Manuel Sánchez Pérez, psiquiatra especializado en Psicogeriatría que ejerce en el Hospital Sagrat Cor de Martorell (Barcelona) además de coordinar el máster de Psicogeriatría de la Universidad Autónoma de Barcelona, participó ayer en la segunda jornada de la XXI Reunión Nacional de la Sociedad Española de Psicogeriatría (SEPG). Su ponencia Proceso de adaptación a la residencia se enmarcó en la mesa de debate titulada La depresión en residencias de personas mayores.
“En la vida de las personas, cuando alguien tiene que ingresar en una residencia, es un momento especialmente crítico, no significa negativo, quizás en el ámbito sanitario cargamos mucho las tintas sobre las cosas que las personas pierden cuando van a una residencia, pero también hay que reconocer que hay quienes mejoran su situación”, expuso el psiquiatra. La prevalencia de este trastorno en este contexto está entre el 10 y el 25 por ciento.
–¿Qué factores pueden empujar al anciano a la depresión cuando ingresa en un centro?–El primero tiene que ver con que la persona ya haya tenido, previamente, episodios a lo largo de su vida. Entonces el estrés de adaptación que le puede suponer ingresar en la residencia puede desencadenar un nuevo episodio (...). También está el estilo adaptativo previo (...). Un cambio funcional que haga que esa persona no sea autónoma, ya tiene carga implícita de riesgo muy alto para padecer depresión (...). La capacidad de decisión que la persona ha tenido para entrar en la residencia, es decir, si ha formado parte de ese proceso. A veces es en contra de su voluntad y, hacerlo de esa manera, es un predictor de depresión a corto plazo.
–¿Y para su adaptación?–Todo lo contrario: que esa persona haya decidido ingresar en la residencia (...); que ya haya asumido los cambios de salud que motiven el ingreso (...). También hay un aspecto muy importante: el nivel de desarraigo que el ingreso en una residencia puede suponer para una persona. No es lo mismo ingresar en una residencia del mismo pueblo en el que uno vive, seguir en contacto con su barrio, su gente y amigos, que una residencia que está muy lejos, en las afueras o en un sitio donde todo el acceso de sus conocidos es más complicado. A veces ese factor de desarraigo es muy importante para que perciba ese cambio como negativo.
–Este trastorno, ¿aparece cuando accede a la residencia o durante su estancia? –A veces hay tiempos de espera largos que pueden incrementar ciertas fantasías de los pacientes como futuros residentes. En ese camino, a veces hay instituciones que permiten que se pueda conocer previamente la residencia. Aunque no se vaya a incorporar inmediatamente, es una forma de que la persona conozca el lugar al que va a ir, las personas que le van a recibir, eso facilita mucho las cosas. Según sea el entorno que se encuentre, el nivel de desarraigo que le haya supuesto, puede haber un periodo inmediatamente posterior al ingreso de mayor riesgo. No es frecuente, si las cosas se hacen bien, que estas situaciones duren demasiado, a menos que hubiera una tendencia depresiva previa como enfermedad.
–Está pendiente la inauguración de una residencia de mayores. ¿Cuál es su recomendación para paliar la depresión? –Puede tener ventajas añadidas y es que, en el inicio de una actividad profesional, hay índices de motivación, de cierto grado de entusiasmo por parte del personal que puede ser mayor que, a lo mejor, centros que ya están rodados. Aunque eso es una generalización (...). Por su parte, Ceuta, que es un entorno geográficamente delimitado, pequeño, hace que este aspecto del desarraigo, del que hablábamos antes y es tan importante, sea más difícil que se dé. Posiblemente, aunque sea un centro nuevo, el nivel de desconexión del entorno que puede suponer para los nuevos residentes sea mucho menor aquí. En ciudades mucho más grandes, donde simplemente cambiar de barrio supone varios kilómetros como en Madrid o Barcelona, puede suponer un entorno absolutamente distinto de aquel en el que la persona ha vivido toda la vida.