Todo tiempo de crisis lo es a su vez de oportunidad. El estado general de estupor y perplejidad que se ha instalado en la sociedad española, está evidenciando todas las patologías que carcomían de manera larvada nuestra democracia. La prosperidad material ha ido tejiendo una película psicológica invisible que ha terminado por aislarnos de la conciencia social, imprescindible para acometer empresas colectivas. Las cuentas de explotación han desplazado a los sentimientos y los principios han caído en una profunda depresión, vilmente relativizados por la dictadura de la aritmética. Durante los últimos veinte años, el mundo occidental ha vivido bajo la feroz hegemonía de la ideología conservadora, independientemente de quien haya gobernado. Los líderes que se disputan en cada caso el triunfo electoral son perfectamente intercambiables sin alterar los fundamentos de la acción de Gobierno. A penas leves matices en asuntos de segundo orden. De este modo, la actividad política ha perdido su primigenia capacidad transformadora para convertirse en un ramplón ejercicio de gestión de recursos públicos de corto alcance. El votante ha pasado de ser el eje vertebrador del sistema, en tanto que integrante de la soberanía popular, a ser un disperso participante en un frívolo concurso de técnicas publicitarias especializadas en manipulación de masas. El apabullante dominio del capital, capaz de desactivar por completo el espíritu crítico y solidario de las clases medias, ha propiciado un modelo de democracia formal vacía de contenido.
La crisis sistémica, originada por la enorme e insalvable brecha que se ha abierto entre la economía financiera y la productiva, y que ha frustrado súbitamente el universo artificial de expectativas insaciables, ha empezado a desvelar una dura realidad ocultada deliberadamente. Ahora todo son preguntas desesperadas. Sin respuesta. Sin capacidad de reacción. Nadie parece entender las razones que nos han despertado del sueño de la riqueza ilimitada e irresponsable.
Hemos dejado tantos jirones de alma democrática en este funesto camino, que hasta se nos ha olvidado votar. La inmensa mayoría del cuerpo electoral no sabe cómo utilizar su voto. Así vemos una muchedumbre desconcertada que deambula lastimera entre diversas modalidades de tragedia a las que se ve impelido a apoyar por falta de personalidad.
Serán millones de trabajadores los que con su inconsciente papeleta conseguirán que el PP los hunda en la miseria. Será así porque, lógicamente, huyen despavoridos de un PSOE que los ha engañado, agredido y humillado. Ese es el límite de su raciocinio político. Un acto constructivo por naturaleza, basado en la idea de expresar activamente una convicción de futuro, ha devenido en una triste liturgia del “mal menor”. Todos sabemos que lo que dicen PP y PSOE es absolutamente falso. Los votaran. No saben hacer otra cosa.
La campaña electoral en nuestra Ciudad refleja con la máxima exactitud posible esta repudiable realidad. Una obscena apatía impregna la actividad electoral de los dos partidos llamados a repartirse el botín.
Rutinarios actos con rostros de forzado fastidio en los que mustios candidatos, injertados para la ocasión, esperan con notoria impaciencia que termine esta especie de tortura para dedicarse a lo suyo. En algunos momentos muy próximos al ridículo. Ni un ápice de ilusión. Y sin embargo, la inmensa mayoría los votará. No saben hacer otra cosa. Desde hace treinta años vienen haciendo lo mismo. A pesar de que son conscientes de la inutilidad de su voto para cambiar las cosas. Los parlamentarios electos sólo han sido insignes apretadores de botones en defensa de los intereses de su partido. Siempre ajenos a Ceuta.
Nunca ha sido fácil curar una enfermedad social. Máxime cuando está muy extendida y arraigada. Pero siempre estamos a tiempo de intentarlo. La próxima cita con las urnas nos ofrece una buena oportunidad.
En lugar de sepultar nuestro voto anónimo en la inercia del improductivo inmovilismo, podemos transformarlo en un grito de dignidad reivindicando ante los escépticos el orgullo de un pueblo hermanado decidido a luchar por su futuro. Caballas representa ese espíritu. Podemos volver a sentir el placer de votar.