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El otro ‘CETI’, en el corazón del Sardinero

Los inmigrantes han convertido la avenida portuaria en un incesante ir y venir con un único objetivo: colarse en el barco. Pero no todos buscan lo mismo, hay una bolsa de argelinos adultos y menores cuyas horas las pasan merodeando el puerto, acercándose a vehículos, revisando caravanas, estudiando la seguridad de los establecimientos.

Su día termina con el regreso a los espacios que han convertido en su asentamiento.
Uno de ellos es el barracón del Sardinero. Abierto, las distintas naves ya bastante deterioradas sirven ahora de cobijo para argelinos y subsaharianos que han elegido distintas zonas para convertirlas en su morada. Allí guardan comida, ropa, cartones, acumulan basura y depositan todos aquellos objetos de los que se adueñan. Pernoctan en las zonas que están menos deterioradas, ya que hay naves a las que se les ha caído el techo y otras en las que no existen muros. A su interior llegan por los múltiples huecos hechos en las paredes en donde jóvenes que deberían estar en colegios o institutos, optan por evitar sus obligaciones para marcar con pintadas de todo tipo el lugar y perderse en el manejo de las redes sociales o en la evasión de otro tipo de sustancias. Todos conviven en el mismo lugar. Unos porque por su condición de clandestinos se esconden del cerco policial, otros porque debiendo cumplir con sus obligaciones escolares se erigen en dignos representantes del fracaso escolar. Una convivencia sin control, a espaldas de la sociedad, pero terriblemente peligrosa ejercida en pleno corazón del Sardinero.
La Ciudad reconoce que hace meses que no frecuenta la zona. De hacerlo, su misión se resume en tapar los agujeros por donde se cuelan los inmigrantes y se ocultan menores escolares. Punto y final, lo demás corresponde a la Policía. Una labor, la del organismo local, que durará el tiempo que se tarde en abrir nuevas puertas resquebrajando los muros de unos barracones que empiezan a ser sensibles al paso del tiempo. De hecho varios de los techados se han ido derrumbando poco a poco. Los inmigrantes, sin miedo alguno, siguen pernoctando en su interior, al lado de los cascotes caídos por el paso del tiempo y la fiereza de los últimos temporales.
Del Sardinero al puerto. Del puerto a los barracones. Este es el camino constante que siguen los inmigrantes, sin ocultarse de nadie, deambulando delante de los vehículos policiales que a lo más que llegarán será a pedirle su identificación.  La tarjeta del CETI les define como personas reseñadas policialmente, a los que no se les puede expulsar hasta que se resuelvan sus casos. Una condición conocida por los argelinos cuya amplia mayoría echa mano de esta situación para, nada más llegar a Ceuta, solicitar asilo evitando así su expulsión hasta que el caso se resuelva.
Mientras esto se produce, la vida en Ceuta es la misma de un intocable. El CETI no hace control sobre estas personas aferrándose a su condición de centro de puertas abiertas. Y en ese limbo sostenido incluso por la administración al carecer de remedios rápidos se crea una situación de nulo control.
Argelinos y subsaharianos frecuentan el puerto y están detrás de las estadísticas policiales que manejan las distintas fuerzas de seguridad. Más de 2.000 intentos de escapada rechazados en un año, cientos de intervenciones que se saldan con la detección de estos individuos por su implicación en hurtos... una realidad que también existe y para la que no se ha perfilado acción clara alguna.
Los inmigrantes que se ocultan en el Sardinero entran y salen de unas naves convertidas en su asentamiento paralelo, que les sirven además de ‘centro de operaciones’. A pesar de ser una propiedad privada, el hecho de que permanezca abierta le convierte en paso continuo de personas. Lo que pasa en el interior de las naves es imposible de controlar, así como el número de personas que duermen en su interior. Por los restos encontrados en los distintos compartimentos se aprecia que la ocupación es constante y notable. Nadie controla lo que pasa en su interior, ni los objetos que entran y salen del lugar, ni los resultados de los enfrentamientos que allí se suceden o los focos de incendios que pueden descontrolarse tras la práctica de hogueras. Las escenas pasan, quedan reflejadas pero no se actúa. El camino del puerto a los barracones pasando por la JOP o la Estación del Ferrocarril es una constante sin solución.
Los únicos testigos de estos hechos son los adolescentes que debiendo estar en colegios o institutos comparten estos espacios. Así, día tras día.

Sustracción de móviles... y a Marruecos
El camino es diario y claro. Los inmigrantes salen de los barracones, emprenden camino al puerto (segunda foto) y allí se quedan esperando su acción y charlando con otros inmigrantes
Estado del interior del barracón en donde se ocultan inmigrantes y son visitados por escolares

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