El reparto

Seguro que ustedes, igual que yo, han pensado más de una vez lo mal repartidas que están las cosas. Por ejemplo, la riqueza está muy mal repartida, pues mientras algunos viven en la opulencia, otros pasan hambre e incluso mueren como consecuencia de esa hambre. A algunos nos sobran muchas cosas mientras que otros no tienen lo básico para vivir.

Aunque este análisis o comentario puede resultar un tanto simplista, ya que habría que analizar en profundidad por qué la gente de muchos países vive en la miseria cuando el país cuenta con recursos como para no tener que estar en esa situación. Pero lo que sí es un verdadero escándalo, una auténtica vergüenza es que en los tiempos en que vivimos la gente se siga muriendo de hambre. Ese es un hecho objetivo e innegable que no admite paliativos del que yo, como miembro del género humano me avergüenzo en la proporción que por mi responsabilidad me corresponde, porque todos tenemos nuestra parte de responsabilidad en esta situación.

Pero a veces, mientras veo esas tremendas imágenes de gentes de aldeas africanas azotadas por el hambre y la enfermedad, también he pensado que yo en lugar de estar cómodamente sentado frente al televisor, podría ser el protagonista de alguna de esas terribles historias. Para ello no hubiera hecho falta más que haber nacido en una de esas aldeas.

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Uno no elige dónde va a nacer, es como una lotería. Te puede tocar un sitio u otro. Como aquellos sorteos que se realizaban cuando existía el Servicio Militar obligatorio y te podía tocar hacer la  “mili” en un lugar más o menos distante de tu ciudad o pueblo de residencia y te podías quedar más o menos contento con el destino que te había asignado la fortuna. Por cierto, que casi nadie quería que le tocara Ceuta. Eran tiempos en los que la distancia y el desconocimiento hacían que mucha gente en España tuviese la idea de que en Ceuta se veían leones y vivíamos, prácticamente, en la selva. Con el tiempo se ha mejorado esta visión, aunque no se ha corregido totalmente.

Pues bien, nacer es más o menos lo mismo. Te puede tocar un sitio bueno, con una buena familia que desde el primer momento te cuide con esmero, se ocupe de que se cubran todas tus necesidades básicas, de darte una buena educación y de dejarte bien situado y con la vida bien encauzada para que cuando llegue el momento de romper el cordón umbilical, de hacerte independiente y volar, dispongas de los recursos necesarios para afrontar la nueva situación con garantías de éxito. Esa es la situación ideal, el lugar donde todos querríamos nacer.

Pero como se trata de una lotería, también te puede tocar un sitio malo, nacer en una familia donde tus padres no te puedan dar una buena educación porque ellos mismos no la tienen. Por no tener, no tienen cubiertas ni las necesidades básicas y ya bastante hacen con tratar de alimentar a su prole como mejor pueden.

Normalmente, esta situación de desamparo y desprotección se repite por generaciones y generaciones desde tiempo inmemorial sin que tenga visos de cambiar. Es triste y parece increíble, pero es así. Ellos parecen tenerlo asumido y así lo aceptan. A cualquiera de nosotros nos hubiera podido pasar si hubiéramos nacido en una situación como esa.

He hablado de lo mal repartida que está la riqueza, pero hay otras muchas cosas que están mal repartidas, como por ejemplo los atributos físicos. Hay personas con las que la Naturaleza fue generosa, excesivamente generosa diría yo, pues les dio tanta belleza, tanta perfección en el apartado físico que parece que gastó toda la parte asignada para esa remesa en unos y se olvidó de guardar algo para los demás. No sé si mi explicación es muy correcta, pero algo de eso debió suceder porque si no, no me lo explico.

Y digo todo esto porque hoy de nuevo me he cruzado por la calle con alguien con quien la Naturaleza no fue nada generosa. Yo diría que no tuvo misericordia, se cebó con él, porque además de hacerlo extremadamente feo en su condición física, también permitió que a raíz de una intervención quirúrgica a la que hubo de someterse, quedara cojo y ahora tenga que andar con extrema dificultad ayudándose de una muleta.

El pobre es tan feo y sus andares son tan grotescos que llama la atención cuando va por la calle y la gente se ríe de él por ser feo y, además, cojo. Sí, se ríen de él por ser feo y cojo, yo he sido testigo de ello en más de una ocasión. Qué le vamos a hacer si los humanos podemos llegar a ser así de crueles. Somos seres de enormes contrastes, capaces de lo mejor y de lo peor.

Pero la Naturaleza, que tan mal se ha portado con este pobre hombre, creo que al final se ha dado cuenta de que se ha excedido un poco, de que se le ha ido la mano y ha tratado de arreglarlo. Y la forma de arreglarlo, aunque un tanto discutible, ha sido haciendo que (a pesar de que aún es relativamente joven) haya ido perdiendo la cabeza progresivamente, de manera que actualmente no es consciente de la triste situación en que se encuentra.

Ya no sufre porque es feo y cojo ni porque la gente se ríe de él cuando lo ve. Él también se ríe ante las burlas de los demás y no tiene que sentir el dolor ni la humillación. Este hombre no nació en una aldea africana, pero tampoco tuvo suerte en el reparto.

Pensar en estas cosas y llegar a la conclusión de yo también podía haber salido muy perjudicado en el reparto, hacen que me sienta contento con lo que tengo y con lo que soy. Y disfrutar con cosas pequeñas y sencillas que son las que, a la postre, nos dan la mayor felicidad.

Por ejemplo, hoy me han hecho un regalo que me ha producido gran ilusión y me ha hecho muy feliz. Me han regalado una hucha. Es un regalo pequeño en cuanto a su valor material, pero enorme, valiosísimo por el cariño y la buena intención de la persona que me la ha regalado.

Esa pequeña hucha me ha trasladado a mi infancia y me ha hecho evocar recuerdos e ilusiones infantiles de aquellos años en los que yo guardaba paciente y laboriosamente las monedas que con gran esfuerzo ahorraba y que después servían para hacer realidad un pequeño sueño: un balón, unas botas de fútbol, una raqueta de tenis… Cosas pequeñas, pequeños tesoros que alimentaban mi ilusión y me enseñaban que con aquel esfuerzo podía llegar a elaborar pequeños proyectos que luego se hacía realidad.

Les aseguro que he empezado a ahorrar en esa hucha con parecida ilusión a la que tenía en mi infancia y ya estoy barajando qué pequeño sueño voy a hacer realidad el día en que esté llena y la abra. Además, teniendo en cuenta el bajísimo interés que nos dan los bancos por el dinero que en ellos depositamos, los comentarios de determinados analistas económicos sobre la poca solvencia de algunos de ellos y lo poco que me gustan algunas de las formas que utilizan para ganar dinero, creo que es tiempo de volver de nuevo a la hucha y a los ahorros debajo de una loseta.

Procuren disfrutar con pequeñas cosas y saquen el mayor partido de lo que les haya tocado en el reparto. Piensen que hay muchas personas que han tenido peor suerte.