Os contaré, hijos Míos, como Madre de Jesús, la alegría que experimentó Mi corazón cuando Él entró en el pequeño aposento en el que Me hallaba. No os podéis imaginar Mi éxtasis maravilloso cuando además se inclinó para besar el rostro de Su Madre, en todo el esplendor de Su Divino Cuerpo Glorioso. En esos momentos Yo Le adoraba profundamente, empapada Mi cara en lágrimas de alegría al contemplar que las marcas de Sus llagas ya no estaban y Le invadía una enorme e intensa luz. En este día fundamental para la Historia del hombre, que nada turbe vuestra paz, muy a pesar del mundo en que vivís, completamente rebelde a Dios y pervertido, pues se ha entregado en las manos del Maligno. Como contrapartida Mi Hijo Jesús ya ha vencido al mundo, y hoy se encuentra al lado de Su Iglesia, en estos momentos en los que sufre su gran purificación. Quiero advertiros que los acontecimientos perturbadores se suceden imparables, por lo que las persecuciones y luchas entre hermanos se están precipitando por el mundo, y vosotros mismos lo constatáis cada día. Pero Jesús ha resucitado y está vivo entre vosotros, aunque no lo veáis; miradlo con los ojos del alma. Mi Hijo os ama con amor misericordioso y quiere la salvación de todos los hombres. Acogeos a la paz y alegría pura y sobrenatural que Él os trae, así gozaréis en plenitud cada momento del día. Dejad que vuestro corazón se impregne de paz y se mantenga para siempre con Él y en Él. ¡Jesús es vuestra victoria!, El que os trae toda la paz. Llevadla pues, en el alma, y que de esa paz inaudita pueda florecer con fuerza la esperanza. Yo vengo a anunciaros Su Glorioso Retorno. No dudéis un instante que el Vencedor verdadero que salió triunfante del Sepulcro, os trae el don y la preparación para una nueva PAZ. Yo soy la Reina de la Paz, que os mira con ternura y os bendice. ¡No temáis!”, pues Él mismo guía los acontecimientos de la Historia humana, según la voluntad del Padre, para la salvación de la humanidad. Cristo Resucitado está ahora en el Cielo, sentado en Su Trono de Gloria, a la derecha del Padre. Bajo el escabel de Sus pies serán humillados y vencidos todos Sus enemigos, y volverá a vosotros sobre las nubes del Cielo, en pleno fulgor de Su Gloria. Por ello, no os desalentéis en estos momentos en que veis cómo triunfa el mal y el pecado. No estéis tristes ante el rechazo obstinado de los hombres hacia Dios, el rechazo a la Ley del amor, además de la impiedad universal que impregna el ambiente. No tengáis dudas o desconfianzas ante las insidias y traiciones que os acorralan y golpean. Llevad la alegría de la Pascua como una antorcha luminosa para superar la tristeza y dar luz a todos los que se os acerquen. Vivid en constante alegría, con la segura esperanza de Su Gloriosa Venida. Os pido que recordéis una parte de la oración por excelencia, el Credo Apostólico, que os enseña el conocimiento de la Verdad Absoluta:”Descendió a los Infiernos y al tercer día resucitó de entre los muertos”, pues debéis saber que el Alma Santísima de Jesús llegó donde había densas nubes, que con la presencia luminosa de Mi Hijo, se convirtieron en brasas y ascuas de fuego. Su presencia colmó las esperanzas de los Santos Padres, los Patriarcas y los Profetas, que estaban esperando Su llegada. Jesús les testimonió Su amor, llenó sus corazones de paz y alegría, y cuando se elevó hacia el Cielo, los atrajo hacia Sí, “llevando Consigo cautiva a la cautividad”. ¡Por fin, al tercer día resucitó!, y el Alma Santísima de Jesús tomó posesión de su Cuerpo, haciéndolo Glorioso. Con el poder de la Divinidad, el Cuerpo de Cristo se revistió de claridad, impasibilidad, agilidad y sutileza, que