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“El periodista tiene que ser un gran cotilla; si no te interesa todo, no puedes serlo”

López Schlichting se encuentra en Ceuta para hacer este fin de semana su programa desde el Príncipe. Entiende que todo periodista tiene que tener a Ceuta en su agenda

La conocida periodista Cristina López Schlichting se encuentra en la ciudad para hacer desde el barrio del Príncipe su programa Fin de semana, de Cope. En una entrevista concedida a Cope Ceuta en directo –su horario es de 13:00 a 14:00 y ésta se emitirá este lunes– y El Faro, habla del trabajo que va a realizar en la ciudad autónoma y de su experiencia en la profesión. –¿Cuáles son los objetivos que se ha marcado para este programa en Ceuta? –Por un lado creo que a Ceuta y a todas las ciudades que, desde el punto de vista espacial están relativamente alejadas, como Canarias, por la insularidad, se les debe un tratamiento de especial afecto, porque ya el hecho de tener que desplazarte tantos kilómetros desde Madrid o Barcelona para llegar aquí entraña una forma de vida muy especial para la gente. Creo que a los ceutíes se les debe una atención especial. Hay problemas de esta ciudad que me han preocupado siempre: lo carísimo que está el ferry para un residente local, una cierta falta de fluidez en las comunicaciones con la península... Siempre he sido muy sensible con estas cosas y venir a Ceuta es una cosa que se debe hacer y tener presente en la agenda diaria de un periodista. En nuestro caso, además, se suma indudablemente este año el hecho de que estamos en plena emergencia internacional por movimientos migratorios y que todos los lugares que se encuentran en frontera, estoy pensando en la frontera entre Hungría y Serbia, Turquía y Grecia o Austria, pues se encuentran ahora mismo en una situación difícil. Y a mí me interesa saber qué pasa en el CETI de Ceuta, qué tipo de presión migratoria está sufriendo la ciudad, cómo se ayuda a los ciudadanos de aquí a sobrellevarla, cómo se está canalizando esto... Me parece que es un tema de máxima actualidad e indudablemente esto va a tener un papel importante en el programa. –Me gustaría saber cómo se ve en las redacciones de Madrid los últimos acontecimientos que se están produciendo en Ceuta en cuanto a la presión migratoria, que desgraciadamente en ocasiones termina en tragedia, como el pasado lunes, o las operaciones contra el yihadismo. –Es una cosa mixta. Por un lado, la serie El Príncipe creo que da una visión muy reductiva de la ciudad, que en cierto sentido a veces la perjudica, porque Ceuta es mucho más que eso. Es una ciudad muy interesante desde el punto de vista histórico, con fuertes del siglo XVIII fascinantes, una belleza con el Monte Hacho desde la bahía, unas edificaciones del siglo XIX que merece la pena conocer... Un lugar cultural y comercialmente muy interesante y a veces sus problemas sociales parecen absorberlo todo. Creo que eso es muy injusto para la ciudad. Por otro lado, paradójicamente, una serie como esa o una serie de problemas como los que se han generado, por lo menos hacen que algunas personas que nunca piensan en que tenemos ciudades como Ceuta, Melilla o Canarias, que están lejos y tienen otro tipo de problemas, merece la pena que se les ayude. Quiero escuchar justamente de la gente de aquí cómo viven el hecho de que tengan un CETI súper poblado de gente, con muchísima gente sin trabajo deambulando por una ciudad que ya por sí tiene mucho paro y muchos problemas de reinserción social. En fin, quiero atender a lo que la gente en este sentido me cuente. –Hoy por hoy es una gran figura dentro de los medios, ha hecho radio, prensa escrita, televisión... ¿Cómo fueron sus inicios? –(Risas) Pues de becaria, lo natural. Estudiaba Periodismo en la Complutense y tuve una gran suerte porque la redacción del ABC, que ahora es el que está asociado con Cope, tenía un envejecimiento muy grande y Luis María Ansón, que era entonces el gran director de ABC, decidió rejuvenecer la redacción y se hizo un examen en la universidad con 500 alumnos, y los 30 que sacamos las mejores notas entramos en ABC. En ese sentido he tenido más suerte que muchos colegas jóvenes que ahora tienen muchos problemas para entrar a trabajar. Aquellos