Yo no lo sabía, pero parece ser que en España cuando un Gobierno va a dejar de gobernar, entre sus últimas medidas está la de conceder el indulto a aquellos presos que estima que es justo concedérsela. El Gobierno que hasta hace pocas fechas ha presidido José Luis Rodríguez Zapatero, entre las últimas medidas que tomó, hizo uso de esta prerrogativa y, que yo sepa, ha concedido el indulto a dos personas.
La primera de ellas ha sido un banquero que estaba en la cárcel por un delito relacionado con apropiación indebida. Muy propio de un banquero. Este indulto no ha sido bien acogido por los medios de comunicación y he oído bastantes comentarios contrarios a él, pues parece que no había suficientes razones para concederlo y el Gobierno tampoco se ha esforzado mucho por argumentarlo adecuadamente. Creo que se ha limitado a decir algo así como que “creía que era una medida oportuna”. Y nada más.
La otra persona indultada ha sido Francisco Miguel Montes Neiro, que en ese momento creo era el preso más antiguo de España. En cuanto a él, prácticamente sí que ha habido unanimidad respecto a lo acertado de su indulto. A continuación voy a comenzar este artículo reproduciendo un fragmento de una larga carta que el propio Montes Neiro escribió el pasado once de noviembre y que ha sido difundida a través de internet:
“Si tardan en darme la libertad casi sería mejor la eutanasia total, no podría aguantar mucho más esta eutanasia lenta e inútil. Pues aquí no hay vida, lo que conservo es sólo la ilusión de que alguien estudie la totalidad de mis condenas y vea lo abusivo y falsas trampas que hay y las crueles formas que usaron algunos directivos.
Pero yo no busco más que salir libre, porque ya pagué de más y ya he pedido en más de una ocasión perdón a quién le causé algún mal. Y les prometo que le he escrito a la mayoría, teniendo su perdón por escrito, que posee mi abogado Félix Ángel Martín. ¿Qué puedo hacer para salir y vivir con los míos?. Cuando haga algo, entonces juzgadme o quemadme, pero no me quemen antes de cometer algún delito, ya estoy bastante quemado con 36 años preso, ya está bien”.
Es sólo un fragmento porque la carta es bastante extensa. Según cuenta el propio Montes su historia carcelaria empieza precisamente en Ceuta, cuando hacía el servicio militar en La Legión. Según él, lo acusaron de la desaparición de un subfusil, lo metieron en un calabozo y allí lo interrogaron y lo maltrataron durante varios días. Al final se descubrió que el arma la había robado otro. Cuando lo dejaron libre, le dio un puñetazo al superior que lo había acusado por lo cual ya sí lo condenaron con motivo por primera vez.
Pero no era la primera vez que pisaba la cárcel, pues ya la conoció cuando tenía 16 años tras un robo en el barrio granadino del Zaidín. Su hermana mayor, Encarna, está convencida de que había una mano negra detrás de aquella primera detención:
“A los doce años –dice- mi hermano jugaba a los indios con los niños y un día su flecha golpeó sin querer a otro niño, que era el hijo de un policía nacional. El padre nunca se lo perdonó”.
Otra fecha clave en su expediente fue el motín de 1978. Tenía 28 años y lo habían trasladado a Albolote. Él reconoce que participó en aquel motín poniendo colchones a ambos lados de las puertas de madera y prendiéndoles fuego. Decían que no querían que volvieran a encerrarlos como a perros.
Montes Neiro conoció a “El Guille” en La Legión y luego coincidieron en varias ocasiones. De su relación queda una fecha sobre todas las demás: Granada, 1981, el día en que “El Guille” y otro compañero atracaron una joyería y al detenerlos afirmaron que Montes Neiro también había participado. Años más tarde, “El Guille” firmó una declaración en la que aseguraba que culpó a Montes por “la presión policial a la que se vio sometido”. Pero el perjuicio que le había hecho ya no lo pudo reparar.
Convencido de que no merecía estar en la cárcel, Montes Neiro siempre ha considerado su libertad como un derecho. Por eso nunca ha dudado en fugarse cuando ha visto la ocasión. Con los años, ha llegado a arrepentirse de los delitos que reconoce haber cometido, pero nunca de sus fugas.
“Nunca he visto cerca el final de mi condena” –afirma- . “Volvería a escaparme si pudiera”.
Toda la vida que Francisco Miguel quiere recordar de sus 36 años en la cárcel se reduce a dos periodos en libertad condicional y a los 1386 días que consiguió pasar fugado fuera de los muros de la cárcel.
“Si no hubiera sido por esos momentos, ¿cuándo hubiera estado yo con mi familia?”.
En una de sus fugas conoció a la mujer con la que se casaría, para divorciarse posteriormente. En otra fuga volvió a enamorarse y tuvo dos hijas, Estrella de trece años y Ángeles de quince. La fuga en la que fue padre, vivió en Marruecos pero volvió a Andalucía porque echaba de menos a su familia. Esa fue la vez que más tiempo estuvo fuera de la cárcel.
“En la calle siempre ha vivido cada momento como si fuera el último, porque cada momento podía serlo”.