son las propiedades del cuerpo resucitado y glorioso. Cuando Pedro entró en el Sepulcro “vio las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió Su cabeza no lo vio junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Pero el Señor no estaba allí. Jesús resucitó más resplandeciente que mil soles, con la hermosura de la Divinidad. Todas las heridas y magulladuras de Su Santísimo Cuerpo habían desaparecido, nada quedaba de aquellos los salivazos repulsivos. También habían desaparecido del pómulo la parte amoratada por el golpe que Le dieron en Su Rostro Divino. La herida de la nariz y la hinchazón de Sus ojos, ya no existían. Jesús, Mi amadísimo Hijo, era una hermosura sin igual. Desde los pies a la cabeza “todo Él era el encanto mismo”. Con Su Divina Presencia quedé toda espiritualizada, Mi alma estaba en Él por la Gracia del Padre. Y por esta Gracia sublime y excelsa, Yo, María, participaba ahora de Su Vida Divina. Como la mariposa que vuela atraída por la claridad, Me fui tras Él y quedé atrapada por una luz misteriosa que, aunque era más brillante que el mismo sol, no cegaba Mis ojos, al contrario, embelesaba Mi espíritu, dando un gozo enorme a Mi Corazón. Entonces Mi tristeza se volvió en júbilo y Mi llanto se cambió en alegría, cuando Yo vi a Mi Divino Hijo. ¡Todo Mi ser permanecía en un estado de paz impresionante! Una paz sublime e increíble Me invadió. ¡Todo Me resulta tan difícil de explicar! Pues mirad, esa paz no era semejante a la que conocen los hombres. La paz que dejó Jesús con Su Divina Presencia, era Paz Verdadera, Paz Celestial, que no hay nada con qué compararla. Mi Cuerpo nadaba en sosiego; Me inundaba la serenidad y la calma. Mi espíritu estaba sumergido en una dicha beatífica. Mi alma se encontraba en la plenitud de Aquel que Me decía dulcemente: “Madre, elévate hasta Mí”. “Levántate hermosa Mía, amada Mía, y vente. Que ya ha pasado el invierno y han cesado las lluvias. Ya se muestran en la tierra los brotes floridos, ya ha llegado el tiempo de la poda y se deja oír en nuestra tierra el arrullo de la tórtola. Ya ha echado la higuera sus brotes. Ya las viñas en flor esparcen su aroma. ¡Levántate amada Mía, hermosa Mía, y ven!”. Recordad también, hijos Míos, cuando estaban todos reunidos junto a Jesús resucitado recordando los últimos acontecimientos. “Entonces Él les dijo que así estaba escrito, que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día, y se predicara en Su nombre la conversión para el perdón de los pecados, a todas las naciones, empezando desde Jerusalem. Sois Mis testigos de todo esto. Mirad, Yo voy a enviar sobre vosotros la Promesa de Mi Padre. Permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos desde lo Alto, con el poder que vais a necesitar”. Y los sacó a las afueras, hasta cerca de Betania, en el Monte de los Olivos. Y alzando Sus manos los bendijo. Mientras los bendecía se separó de ellos y elevado al Cielo, desapareció. Acompañaban a Jesús un gran número de ángeles que proclamaban Su Gloria. El Señor “alargó Su Mano Poderosa para asirme a Él”. Y “en trono de querubines Yo emprendí el vuelo sobre las alas del viento”. Junto a Mi Amado Hijo Rey del Universo, entré en la Casa del Padre. Jesús ha vencido a la muerte. ¡Gracias sean dadas a Dios! , que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. BIBLIOGRAFÍA: tomada de “A los sacerdotes hijos predilectos de la Santísima Virgen”; “María, Trono de la Sabiduría; Jn.2,32;Efes. 4,8-9; Jn.20, 6-7; Cant. 5,16; Cant. 2,10-13; Col.3,1;Lc.24,46-51; Hch.1,9-11; Sal. 17(18),17; Cant, 2,10-13; Col. 3,1; Lc. 24, 46-51; Hch. 1,9-11; Salm. 1(18), 17 y Sal.17(18), 11; 1 Cor. 15,57.