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El número de avogadro

Estamos en una época en que los niños deciden casi todo, con mohines y discusiones, con plantones y rabietas; Tiempos, en los que decidimos la maternidad con un golpe de camilla, piernas alzadas , mientras un reloj biológico nos imprime el carácter que nos falta.
Un día miramos la cara de un bebé y nos damos cuenta de que el arroz se nos ha pasado y si tenemos suerte las habitaciones de nuestra casa, decoradas con tonos rosas, amarillos y azulados , están llenas y si no, nos conformamos con decir que nuestra vida es mucho- infinitamente-mejor sin ellos y seguramente tendremos muchísima razón, porque los niños te dinamitan la vida, cambian tus posiciones de norte a sur y te convierten en un ser a medias entre amargado y esperanzado.                                               
Lo peor no es verlos crecer, sino no hacerlo, reconocerlos en un cuerpo adulto de mente infantil que no prospera, eterno Peter Pan o Wendy, en el país del nunca jamás te dejarán cruzar las puertas de la universidad o nunca jamás tendrás otro novio que el compañero de centro,  con la misma discapacidad congénita que tú.                                                                                           
Es duro verlos cumplir años porque nos hacemos viejos egoístas apegados a la vida, duro apagar las velas y ver pasar la edad de las cosquillas, la edad de que se meten en tu cama los domingos por la mañana, la edad en que eres su mejor amiga y confidente y la detestable edad en que sus sueños interfieren de pleno con los tuyos y se convierten en pura basura de mirar relojes , chillar y pelearse por todo,  lobos de camada nueva con dientes afilados , que al viejo le hacen la vida una miseria.                                                   
El número de avogadro nos da la configuración exacta, la resolución de porqué lo hicimos y por qué nos detestamos tanto cuando nos miramos al espejo, de ese aliento fétido de por las mañanas antes de pasarnos el cepillo por los dientes, de esa sonrisa triste que nos cuelga de los labios o la forma tan tonta que tenemos de confiar en a gente , para que nos den buenas patadas en el culo.
Sin embargo, el numero de avogadro no nos da las claves para saber a quién invitar al cumpleaños de los niños, porque  son muy difíciles de adivinar, más aún para los que nacemos lerdos y con las zapatillas cambiadas.                                                                     
Por alguna norma no escrita los niños deben celebrar su cumpleaños, es más te lo exigen como si fuera algo inexorable como la muerte o la gordura que te sube por las venas cuando te comes un bollycao. Es exactamente igual que pasar por un Mac Donald  e intentar hacer como que no lo has visto, porque será una cuestión de vida o muerte , pero los niños se colapsan,  sus caras se transfiguran y como en la invasión de los ultracuerpos quedan rígidos y con el dedo enhiesto , en busca del logotipo del payaso, indicándolo con ojos enfebrecidos y ausentes de toda la realidad circundante , hasta que dices” no , ahora no” o “hoy no”, frases no acertadas , porque en el coche o en el paseo , estalla la calma y se abaten las alas de los demonios campantes y los niños se transmutan de nuevo , pero para algo mucho peor , que tiene que ver mucho con el crujir de dientes y el derramar lágrimas de fuego.
Los cumpleaños infantiles son una ciencia inexacta donde te invitan si les da la gana, aunque no invites tú, o no te invitan aunque invites tú o te invitan porque invitaste y no te invitan porque no invitaste, de forma que no hay nada escrito a donde acogerte, ni norma ninguna que rija tan estrambótica celebración, por lo que el numero de avogadro, no nos echa un cable y nos vemos campando –solos- con listas en las manos, haciendo cábalas de a quién invitar y a quién no, con gastos reducidos que nos llevan de cabeza, niños pidones y gente que se enfada por lo menos principal de todo, que no es celebrar la vida y que esta sigue con nosotros para montarnos en la montaña rusa del mañana, sino que su engendro esté en la lista, aunque muerda, rabie o jorobe a todo ser viviente de dos patas, porque en su caso, el numero de avogadro no rige igual que en el de los demás.

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