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El Regimiento fijo de Ceuta

En el transcurrir de los años, el Regimiento de Infantería de Ceuta nº 19 de Línea ha protagonizado momentos de gloria que de sobra son conocidos, entre los que cabe destacar, amén de su continua aportación a la defensa de Ceuta, su participación en la batalla de Bailén, durante la guerra de la Independencia. Pero, por desgracia, también fue actor de otros que, no por ser vergonzosos y deshonestos, deban ser silenciados por la Historia.
Uno de los que podemos calificar como más grave fue el protagonizado el 7 de de junio de 1841, cuando la primera compañía del segundo batallón del citado regimiento de infantería de Ceuta 19 de línea, destacado en Alhucemas desde hacía un mes, cometió una de las faltas más deshonestas que puede cometer un cuerpo de ejército: se amotinó al toque de generala. Su primer acto de insubordinación fue el asesinato de su comandante don José Marías Deudeme, casado con  María Morera y cuyo cuerpo debió ser arrojado al mar pues aparece como insepulto en el libro de defunciones de la parroquia de Alhucemas. También fueron asesinados los sargentos Cristóbal Sevilla y Andrés Sevillano, naturales de la provincia que les daba el apellido o quizás apodo, y que tampoco fueron enterrados en Alhucemas. Además fue herido de muerte el ayudante de aquella plaza don Luis Alcalá, casado con Teresa Parodi, que fallecería el día 10 de junio y fue enterrado en el camposanto del Peñón. Los sargentos Donato Quintana y Cristóbal López lograron huir. La sublevación estuvo encabezada por el soldado de la compañía de veteranos, Nicolás Perea, quien ordenó acudir a casa del gobernador, don Francisco Cuadrado, al que obligaron a encerrarse en sus departamentos. Acto seguido internaron a los demás miembros de la administración de la Isla. Los amotinados se distribuyeron libremente por la Plaza durante siete días causando daño a su población civil. Al cabo de este tiempo, cansados de tanto desordenes y sin mando alguno que los guiara de forma disciplinada, decidieron a escenificar un simulacro de arrepentimiento, y pidieron el indulto. Apoyaban esta petición con la amenaza de que en caso contrario entregarían la Plaza a los musulmanes fronterizos. El gobierno no aceptó tal chantaje, provocando el incidente y las decisiones del ministro de la Guerra grandes discusiones en los periódicos de la época, que en su mayoría abogaban por denegar cualquier clase de gracia a los amotinados. Así el periódico denominado “Guardia Nacional” publicado en Madrid, informaba de la sesión de las Cortes del día 7 de junio en la que el general Serrano intervino afirmando al ministro de la guerra que no trataba de hacer oposición al gobierno, pero que estaba “sumamente afectado por los escandalosos atentados de Alhucemas, al ver que los alborotadores han hecho la amenaza de que si no se los indulta, entregarán la plaza a los moros y se pasaran…” El ministro de la guerra le respondió que el gobierno ya había tomado las medidas necesarias para sofocar el levantamiento y que de ninguna manera se iba a ceder al chantaje de los traidores.
El día 14 de junio se envió a Alhucemas un relevo formado por dos compañías de un batallón de marina, con la falsa promesa de que los amotinados iban a ser indultados y trasladados a otra plaza. Esta fue la artimaña mediante la cual fue por fin apresado Nicolás Perea, junto con Gaspar Pérez, Fernando Caballero, Juan Berenguer, Luis Castillo, Simón Bolero y Rafael Rodríguez. Otro de los amotinados, Serapio Escolano, fue detenido más tarde cuando regresó de pescar. De cualquier manera el orden no logró restablecerse del todo, pues aún continuaban con sus armas muchos de los que se habían unido a Perea y, por otro lado, también estaban armados los que mantenían su fidelidad al gobernador.
Finalmente, confiados de que realmente la llegada del batallón de marina era para relevar al del regimiento fijo de Ceuta, los amotinados accedieron a embarcar el día 12 de junio en varios buques guardacostas rumbo a Málaga, donde llegaron a la una de la tarde del día 14. Los cabecillas fueron separados de los demás miembros del batallón y encerrados en el buque “Héroe”. En el mismo día y cerca del embarcadero se constituyó una comisión militar encargada de juzgar verbalmente a los reos.
