Los empresarios se han unido en su plante a la Administración. Llevaba tiempo gestándose este malestar y es ahora, con la situación al límite, cuando han anunciado medidas de presión que harán pupa. Sobre todo la relacionada con el cierre de empresas que quieren llevar a cabo antes de Navidad o la posible unión con Melilla para que se oiga en Madrid una voz única por los perjuicios derivados de la frontera. Es ilógico que tras la asamblea extraordinaria, después de la (no) visita de la secretaria de Comercio que vino a todo menos a dar soluciones para Ceuta y tras lo espectáculos diarios de la frontera no se haya adoptado una política de cambio radical para buscar una salida.
Dice un buen amigo mío, que por cierto sabe mucho de fronteras, que el problema radica en que la relación con el vecino es inexistente. Hemos perdido todo, por eso ahora mismo tenemos un escenario esperpéntico en el que se hace lo que Marruecos quiere, sin que haya comunicación, ni relaciones, ni consecución de medidas que beneficien a todos.
No se trata de una guerra de unos contra otros sino de un escenario absurdo con daños sociales
Y lo peor de todo es que se está gestando un malestar que traslada la crítica puramente económica a la social. Existe un amplio grupo de ceutíes parados, que no encuentran trabajo, que no son llamados para los planes de empleo y que están siendo vetados para sacar mercancía mientras se permite que lo hagan los marroquíes.
Ya ha habido pequeñas concentraciones y las que vendrán, porque ya no se trata solo de apagar el fuego de los empresarios, sino también de un sector social cada vez mayor que se siente discriminado y que puede dar lugar a un estallido social que no conviene. Nunca conviene pero menos ahora, en donde la debilidad es más que evidente.
Sería demasiado duro decir que se toman esta problemática a cachondeo. Duro y grave. Pero los hechos son tan evidentes que asustan.
La pérdida de talante, de buenos enlaces que solucionen problemas es hoy urgente y necesario. No los tenemos. Peor aún, parece que esto se ha convertido en una guerra de chiquillos, en un absurdo, pero lo triste es que se está jugando el futuro de la ciudad. No el de unos pocos sino el de todos, porque la quiebra social nos terminará estallando más pronto que tarde.