primeros años en ABC fueron de 14 a 16 horas de trabajo pero fascinantes. Era una época donde además todavía se invertía mucho dinero en el reporterismo, y yo tuve la suerte de cubrir toda la caída del muro y todos los países de la Europa del este en directo, después viajé para la sección de reportajes del propio periódico de los domingos a todos los lugares: a los conflictos de Georgia, Osetia y Oriente Medio, estuve muchas veces en Irán y Jerusalén... Fueron años fascinantes de noticias, y otras también muy tristes en el País Vasco. Aquella época de reporterismo yo la recuerdo con mucho cariño y ahí nació mi libro Yo viví en un harén. Después salté a El Mundo y luego a Cope, y ha sido una carrera progresivamente más integrada en las redacciones. Pero mis orígenes son los del reportero. Yo digo siempre que un periodista es un gran cotilla. Si a ti no te interesa todo y absolutamente todo, desde el funcionamiento de una cafetera hasta por qué hay un señor mendigando en la calle, entonces no puedes ser periodista. Ese es mi origen periodístico, el del reporterismo más incipiente de becaria en ABC. –¿Qué queda de aquella Cristina? –Pues realmente todo. Por ejemplo, mis días en Ceuta han sido fascinantes. Si tienes a Rubalcaba en el estudio o a la ministra Báñez es otro tipo de periodismo, igualmente interesante pero distinto, el que tienes que hacer en tu silla en Madrid. Pero por ejemplo esta semana paseando por las calles del Príncipe 20 años después de haber saltado la valla de Ceuta como reportera de ABC, pues reconozco que me sigue fascinando exactamente lo mismo. El que está enamorado de esta profesión, lo está siempre y verdaderamente estoy muy agradecida a lo que me ha dado el periodismo porque me sigue interesando igual que el primer día, se me acelera el pulso, me interesa mi interlocutor, me interesa la gente y cómo vive y me interesa mucho contarlo. Es una profesión maravillosa. –Es autora del libro Políticamente incorrecta. ¿Considera que, en ocasiones, es necesario serlo en esta profesión? –Creo que hay que serlo en la vida, porque nuestra sociedad está muy asombrada de complejos e hipocresías, y yo creo profundamente en la sinceridad. Creo que uno debe abordar las cosas con los elementos de juicio que tiene y con mucha libertad. Eso enriquece. Hay que partir de la convicción de que todos pensamos de forma diferente, que en frente lo que más merece la pena es tener gente que piense distinto que tú y que lo bonito es entrar en un diálogo con el que piensa distinto que tú. Eso muchas veces está muy mal visto, y yo sigo como al principio, siendo muy políticamente incorrecta. –Ninguna carrera está exenta de polémicas, enfrentamientos o incluso de poderse ver en los juzgados. ¿Hay algo en su experiencia que le haya dañado, rasgado por dentro? –Socialmente el periodista, antes o después, siempre se ve implicado en juicios. Yo digo siempre que si los juicios vienen de distintas partes, eso dice mucho de tu profesionalidad. Yo he tenido demandas de La Falange y de grupos de ultraizquierda... Está bien. Que se molesten unos y otros significa que tú, probablemente te hayas equivocado muchas veces porque no tienes la verdad, pero lo has intentado con honestidad. Quizá me ha dolido más la mezquindad que tenemos todas las personas y que cada uno vive en su profesión. Esto es una cosa que te cuenta todo el mundo: el que es maestro tiene problemas con sus jefes, como el que está en su empresa... Ha habido momentos en mi vida, cuando me he peleado con los directivos de los periódicos para los que he trabajado, que son duros y muchas veces tiene que ver con tu conciencia. Cuando ves que se te intenta obligar en una determinada circunstancia a decir o pensar cosas que no dices o piensas, pues a veces te tienes que enfrentar a la empresa y eso tiene un sabor muy amargo. Siempre digo que el periodismo es una profesión liberal pero a su vez asalariada, es una mezcla. Un médico o un abogado tienen su propia consulta y, en definitiva, una gran libertad laboral, que es de las profesiones liberales, y una persona que vive en una jerarquía, pues ya sabe que tiene que atenerse, pero el periodista tiene una pata en cada lado: por un lado forma parte de una empresa y sus intereses y tiene que respetar el diario