Categorías: Opinión

El reloj de la estación del tren

Qué difícil es volver a tiempos pasados, es  imposible, sólo se puede volver buscando en la historia de nuestras vidas, es una forma de volver al pretérito un poco pintoresca, porque lo vivido vivido está, y ya nada volverá a ser lo mismo. Tampoco podemos echar el ancla y quedar presos de la nostalgia, anclados en años vividos; la vida sigue, cada etapa empieza cuando la anterior termina, es el ciclo de la vida, hay que ir superando renglones de nuestra vida para poder escribir nuevos capítulos, al final conseguiremos el libro de nuestra historia. Los hombres y mujeres somos el reflejo de cada ciclo de nuestro desarrollo evolutivo, de nuestras vivencias, y del entorno en el cual nos desarrollamos.
Hoy, sentada en una estación de tren, me pregunto: ¿qué hago yo aquí? Quizás tenga varias respuestas a esta pregunta, pero ahora no me voy a ocupar de ello. Miro el reloj de la sala de espera que  cuelga en un rincón; un reloj redondo, el fondo blanco como la leche, clásico en esos lugares de encuentros y desencuentros, cuyas manecillas en un negro profundo, marcan esas horas tristes y alegres, acompañadas de sus minutos. Las gentes miran implacablemente la máquina del tiempo, unos por el ansia de recorrer su camino, y otros,  por la desesperanza de dejar en aquella estación sus deseos, sus amores y por que no decirlo,  su vida olvidada en aquel lugar.
Todavía quedan dos largas horas para subir al tren, se me antoja que el tiempo lo contaré minuto a minuto, miro mi entorno y me rodea la soledad; ella será mi compañera de viaje, me encojo de hombros y la acepto como el mar acepta a las olas; no queda otro remedio, viajare con ella. Tengo que reconocer que a veces es la mejor de las amigas, porque ella hace que piense, que eche de menos a personas que quiero, que ponga en orden tantas cosas que a veces se descolocan y nunca es el momento de parar y ordenarlas; hay tanto bullicio en nuestras vidas, que es difícil  pensar en ella, puede que lo evitemos por miedo a vernos a nosotros mismos, tal como somos. Gracias soledad por ser mi fiel compañera de viaje.
Hay pocas personas en la estación, quizás porque es pronto, o por que ahora se viaja menos, tendrá que ver en este hecho, la crisis -me pregunto-. Voy al final de la sala para estar más en soledad, dirijo la mirada por toda la estancia y compruebo que sólo hay ocupado dos asientos por una pareja mayor. Observo que el lugar que tendría que ser cafetería está desmantelado, imposible en este lugar tomar un bocadillo, refresco o un mal café; vuelvo a pensar:”que mal servicio para los ciudadanos, alguna vez pensarán en nosotros”; saco mi móvil y miro si tengo algún mensaje, me entretengo un rato. Me distraen de mis pensamientos un grupo de cinco jóvenes de color que se dirigen hacia  mi y ocupan los asientos libres, hablan entre ellos un idioma que desconozco, y me hago de nuevo otra pregunta: ¿cómo vivirán estos jóvenes la vida, tan alejados de sus raíces y familias, en un país tan extraño para ellos, y a veces con la incomprensión de aquellos que no creen en la igualdad de los seres humanos?; también me pregunto: ¿por qué? ¿Por qué de tantas cosas injustas? Me quedo con las sonrisas esbozadas en los rostros de estos jóvenes, en su alegría aparente en busca de su destino, de una vida que les ofrezca un vivir en un mundo nuevo, diferente, ¡ojalá, alcancen sus sueños!
Miro de nuevo el redondo reloj, ya ha pasado una hora desde que llegué,  esbozo una sonrisa y me digo: ya queda menos; sigo trasteando el móvil y compruebo que tengo varios mensajes, los contesto y vuelvo a observar la estación; ahora hay más gente, se nota que se va acercando la hora de salida del tren para la capital, aunque el número de viajeros es reducido, se observa ya un ir y venir, la tranquila estación vuelve a su normalidad, el reloj como en una carrera de fondo, sigue marcando las horas, los minutos...
Sentada en el vacío vagón, donde sólo hay tres personas, me siento cómoda, tengo todo el asiento para mi sola, ello hará que viaje más cómoda. El tren arranca a la hora en punto, me gusta la puntualidad, sobre todo en los transportes, porque la espera se hace eterna. El largo tren se pone en movimiento y delante de mi, las casas, los árboles, el paisaje corre desesperado,  y no es verdad, ellos están impasibles en el mismo lugar, la que corro soy yo, el tren es el alocado que ha emprendido el camino a su destino. Destino de muchos viajeros, y yo me pregunto: ¿qué será de la vida de cada pasajero, qué historia tendrán? Y la respuesta es incógnita, sólo Dios sabrá de la vida de cada cual, ello sólo les concierne a cada uno, como no puede ser de otra manera.
El tren hace parada en una estación que desconozco y a la que no alcanzo ver el rotulo;  se suben dos personas en este vagón, y por manos del destino un señor se dirige a mi asiento, y me dice que el mío es el contiguo, así que irremediablemente me levanto, le cedo al buen señor mi asiento y, quedo arrinconada en el de al lado, vaya malaje -pienso- con todos los asientos que hay libres. Aquí estoy escribiendo estas líneas, medio doblada para guardar la intimidad, cosas que pasan, esto es el día a día de un viaje en tren.
A pesar de todo, me encanta viajar en este medio de locomoción, el traqueteo me adormece y embellecer mis pupilas con el paisaje me deleita; ver el verde de los campos, adornados con el amarillo de las vinagretas, margaritas, girasoles y con el rojo de las amapolas, y tantas florecitas silvestres, es un espectáculo grandioso; ahora en primavera, es el lienzo perfecto que pueda salir de las manos del mejor pintor. Cuanta belleza, belleza innata de esta tierra, campos andaluces y Castellanos, ambos labrados por esos hombres y mujeres de estos lares, de cánticos y saetas, de flamenco, de bulerias y seguidillas y  otras artes, ¡ole y ole mi tierra! ¡y ole en el mes de mayo!, mes de las flores y de las Cruces, mes de la Virgen, María Madre.
Hoy ha sido un día perfecto, he viajado acompañado de mi soledad, he recorrido los campos, he visto correr las nubes tras de mí, a la velocidad del rayo; me he parado a pensar, he impregnado mis pupilas de mil colores diferentes. El reloj de la estación ameniza la espera con su tic, tic, tic. Indiscutiblemente hoy ha sido un día diferente...

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