Pablo es considerado por muchos cristianos como el discípulo más importante de Jesús, a pesar de que nunca llegó a conocerlo y, después de él, la persona más importante para el cristianismo. Fue el primer gran converso elegido por Dios para llevar lejos el mensaje de su Iglesia, enviándolo a predicar a los gentiles (paganos). Su voz aún resuena como el eco perdido y prendido entre los monumentos sagrados del Areópago de Atenas. Sus palabras retumban ante el altar griego “Al Dios desconocido”. Pablo, utilizando el contexto de esta inscripción, le dijo a los grandes sabios griegos; “lo que ustedes adoran sin conocer, es lo que yo vengo a anunciarles” (Hechos, XVII 22). Pablo predicó sin miedo, mediante la “espada de la palabra”, a una Iglesia Universal, de judíos y gentiles.
Los cofrades debemos entender la prédica paulina de antaño como una “nueva forma de vivir la cristiandad”, siempre abierta a todos los hombres, y para todas las edades de la vida. Sus palabras no se perdieron entre las vetustas piedras de mármol, sino que han dejado una huella genuina dentro y fuera de la Iglesia, en distintas culturas y religiones, y en los que creemos en la necesidad conjunta de construir una Iglesia abierta a todos, incluidos los jóvenes cofrades de Ceuta.
Hace algunos años, concretamente el 3 de octubre de 2010, el Consejo de Hermandades y Cofradías de nuestra ciudad apoyó y patrocinó la iniciativa de un grupo de chavales de realizar un Rosario de la Aurora con el atónito consentimiento del vicario anterior, que aunque los buscó, no encontró argumentos para decir que no. Los jóvenes, de entre 12 y 15 años, ensayaban con ilusión con su parihuela en los aledaños más próximos a la parroquia del Valle elegida para la salida, ocupando lo que en los tiempos de Jesús era el “atrio de los gentiles”. Por su inexperiencia, estos ensayos se realizaban, sin molestar, antes y durante la celebración de la Eucaristía. A pesar de mis advertencias reiteradas de que acudieran a misa, y luego ensayaran, no me hicieron caso. Sin duda, un auténtico “pecado mortal” que con seguridad hizo temblar las columnas de los templos de Roma. Nunca se me olvidará el tono y la semántica de las palabras del párroco justo al finalizar una de las Eucaristías. Se dirigió a mí, furioso, indignado y rebosante de ira me dijo: «¡Jacobo veo que has traído a mi parroquia auténticos cofrades!; y añadió con desprecio, “¡Sí, los que no van a misa!”. Es decir, me acusó de haber llenado de gentiles (paganos) los aledaños de su iglesia. Me quedé de piedra, tan frío como aquella lápida descubierta por el arqueólogo Clermont Ganneau donde se podía leer: “Ningún extraño atraviese la balaustrada y el recinto en torno al santuario. Quien sea hallado, será reo de su propia muerte”. Me quedé tan inerte como esa lápida que recordaba la “ley de la pureza”, escrita en varias lenguas muertas, para que ningún extranjero entrase en el lugar santo del templo.
No supe que contestarle en ese momento, posteriormente recordé las palabras de Mateo “Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal” (Mt 5, 21-22). Y las reflexiones de de Pablo: “Más ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, maledicencia, torpes palabras de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestidos del nuevo, el cual por el conocimiento es renovado conforme a la imagen del que lo creó; donde no hay Griego ni Judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre; más Cristo es el Todo, en todos”. (Colosenses, III, 9).
Las palabras acusatorias y censurantes del párroco sobre mí, e indirectamente hacia los niños, me hicieron sentir como el Apóstol Pablo cuando fue falsamente acusado de haber introducido en el Santuario a Trófimo, un joven griego, acompañándolo supuestamente más allá de la balaustrada que delimitaba el área reservada a los gentiles (Hch 21,28). Este joven fue el motivo de que se desatara la hostilidad contra el Apóstol cuando lo vieron con él en Jerusalén. El pueblo gritaba: “¡Hizo entrar a los gentiles en el templo; ha mancillado este santo lugar! Y todo, porque habían visto a Trófimo en la ciudad con Pablo, y supusieron que el Apóstol le había llevado al templo» (Hech 21,27-30). Esta falsa acusación estuvo a punto de costarle la vida a Pablo, si no hubiera sido por el centurión romano de guardia que logró salvarlo in extremis del linchamiento de la plebe enfurecida. Yo no tuve la misma suerte que Pablo en ese templo cristiano, y eso que ni si quiera estuve con “Trófimo” por Ceuta, ni tampoco entró de mi mano en la parroquia del Valle. Lo peor de todo es que nunca hubo ningún “centurión romano ni parroquiano” que saliera en mi defensa, a partir de entonces, para el cura, ya era “reo de muerte”. Creo que este fue “el principio de una gran amistad”. ¿Por qué esos jóvenes no fueron a misa? ¿Por qué nadie se lo preguntó? ¿Por qué el cura no los invitó a la mesa del Señor? ¿Era yo responsable de su ausencia?
