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El negociado en circunloquios

Este año se conmemora el bicentenario del nacimiento de Charles Dickens. Con este motivo se han reeditado algunas de sus obras más conocidas. Una de ellas es “La pequeña Dorrit” (editorial Alba), considerada por G.B.Shaw como “obra maestra entre las obras maestras”. El protagonista principal de esta novela es Arthur Clennam, un medio burgués que después de veinte años en la China regresa a Londres un tanto hastiado de la vida. Al volver a la casa familiar encuentra a una pequeña criatura, Amy Dorrit, por la que se interesa. Al informarse de su historia personal descubre que nació en una prisión, donde su padre fue encerrado por un asunto de deudas, al igual que le ocurrió en la vida real al progenitor del propio Dickens. Decidido a ayudar a la pequeña Dorrit emprende una investigación para averiguar quienes eran los acreedores de su padre. Y ahí comienza su desventura con el Negociado de Circunloquios, departamento público adelantado en el arte de descubrir “como no hacer las cosas”. Una vez traspasada su puerta descubre que este particular departamento era administrado por la familia Barnacle (percebe, en inglés) que habían colocado una tras otra a las sucesivas generaciones de la estirpe. ¿Les suena?.
La insistencia de Arthur Clennam en tener acceso al expediente del Sr. Dorrit le lleva a entrevistarse con el mismísimo jefe del Negociado de Circunloquios, el Sr. Tite Barnacle. Este fragmento es parte de la conversación que tienen:
¿Y podría saber cómo puedo obtener información oficial sobre la situación del caso?.
Cualquier persona del público -el señor Barnacle pronunció esta última palabra con asco, como si fuera su enemigo natural- puede presentar un escrito al Negocio de Circunloquio. Los requisitos necesarios para hacerlo se lo explicarán en la sección correspondiente de ese Negociado.
¿Y cuál es la sección correspondiente?
Debo remitirlo a usted al negociado mismo para que reciba una respuesta formal a esta pregunta.
Cargado de paciencia vuelve al Negociado de Circunloquios, donde lo remiten de un despacho a otro pronunciando las mismas palabras, “…quisiera saber”, frase que irritaba sobremanera a los Barnacles. Uno de ellos coincide con Arthur en la casa de un amigo común y hablando con otro invitado de él dice lo siguiente:
¿Quién es ese tipo?
Un amigo del anfitrión. Mío no.
¿Sabía que es un fervoroso radical?, pregunto el joven Barnacle.
¿Ah, sí? ¿Cómo lo sabe?
Verá, señor, el otro día empezó a acosar a los nuestros, fue espantoso. Se presentó en nuestra casa y acosó también a mi padre, hasta tal punto que hubo que echarlo. Volvió a nuestro departamento y me acosó a mí. Es todo un caso, se lo aseguro.
¿Y qué quería?
Verá, señor,-respondió el joven Barnacle- ¡Dijo que quería saber! Invadió nuestro departamento sin cita previa.¡Y dijo que quería saber!.
Tras ir y venir por el Negociado de Circunloquios dio con un Barnacle razonable con el trabó cierto grado de confianza. Éste ya casi al final de la historia se sincera con Arthur y le confiesa que el verdadero fin del negociado es conseguir que no los molesten. Algo parecido a lo que pensaba su jefe, el Sr.Tite Barnacle, para quien el departamento que dirigía “era una maquinaría consistente en un galimatías político y diplomático, destinado a prestar ayuda a los poderosos para mantener alejados a los menesterosos”. Ferdinand, que así se llamaba el joven Barnacle con el que consigue conectar el protagonista de la novela, le advierte de las desgraciadas consecuencias a las que se enfrentan las personas que insisten en molestarles. Nadie podía sin grave riesgo destapar que el Negociado del Circunloquio era pura fachada, que servía realmente para averiguar “cómo no hacer las cosas”. Según Ferdinand Barnacle, “las fachadas son necesarias, a todos nos gustan las fachadas, no podríamos vivir sin ellas. Un poco de fachada, un camino trillado, y todo marcha de maravilla si no se molesta a nadie”.
Mientras me deleitaba con la lectura de “la Pequeña Dorrit”, sobre todo con los pasajes en los que se refiere al Negociado de Circulonquios, no podía dejar de sentirme identificado con Arthur Clennam. A mi mente retornaban los recuerdos de las peripecias por los despachos del ayuntamiento ceutí. Las numerosas ocasiones, sobre todo al principio de nuestra andadura, que nos encontramos con  gestos y expresiones poco agradables de políticos y empleados municipales cuando decíamos “Quisiera saber…”. Nos consta también que muchos nos consideran unos entremetidos “radicales”, empeñados en obtener información sobre asuntos que interesa que queden ocultos a la opinión pública. Que se lo digan sino a los técnicos que trabajaron con nosotros en el observatorio de la sostenibilidad cuando metían los dedos para obtener información sobre temas como las pérdidas en la red de agua potable o el destino final de los envases que se depositaban en los contenedores de reciclaje. Sin aún le queda duda sobre la semejanzas entre el Negocio de Circunloquios dickesiano y la administración ceutí, que hablen con nuestra compañera Samira, encargada de seguir el rastro de algunos expedientes.  Ella les podrá hablar con detalle de RCs, de documentos y  de escritos que van y vienen de un departamento a otro sin resolver o  que se quedan olvidados en un cajón.
Igualmente nos acordamos de los escritos que durante estos años hemos remitido a la Ciudad sin obtener respuesta o cuando se nos ha contestado con una respuesta que nada tenía ver con la pregunta que formulábamos.
Cierto es que también hemos dado con barnacles comprensivos, dispuestos a colaborar con nosotros, a pesar del riesgo que corrían. Ya que, como cuenta Dickens, “el negociado de Circunloquios se abalanza sobre cualquier funcionario mal aconsejado que pretendiera hacer algo o que, por algún pasmoso accidente, estuviera en remoto peligro de hacer algo; y con un escrito, un memorándum y una circular terminaba con él”.
Sentimos comunicarles a los responsables del Negociado de Circunloquios ceutí que vamos a seguir molestándoles, por mucho que les incomode. Hace tiempo que tenemos asumidas las consecuencias de enfrentarnos a los Barnacles de turno y estamos dispuestos a correr los riesgos que conlleva desvelar que todo es pura fachada. Que su verdadero fin es ayudar a los poderosos y que por mucho que insistan esto no es una democracia sino una plutocracia enmascarada.
Sirva este artículo como un modesto homenaje a Charles Dickens en su bicentenario. Esperamos haberles animado a la lectura de “La Pequeña Dorrit”. Si lo hacen puedo asegurarles que su visión de la burocracia cambiará. Nosotros, desde entonces, vemos Barnacles por todos lados.

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