de la empresa y se debe a su capital, pero por otro lado su corazón lleva a la audiencia. El periodista custodia la libertad de opinión y yo me debo a mi público, al que escucha la Cope o lee La Razón. Es una paradoja, porque a veces en defensa de la libertad de expresión y de tu deber de periodista para atender a los oyentes, a los lectores o a los telespectadores, te enfrentas a la empresa a la que también te debes. Por eso digo que la nuestra es una profesión liberal asalariada de lo más molesta. –Como reportera ha denunciado la situación de sometimiento de la mujer en países islámicos, en los que ha trabajado, y en la sociedad en general. ¿Ha tenido problemas por ello? –Graves no, pero le contaría anécdotas que son muy indignantes para una mujer occidental. Porque nos ha costado mucho tiempo en Europa, que es el núcleo de la cultura occidental, hacer social y constitucional lo que era propio de Europa: la igualdad entre las personas. A mí me ha ocurrido ir a Irán y en el Parque Soraya ir con un intérprete iraní, porque estaba haciendo un reportaje sobre la situación de las mujeres en el país, y que me detengan porque no puedo ir caminando por la calle con un hombre que no sea mi marido. Pues me entró una mala leche... Es que no lo puedo evitar, me parece tan absolutamente alucinante... Eso en lo que a mí respecta, pero en general he de decir que no he tenido muchos problemas, simplemente me disgustan estas circunstancias. En cambio, he tomado nota de situaciones que vive la mujer en el mundo muy humillantes. Por ejemplo, he vivido el libro mío, que es el compendio de mi reportaje, Yo viví en un harén. Se llama así porque hice para El Mundo una estancia de un mes en Yemen en una familia poligámica. No se pueden imaginar el infierno que es una familia poligámica a veces. Es decir, un señor que cada noche elegía con qué mujer se acostaba, y dos esposas que estaban envenenadas. Es una situación muy dolorosa, que me parece muy injusta y no me canso de denunciar. –¿Son los medios de comunicación también exponente de esa lucha permanente por las mujeres? –¿En cuanto a la carrera? –Sí. –Creo que la mujer lo tiene mucho más difícil. Supongo que es porque los hombres y las mujeres somos diferentes. Gracias a Dios lo somos, quiero decir, que nos enriquecemos mutuamente, y nos resultamos mutuamente un poco extraños. Entonces, se necesita cada vez más hombres muy abiertos que comprendan que la diferencia que entraña la mujer puede ser buena. Y hay hombres que se empeñan en trabajar sólo con hombres, y como siguen liderando la sociedad, obligan a la mujer trabajadora a demostrar dos veces aquello que puede hacer. A veces veo la foto de Encarna Sánchez en mi despacho, que fue antecesora mía en la tarde y la veo ahí y digo “qué batalla la tuya”... Porque a veces te tienes que poner para defender un tema y tu posición como un hombre, y tú no lo eres, pero la resistencia social es tan grande que a veces desearías tener barba, lo cual es una verdadera aberración. Pero así están las cosas y creo que todavía a los hombres y a las mujeres nos cuesta mucho colaborar, porque sentimos una cierta extrañeza. No sé por qué. –El periodismo audivisual, dejando al margen lo apasionante de la profesión, es tan desagradecida como creo, caminando siempre entre las audiencias y el olvido si te hacen desaparecer. –¿Que el sistema te aniquila si no tienes audiencia? –Claro, vas caminando siempre con esa segunda sombra añadida y si se te sustituye se le quiere al siguiente. –Las personas que crean que la importancia de su vida deriva de lo famosos que sean, son muy desgraciadas. Por eso digo, ahora que he cumplido 50 años, lo que más me interesa es la vida espiritual. Lo digo con libertad. Me fascina el Papa Francisco, es un hombre que me interesa muchísimo, porque yo me doy cuenta de que poner el corazón en el dinero, la fama o el poder es efímero, es mentira. Entonces el periodista que se sienta desgraciado porque ha sido sustituido en la audiencia es tonto. Yo sé perfectamente, y lo digo con completa humildad, que mientras sirva a mi medio millón de oyentes de Cope o a las pocas personas que me puedan leer en La Razón, lo haré lo mejor posible, pero también sé que al día siguiente vendrá alguien que lo hará igual o mejor