La historia del desamparo por el desprecio no acaba aquí. Después del éxito de asistencia, sobre todo infantil, en el Rosario de la Aurora, esos mismos jóvenes propusieron al sacerdote realizar un Vía Crucis juvenil por los aledaños de su parroquia en la Cuaresma del 2011. Ante su reiterada negativa, alegando trivialidades, los jóvenes me pidieron por favor, que actuase como “intermediario”, para intentar convencerle. Tuve una larga reunión con el cura, que fue como hablar con una lápida de mármol, “justificando” su desacuerdo con el nuevo evento con solo dos contundentes frases: “Jacobo, tu sabes que a mí no me gustan esas cosas”, y “el cura soy yo”, palabras que denotan una clara visión estereotipada de un absolutismo “irracional” sólo comparable con la doctrina del rey sol. Frases apócrifas que, sin argumentos, quedaron grabadas a golpe de cincel y martillo, como triste epitafio en esa fría lápida que desde siempre ha separado la vida de la muerte, “Consummatum est” (Jn, 19-30). Es evidente que, los jóvenes cofrades, esos nuevos “Trófimos”, no volvieron a ir más por su parroquia, ni siquiera de la mano de San Pablo, yo tardé un poco más en dejarla. Sin duda, un “acierto pleno” en el celo pastoral de ese sacerdote. Es una pena que ese señor no supiera iniciar ni continuar su labor pastoral con esos jóvenes, que no haya sido capaz de inyectar “savia nueva” en las añejas y vetustas maderas que crujen en el vacío del silencio de los bancos de su iglesia. También es lamentable que no conozca la interpretación derásica de los evangelios que ponen en boca de Jesús una cita del profeta Isaías, recordando el destino universal al que estará consagrado el templo de todos los cristianos: “Pues mi casa será casa de oración para todos los pueblos” (Is 56,7), un pasaje que anunciaba la apertura universal del culto en el recinto sacro a todos los pueblos, a los creyentes practicantes, a los neogentiles, y en este caso, a los imberbes cofrades excluidos de la presencia de Dios por su supuesta torpeza espiritual derivada de su juventud e ignorancia. Pero como dijo Cicerón: “No podemos cambiar el pasado, pero debemos prever el futuro”, ¿no cree usted señor vicario?
Este próximo domingo 20 de octubre tenemos un nuevo Rosario de la Aurora, con participación juvenil, muy similar al de hace tres años. Señor vicario, espero que los hechos no se repitan porque “errar es humano, perseverar en el error es diabólico” (San Agustín). Aunque hay un factor de riesgo, son los mismos jóvenes, aquellos niños que, de alguna forma, fueron despreciados por el cura del Valle por ser “auténticos cofrades”. Sin embargo, “no temas sólo a tu enemigo por su fuerza e inteligencia, sino también por su paciencia y perseverancia”, y con ella vuelven realizar un evento similar, aunque con cambios significativos. Esta vez bajo el auspicio de la nueva Junta de Gobierno de la Hermandad de la Vera Cruz, que inteligentemente han entendido y aplicado a la perfección el mensaje de Jesús “dejad que los niños de acerquen a mí”. También hay un factor de protección, el señor vicario, antes de responder afirmativamente al evento, se había asegurado que yo no estaba implicado o detrás de esta “maniobra”.
Afortunadamente, estos “niños cofrades” han madurado con el jarabe de palo iconoclasta, son algo mayores, algunos ya no son imberbes, y vienen arrepentidos de sus “imperdonables pecados” del pasado. El segundo cambio ha sido buscar otra iglesia, son jóvenes pero no tontos. El tercero lo doy por hecho, que sus ensayos no se han realizados en los aledaños del Santuario. Sólo les sugiero un cuarto cambio, que participen en los actos pastorales de la Iglesia de Ceuta, en cualquiera de sus parroquias, que se sientan –como dijo Pablo en su metáfora sobre el cuerpo de la iglesia– miembros vivos de ella, que demuestren con sus hechos que las nuevas generaciones cofrades de Ceuta son auténticas, sin el sentido peyorativo que le dieron algunos. Pero para que se cumpla este cuarto, es necesario un quinto cambio, el último, y no por eso menos importante. Es como el quinto mandamiento: “No matarás” (Ex 20, 13). Pero este último cambio no va dirigido a los jóvenes cofrades, sino al Director Espiritual de la Cofradía que organiza el acto. Espero señor vicario, que esta vez nadie “mate de nuevo” lo más importante que tiene la juventud; sus ilusiones. Decía Pablo Coelho que “la posibilidad de cumplir un sueño es lo que hace la vida interesante”. Y el interés y la ilusión en la vida del cristiano sólo pasa por encontrar y conocer a Dios. Para cumplir este hermoso sueño no importa, ni cómo, ni dónde, ni cuando se descubra.
