Se hace harto complicado buscar los límites entre aquellos pensamientos establecidos firmemente y la forma de manifestarlo de forma adecuada…
El manejo de la palabra debe ser constante, habitual para que discurra y se plasme de una manera fluida, donde las ideas aparezcan entrelazadas creando la cohesión suficiente para dar sentido al mensaje y mostrando la coherencia de nuestros argumentos sin adimentos innecesarios.
Determinar la audiencia y el valor de nuestro discurso es un baremo obligado para no cometer errores fatales, siempre debiéndonos apoyar en el sentido común y en nuestras limitaciones tanto sustanciales como de habilidad en el uso del idioma a la hora de disertar.
La disposición puede ser una característica más, pero no razón sine qua non única para alcanzar ciertos niveles cuando la formación, las condiciones y los valores no son los apropiados. La destreza de quien defiende la vehemencia es válida para determinados foros, sin embargo no es la fórmula adecuada cuando el público necesita ciertos formalismos, teniendo que buscar la receta perfecta para ser explícitos pero siempre sabiendo nadar y guardar la ropa.
De igual manera, nada aporta quien intenta esconder sus limitaciones tras un discurso sin contenido alguno, cuando lo único que intentan es salvar el compromiso para el que nunca han estado preparados pero se ven obligados a entonar para seguir en la brecha. Demostrando la ausencia de facultades de una u otra de las modalidades es obvio que algunos son expertos en moverse en lo doméstico, acostumbrados a andar como equilibristas de un circo sin luces donde se ocultan las torpezas por quien no tenía más remedio que mantenerte en la pista…
Dotar de sentido y argumento aquellos que queremos transmitir y estar cualificado para defender nuestras ideas en la misma línea, debiendo prevalecer nuestro grado de atención, sin titubeos ni grietas que desvirtúen ni un ápice la solidez de nuestros conceptos. En ese punto deberemos saber jugar con nuestra habilidad perifrástica y templar razonando, demostración demoledora de la certeza de nuestro mensaje.
Permítanme que baje como siempre al albero y me apoye en los símiles y paralelismos que me ofrece el lenguaje de la tauromaquia…
Saber torear de salón u ocupar los espacios delante de una vaquilla no significa que puedas lidiar en “Las Ventas” la de Victorino Martín, por muchas ganas que tengas, por mucho que se parezca esa muleta a aquella que abrió grandes puertas, por mucho que pienses que tus alamares se abotonan a la taleguilla de la misma manera… por mucho que creas que sabes “El Cossío” de memoria torera… deberás renunciar a hacer el paseíllo a la gloria, pues tanto valor desmedido te dejará fuera…
Destapar el tarro de las esencias da muchas veces como resultado el encuentro con la realidad, la sospecha de haber intentado aparentar lo que no eras aprovechando la corriente del interés y apoyándote en la mediocridad…
Nadie, con el excepcional y único arte de saber pegar carteles, llegó a alzarse como figura del toreo… porque dominaron el cubo, la cola y la brocha…sin mostrar cualidades para llegar más allá de la taquilla… Señal visible que no es el camino para aparecer en los carteles ser quien los pega, porque luego vienen las cogidas, los revolcones y las heridas en Madrid…
La ministra de Sanidad, Mónica García, ha declarado que no descarta la reimplantación del uso…
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