Opinión

El por qué de las Inquietudes

Afortunadamente la mayoría de la sociedad occidental, en el siglo XXI, ya se ha liberado de la mayor de las inquietudes humanas que pesaba sobre su conciencia y que tuvo como causa el llamado Pecado Original, instituido por la religión judeocristiana como consta en los libros sagrados. Un pecado de desobediencia, como sabemos, cometido por Adán y Eva; un pecado muy curioso porque se cometió no se sabe cuándo por la pareja originaria y por el que en el momento de la desobediencia ya fueron castigados, pero que posteriormente, miles de años después, por Decreto, en el Concilio de Trento (mediados del siglo XVI), el pecado se promulgó hereditario al resto de la humanidad, y aunque pudiera ser perdonado mediante el bautismo, siempre queda parte de la pena como herencia, es decir, las consecuencias imperecederas, como secuelas que debilitan la naturaleza del hombre que queda inclinada hacia el mal; secuela que persiste de por vida obligándonos al llamado combate espiritual, combate que si acaso se gana será en el Purgatorio.

No solamente el castigo supuso la pérdida de la inmortalidad, sino que ya quedamos desvalidos y expuestos a todo tipo de sufrimiento, condenados al dolor y al trabajo; y no sólo eso, sino que también las capacidades del espíritu, tanto las morales como las intelectuales carecerían de vigor, quedando la voluntad debilitada y sometida a las pasiones, y el intelecto sometido al error.

Esta situación tan alarmante fue diseñada (de iure) por la Autoridad de la Iglesia y asumida (de facto) por la comunidad hasta bien entrada la Edad Media. Hoy en día esta situación, “menos mal”, es opcional; se admite o no se admite, sin más; asumiendo con libre albedrío que toda decisión tiene sus ventajas y sus inconvenientes…..

Pero soslayada esta inquietud como amenaza, persisten otras que son inevitables como es la propia existencia. Dado que la vida es acción, toda inquietud es el reconocimiento de una situación primaria de preocupación, de insatisfacción, de desasosiego desde la cual tenemos invariablemente que actuar ….. un actuar consciente y constante: los seres humanos actuamos como forma de entender nuestra existencia, que es responder a la pregunta de cuál es el motivo de por qué nos hacemos cargo de ella. Además es una tarea de la que no podemos descansar, como sí descansan otros seres vivos que lo hacen en la más absoluta inocencia de su existencia, convirtiéndola en un simple “dejarla fluir”.

A nosotros, los humanos, la existencia nos desafía constantemente, y para mantenerla debemos adoptar una posición atenta y vigilante respecto a ella y a las fuerzas de la naturaleza. No sólo nos inquieta el subsistir ante la intransigencia que supone la alimentación, el vestido y demás necesidades, sino la insatisfacción de no ser capaces de conferirle sentido a la vida; más importante, incluso, que el ya descartado pesimismo angustioso del pecado y el inexorable infierno en cuanto el hombre se aparte del cumplimiento de las leyes divinas.

Pero el hombre y la mujer europeos, a partir del siglo XV comenzaron a sacudirse el yugo de la ignorancia que le atenazaba rompiendo con las tradiciones escolásticas medievales y exaltando las cualidades de la naturaleza humana. Dios ya no fue el centro y dueño de sus vidas; ya no hubo autoridad externa superior que fuese la fuerza responsable de su destino; ya el hombre pudo construir su mundo sobre la base de sus propias posibilidades dando sentido racional a su propia vida gracias al emergente movimiento intelectual y moral llamado Humanismo. Así aparece de nuevo aquella forma de pensar que por mucho tiempo había estado oculta y malintencionadamente prohibida, que es la guía de la razón. Razón, cualidad intrínseca que junto con el lenguaje y el sentido de la transitoriedad son definitorios de la esencia humana. Sin razón y sin lenguaje sólo hay bestialidad.

La razón y la libertad de expresión fueron sepultados por la trágica censura de la Iglesia durante los mil años del llamado Medioevo; periodo de sombras para la inteligencia desde que el Cristianismo en el siglo IV fue declarada la religión oficial del Imperio Romano, y que luego se afianzó con la creación de los Estados Pontificios en el siglo VIII.

La razón y la libre expresión fueron relegadas quedando inoperantes en beneficio de la Fe. Pero la razón y la palabra, como un armadillo, no se dejaron matar de un solo golpe, y a mediados del siglo XVII, aunque tímidamente, reaparecen con el Pensamiento Cartesiano…..y así hasta el siglo siguiente, el esplendoroso siglo XVIII, denominado, “con toda la razón” el Siglo de las Luces.

En una Odisea increíble la sociedad no se doblega, emerge y vuelve a palpitar depositando su confianza en la naturaleza y en la razón; y desde entonces orienta su andadura y busca respuestas, al menos entendibles, a las preguntas que le inquietan.

Los paradigmas naturalmente cambian: hace 4.000 años, para los egipcios, que estaban seguros de otra vida después de la muerte, su inquietud, lo que les preocupaba, era si serían suficientes las riquezas y las pertenencias que les acompañaban en el arca funeraria para la vida en el otro mundo. Para el hombre medieval su inquietud fue si su conducta había sido o no la adecuada y conforme a las Leyes Divinas, esperanzado o temeroso en el premio del Cielo o del castigo en el Infierno.

Al hombre de nuestro tiempo la inquietud le llega dependiendo de dónde viva: si en Oriente Medio, en un campo de refugiados, estará inquieto imaginando donde puedan caer hoy las bombas, si sobre la mísera chabola donde él y su familia viven o en la del vecino. Si es africano, estará inquieto por la seguridad de sus hijas para que no las secuestren, y pendiente del tiempo, por si es el propicio para zarpar a la aventura en una patera en busca de un mundo que imagina mejor. En nuestro país, la inquietud, para muchos, es como llegar dignamente a final de mes; para otros, cuán larga será hoy la llamada “cola del hambre”; y para otros muchos….muchísimos miles, su inquietud los mantiene expectantes, pendientes de cuándo le llamarán para un puesto de trabajo.

La diferencia, pero lo mismo de preocupante, es que hoy sabemos que las inquietudes, la zozobra y el desasosiego de este nuestro tiempo no puede ser mitigado por los Dioses, sino que depende de los propios hombres…..

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