. Han avanzado posiciones en ambientes que antes sólo eran accesibles para hombres, pero lo han hecho a base de un sobre esfuerzo.
Las mujeres lo han conseguido, pero no es justo que con tanto luchado tengan que seguir esforzándose para que sean tratadas de igual manera que un hombre.
Hay que cambiar esa forma de ver las cosas, porque se lo debemos a ellas, a las que no están y a las que siguen en pie de lucha sin ninguna intención de rendirse.