Francisco Miguel es un mito para su familia. De sus días de cárcel han salido auténticas leyendas agrandadas por los años, las cervezas y las repeticiones. Los más pequeños apenas lo han conocido, pero todos recuerdan al “tito Miguel”.
En su historial constan cinco fugas reconocidas y penadas. Su especialidad han sido los hospitales. Sabe que bajan la guardia en el traslado y que el centro sanitario está menos vigilado. Y también sabe que lo más difícil no es huir sino encontrar la excusa para visitar al médico.
La más arriesgada de estas fugas fue en el año 1981, cuando intentó ahorcarse en su celda. No está claro si su intención era realmente ahorcarse o propiciar su huída. En cualquier caso, se despertó en el Hospital Civil de Málaga. Tenía dos costillas rotas por la reanimación y la piel del cuello hinchada, como si hubieran tejido la cuerda en ella. Sintió frío, venía de la ventana. Un rato más tarde nadie lo esperaba en casa cuando bajó del taxi.
Las mismas “cualidades” que le han permitido sobrevivir en la cárcel son las que, probablemente, hayan alargado la condena. Cada fuga ha supuesto un expediente para los funcionarios que debían vigilarlo.
“Mi hermano es una mancha en la carrera de muchos carceleros” – afirma Manolo, hermano de Francisco Miguel.
Él asegura que siempre ha sido un fuguista, pero nunca un preso peligroso. Con los años se ha convertido en una figura en muchas cárceles. En julio de este año 2011, más de treinta presos firmaron un escrito y se mostraron dispuestos a acompañarle en la huelga de hambre que inició reclamando su libertad.
“Lucho por mi libertad, no por la vuestra” –asegura que les dijo.
Francisco Miguel estuvo ciento veinte días sin comer, sólo abandonó ante la súplica de su familia.
En su tiempo libre devora libros y juega a sentirse libre. Se desahoga escribiendo cartas, mensajes a nadie en concreto en los que pide ayuda y cuenta su dolor.
“Cuando me miro por dentro es como romper un espejo en mil pedazos, y en cada uno se va rompiendo otra fe”.
En su juventud, José Migue fue fontanero, pero ahora está convencido de que si recupera la libertad podría ganarse la vida como escultor. Desde la cárcel ha vendido algunas obras, la mayoría bustos del cantaor flamenco Camarón. Tan buen recuerdo guarda de él que envía parte de los beneficios de las ventas a la viuda del artista, “La Chispa”, que atraviesa dificultades económicas porque sólo heredó los derechos de autor de diecisiete canciones, ya que la SGAE consideró que el cantante era sólo un intérprete.
Poco después de haber sido padre por segunda vez, de nuevo ingresó en la cárcel. Cuando sus hijas iban a visitarlo, él les decía que estaba en una fábrica de cerámica.
Ellas le contestaban:
“Papi, ya tenemos mucho dinero. No sigas trabajando y vente con nosotras”.
A él se le partía el alma. No supieron que su padre estaba en prisión hasta que en su siguiente fuga la policía lo detuvo en casa. Sus hijas son su mayor y casi única ilusión. Se presenta a los campeonatos de ajedrez que organiza la prisión porque el premio es la posibilidad de un encuentro extra con ellas. Ha ganado dos campeonatos.
La celda de Francisco Miguel, su “chabolo” como él lo llama, se ha convertido en su casa y se pregunta si sabría vivir fuera de ella.
“¿Dónde está la reinserción?. Si alguna vez salgo de aquí, voy a necesitar un psicólogo porque toda la vida que conozco está aquí dentro”.
En la prisión impera la “ley carcelaria”:
“Hay tres cosas que no se puede ser en prisión: un violador, un abusón y un chivato. Si rompes cualquiera de esas reglas sólo tienes una opción: quitar la vida o que te la quiten”.
Los delitos por los que Francisco Miguel ha sido acusado y condenado son: colaboración en evasión, desorden público, evasión, quebrantamiento de la condena, falsificación de documentos, delitos contra la salud pública (tenencia de hachís), robo en grado de tentativa, tenencia ilícita de armas, desacato y evasión de permiso.
Cuando termino de escribir este artículo (domingo, veinticinco de diciembre), me entero de que el indulto de Francisco Miguel Montes Neiro es parcial y aún no se ha hecho efectivo. La medida de gracia la propuso el Gobierno de Rodríguez Zapatero en su última reunión, pero él todavía sigue en la cárcel, ha pasado la Navidad en ella a pesar de las intensas gestiones de la familia para tratar de que pasara esta fiesta con ellos. Tiene sesenta y un años y recientemente se le ha diagnosticado un tumor. No tiene delitos de sangre, nunca mató a nadie. A veces uno se pregunta si realmente la Justicia es justa, pues hay hijos que han visto cómo sus padres han muerto de un disparo en la cabeza, a sangre fría, y sus verdugos están paseando por la calle. Sin embargo, Montes Neiro nunca mató a nadie y ha pasado treinta y seis años en la cárcel. Cometió delitos y no me cabe duda de que si se le aplica la ley que tenemos habrá estado en la cárcel el tiempo que le correspondía y aún le queda bastante, pero si lo comparamos con lo anterior ¿es justa entonces esa ley?.
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