Usted sabe, señor vicario, que el sueño matinal de los jóvenes cofrades que este próximo domingo se ponen en sus manos, es poder encontrar, una vez más, a ese “Dios desconocido”. Pero este interesante y apasionante descubrimiento lo quieren hacer a su manera, sintiendo el crujir de las trabajaderas de una parihuela de madera, que en cada “levantá”, llevarán al cielo el desamparo de su Madre eterna. Ayúdelos usted, señor vicario, a encontrar a Dios en su tierra, para que ese tierno despertar del sueño de la infancia no tenga en su Iglesia aduanas ni fronteras. De lo contrario, cuando esos niños hayan crecido en demasía y desamparo, descubrirán que fueron despreciados, engañados o utilizados, y que sufrieron innecesariamente por desidias y trivialidades. Si sus corazones al madurar se cubren de acero como defensa ante los golpes del descontento, desamparo y abandono, le culparan a usted por ello, y con su ausencia en la Iglesia del futuro nunca permitirán que se repitan sus errores del pasado. Entonces, ya será demasiado tarde, y esos niños despiertos y maduros habrán perdido para siempre su inocencia en el bosque de las promesas de sus sueños incumplidos, y lo que es peor, la oportunidad de encontrar en los recovecos de su alma a ese “Dios desconocido y universal” que Pablo predicó en el Areópago de Atenas. Y en conoces, señor vicario, y sólo entonces, alguien “libre de pecado”, será quien le tire a usted la primera piedra.
Difícil tarea pastoral le queda a usted, señor vicario, intentar que no se vuelva a repetir el pasado. Utilice su “ingenio psicológico” en este evento para atraer y mantener a la juventud cofrade en la Iglesia. Estudie algo más de Psicología Infantil que su “discípulo”, y por favor no vuelva cometer su mismo error. Por ello, señor vicario, quite para siempre la balaustrada de los templos, y deje entrar a los jóvenes gentiles. Ya está usted bien informado de los antecedentes que nadie se atrevió a contarle, si se equivoca ahora, no será por ignorancia, pues ya sabe que “quien no conoce la historia está condenado a repetirla”.
Señor vicario, Pablo también predicó para esos jóvenes cofrades de Ceuta, esos nuevos “gentiles” que quieren descubrir y alcanzar, aquí en su tierra natal, a ese Dios desconocido y universal. Estos jóvenes cofrades deben aprender el legado apostólico de Pablo, su mensaje de servir a los demás con amor y esperanza, aunque algunos sacerdotes los desprecien e insulten por no pensar como ellos, aunque menoscaben sus tradiciones arraigadas en la religiosidad popular, aunque no respondan a sus impulsivas inquietudes espirituales, aunque vivan de espaldas a ellos. Estas nuevas generaciones necesitan un “nuevo Pablo”, que les escuche y les comprenda, que les invite y les permita entrar siempre en su templo, que esté cerca de ellos, que los acompañe siempre en su camino, y no sólo en el matutino Rosario de la Aurora del próximo domingo.
¿Asumirá usted, señor vicario, el papel paulino que ellos necesitan? ¿Será usted capaz de mostrarle a estos jóvenes cofrades ese Dios desconocido como lo hizo Pablo a los gentiles griegos? ¿Conseguirá usted que esas jóvenes ovejas del rebaño no se pierdan de nuevo en el tupido bosque del atrio de los gentiles por la desidia y los prejuicios de su pastor? ¿Está usted preparado para salir airoso de este nuevo reto? ¿O acusará usted de nuevo, sin fundamento, a estos jóvenes cofrades de haber hecho algo malo “a escondidas” para justificar su posible fracaso pastoral?
Espero que nunca olvide el legado de Pablo, porque hasta ahora, algunos de sus sacerdotes, de alguna forma, han ignorado las raíces del mensaje paulino, que nos dejó el apóstol de los gentiles, y de los jóvenes cofrades de Ceuta.
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