No he nacido a los pies del peñón de Gibraltar, como muchísimas otras sí lo hicieron a lo largo de unos cuantos siglos, de todos claro está, pero sí conozco ese accidente geográfico - totalmente ligado al resto del territorio español desde siempre - desde que yo estaba próximo a cumplir diez años y de ello se han cumplido algo más de ocho décadas. Lo conozco, pues, más que suficientemente e incluso, en alguna ocasión de mi vida profesional, fue tema que utilicé en un examen escrito. Mis argumentos no fueron totalmente aceptados por el profesor, un excelente jurista ya fallecido hace años, porque exponía que la cuestión de Gibraltar autorizaba, en cierta medida, una postura de rebeldía sin llegar a acciones violentas de ningún tipo. Conforme el tiempo iba pasando se llegaba a conocer la realidad de ese problema.
Conocimiento que lo proporcionaban, especialmente, los hechos que zarandearon violentamente a más de medio mundo en el siglo pasado y cuyos coletazos todavía nos sacuden aunque no sea de forma tan violenta, pero sí se nos presentan como consecuencias lógicas de aquellos hechos aunque, afortunadamente, sin llegar a mayores. En España tuvimos nuestros problemas - bastante serios por cierto - pero no tuvieron la extensión de aquellos otros, aunque ya Gibraltar tuvo su presencia especialmente para quienes el tráfico marítimo constituía una seria preocupación. En ese tráfico jugaba un papel de primera magnitud el Estrecho de Gibraltar y fueron muchas las noches de vigilancia en aquellas aguas en las que pude conocer la atención que desde el Peñón se ponía a cualquier acción en aquellas aguas. Eran entrometidos y querían saber todo lo que se hacía en sus alrededores.
Esa era su misión y esa sigue siendo, la misma, ahora. No ha habido tiempo alguno, por pequeño que queramos considerar, en el que la vigilancia del tráfico marítimo haya dejado de tener interés, de primera magnitud, para las Autoridades navales asentadas en el Peñón de Gibraltar. Mientras ese interés se mantenga no se irán de Gibraltar, a menos que España pudiera garantizar plenamente la seguridad que ahora y siempre han mantenido para los intereses del Reino Unido y de sus aliados. Los métodos de vigilancia han evolucionado de acuerdo con la intensidad y calidad de la amenaza. Gibraltar está ahí, en un lugar importante para la vigilancia del tráfico marítimo y la seguridad de éste; la evolución y las características de dicho tráfico es el reto que se contempla a diario para mantenerlo en el mayor grado de seguridad.
He visto, en la prensa diaria, concretamente en el ABC del 12 de Junio, una fotografía tomada en el Aeropuerto de Gibraltar. En ella se muestra el recibimiento ofrecido al Príncipe Eduardo, en su visita a Gibraltar con motivo del 60 aniversario del reinado de su madre, Isabel II. En primer término, ocupando posición destacada, está un Almirante de la Armada inglesa; algo más atrás está el Ministro Principal de Gibraltar. Se pone de manifiesto, claramente, quién manda en Gibraltar y, como consecuencia, cual es el interés máximo del Reino Unido en dicha plaza. Es el interés de la Defensa, en su brazo naval, como siempre lo ha sido y que, de alguna forma, también nos incumbe a nosotros los españoles. ¿Pudimos o quisimos, en alguna ocasión, ser los españoles garantes de esa necesaria seguridad? ¡Quién sabe!