Esta comisión decretó la disolución de la compañía de veteranos del regimiento Fijo. Doce de los cabecillas sufrieron pena de muerte. El día 15 fueron fusilados en Alhucemas: Escolano, Nicolás Perea, Perales, Gaspar Pérez y Francisco Caballero; y el 20 el resto de los cabecillas en el Peñón de Vélez y Melilla a dónde fueron conducidos por el buque “Héroe”. Entre estos se encontraban Juan Berenguer, Luis Castillo, Simón Babero y Rafael Rodríguez. Más tarde hubo otros diez fusilamientos de los veinte soldados que aún permanecían retenidos acusados de secundar la sedición. Estos fueron ejecutados en Málaga a las cinco de la mañana en la Caleta en un sitio próximo al mar. Los que no fueron ajusticiados se remitieron a Ceuta y, finalmente, el resto de la compañía fue puesta a disposición del jefe de departamento de marina.
Es necesario advertir que no fue este un hecho aislado en el contexto de la situación  política que se vivía en España en el año 1841. Espartero por fin había derrocado a la Regente María Cristina dando paso a su Regencia que no estuvo en absoluto exenta de motines, atropellos contra la prensa, inseguridad, “asesinillos en Málaga” como decía el periódico “El Guardia Nacional, Eco de la Razón” el 13 de junio de 1841, etc.
En lo que respecta a la causa primera y principal del la sublevación de los soldados del Fijo se barajan, por el momento, varias hipótesis, pero ninguna de ellas coincide con la que los amotinados adujeron: las malas condiciones en las que vivían, los soldados que en poco o nada se diferenciaba de la de los desterrados. En este sentido el periódico “El Constitucional” decía: “El motivo que alegaron para tan infame proceder fue, según dicen, la escasez o mala calidad de los ranchos; pero nosotros sabemos, a no dudar, que nada les ha faltado, pues tenían víveres suficientes y estaban pagados por fin del mes actual”.
Nunca suceden los estallidos revolucionarios por una sola causa. Pero no es menos cierto que casi siempre existe una causa principal o, al menos, una que haga estallar la sublevación. Sin dejar de lado totalmente la extrema corrupción que se vivía en Alhucemas, no podemos obviar como causa del levantamiento la composición de una gran parte del Regimiento, formado por desterrados. Precisamente fue el batallón de los veteranos, más avezados en la vida militar y en la “fullería” la que llevó a cabo tal acto de traición. Además, según informó el 29 de junio de 1841el periódico “El Nacional” en dicha compañía del Regimiento Fijo militaban muchos componentes de los disueltos cuerpos carlistas que participaron en la primera de las guerras civiles entre estos y los isabelinos. No resulta descabellada la hipótesis de que algunos de los que se levantaron contra el gobernador de Alhucemas, lo hicieran teniendo como referente sus ideales de Dios, Patria y Rey, y quisieran aprovechar el momento para iniciar desde allí un nuevo conflicto civil, como lo hicieron en el 1838. En este sentido “El Nacional” decía, en referencia al levantamiento del Fijo, que se trataba de “una sublevación militar como si dijéramos un pronunciamiento glorioso en miniatura.”
Tras las sentencias dictadas en Málaga contra los sublevados se procedió a incoar un expediente al gobernador de Alhucemas, Francisco Cuadrado, por su ineficacia en el control de la Plaza. Mientras tanto fue sustituido en el gobierno de Alhucemas interinamente don Manuel Santos. En el consejo de guerra Francisco Cuadrado fue considerado inocente y reintegrado a su puesto.
En agosto de 1841 ya se había restablecido el orden en el regimiento Fijo de Ceuta. El coronel Miranda, nombrado nuevo jefe del batallón disuelto, envió el día 24 de ese mes una nota a la prensa, informando de que desde su toma de posesión en el Regimiento la situación había cambiado y restaurada la disciplina. Tomamos un párrafo de este comunicado del periódico “El Constitucional”: “Desde que S.M. se dignó ponerme a la cabeza de este regimiento, he visto con satisfacción que todos los individuos que le componen han correspondido fielmente a la alta misión a que es destinada la fuerza armada, principal sostén de la libertad de la patria y el trono de nuestra inocente reina. Si hubo por desgracia algunos infames que olvidando sus deberes mancharon con horrorosos crímenes el uniforme que con tanto honor y gloria viste este regimiento, tenga el sin igual placer de saber que hechos tan criminales y detestables ha merecido la animadversión de todas las clases del cuerpo, celosas con tanta razón de las glorias que su bien adquirida fama les ha granjeado en todas las ocasiones, y singularmente en la última campaña”.

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