que yo y pasaré al olvido. Quien no sepa esto no se está enfrentando a la esencia de la vida del ser humano, que es que el corazón no se puede poner en estas cosas. Por eso me interesa mucho la fe, yo soy una persona cristiana, porque me doy cuenta que las personas más sólidas que he conocido pasaban de todo esto como de la ‘m’. Yo he enterrado a la Madre Teresa de Calcuta en la India, he conocido a Juan Pablo II y admiro extraordinariamente al Papa Francisco, porque son personas que percibo que son muy libres de las esclavitudes del mundo. Una de las noticias que más asombro me produjo fue la abdicación de Benedicto XVI. Cómo puede un hombre que está en lo más alto del poder, el Papa del mundo, que manda sobre todos los creyentes, decir que se va a su casa porque se siente débil. Es una cosa que merece la pena considerar y además teniendo en cuenta que es un viejo, que sabes que cada vez las personas se hacen más recalcitrantes, más imposibles... Entonces que un hombre diga “hasta aquí hemos llegado, estoy cansado y veo otra persona lo puede hacer mejor que yo”, esto me fascina muchísimo más que las audiencias que pueda tener un programa. Según pasa la vida me voy dando cuenta de que el hombre tiene que hacerse otro tipo de preguntas. Es verdad que hay una parte de defensa de la opinión pública y de periodismo como profesión liberal muy vinculada a un código de deberes y derechos del ciudadano de ser informado. Es una empresa y la pasta la pone un empresario, que quiere rentar su dinero y que aquello que está haciendo se pueda mantener, las familias que comen de ello, las personas que trabajan ahí, y eso se llama audiencia. Por lo tanto, tienes que dar un resultado comercial. –En la actualidad, con las redes sociales, nuestro trabajo está más sometido a la crítica del lector, el oyente o el telespectador. ¿Lo considera positivo en el sentido de que puede hacer que seamos aún más exigente con nuestra labor? –Creo que sí, tiene toda la razón. Esto es muy interesante. Ahora mismo estás hablando de una situación que está aconteciendo en Grecia o en Hungría, y a la vez hay personas en las redes sociales desde estos países contándolo. Esto contribuye al rigor periodístico, porque quien pretenda inventarse cosas o adornarlas lo tiene más difícil. –Interactúa con ellos e incluso se pueden convertir en fuentes. –¡Claro! A mí esto me encanta, porque creo que abre todo un universo de comunicación. Luego hay que ser cautos y listos, y filtrar. –Pero pueden te pueden abrir otra ventana que antes estaba cerrada. –¡Claro! La han abierto. Me doy cuenta de que hablo con mis hijos, que tienen entre 23 y 26 años, de cuestiones sobre las que están casi mejor informados que yo. Entonces me entero y me pongo a ello. Es muy interesante.

 

El momento de mayor temor lo vivió en Ceuta

López Schlichting recuerda que “objetivamente” se ha “jugado la vida” varias veces, como cuando cruzó campos minados o en una ocasión cuando le “pasó rozando” una bala. Sin embargo, en estos dos momentos, quizá los más peligrosos en los que se ha visto, no pasó miedo. Esta sensación extrema la experimentó en Ceuta. La periodista recordó que un fotógrafo de ABC y ella se marcharon a Castillejos, durmieron allí y ‘contrataron’ a una mafia, que sobornó a los guardias marroquíes para poder llegar a España. Cuando avanzaron hacia la doble valla, que “no era tan alta ni tan fuerte como ahora”, la cortaron con un instrumento para que entrara una persona y en el momento en el que estaba cruzando, entre las dos se encontró alambres de espino. En ese instante se encendieron las luces, sonaron las sirenas y se escucharon disparos al aire en el lado marroquí. Se agarró al alambre hasta que el jefe del grupo volvió a por ella y la sacó, pudiendo cruzar. Tras subir por las laderas del monte llegaron al Príncipe y en una casa pudieron descansar. “En esos alambres en el suelo, enganchada por todos lados y sangrando por todos lados, porque me clavé los alambres, estaba absolutamente aterrorizada como un conejo, cuando era imposible que me pasara algo, porque nadie me iba a disparar aunque dispararan al aire. Pero yo me aterroricé”, recordó. Asegura que aún conserva el anorak que llevaba ese día.

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