El medinaceli

Mi amigo Said me decía por teléfono que no, que no podían llevarse al Medinaceli de la barriada, que la gente del Príncipe lo quería “como un vecino”. Agobiado confesaba que, de no volver el Señor de Ceuta a su barrio, sus gentes se sentirían huérfanos, abandonados. Por más que le insistí en que eso no iba a ocurrir, que era una decisión temporal y que no se fiara de las habladurías, fue complicado hacerle creer lo contrario. Movido por la presión, ayer fue el propio obispo el que, con la autoridad que representa, quiso dejar claro que el Medinaceli regresará al barrio. Habrá esperado que, con su palabra, ya no haya más valoraciones erráticas.  
Fíjense que más allá de las generalizaciones equivocadas, toda esta polémica ha servido para conocer el pensamiento de la barriada, la querencia que sus vecinos tienen por el Cristo y cómo se expresaban en el reportaje que ayer publicaba mi compañera Paloma López. Hay pocas tradiciones marcadas por un sentimiento tan especial como el del traslado. Para los vecinos de la barriada, tener cerca al ‘Señor de Ceuta’ les hace ser protagonistas, les convierte en un barrio especial, distinto... quizá por eso lamentaban que fuera cierto lo que los chismes y las redes sociales estaban convirtiendo en algo veraz. Tras el abandono gradual que ha ido sufriendo la barriada, tras la marcha de entidades de peso y de fuerzas de seguridad, tras el cierre echado a las instalaciones que éstas ocupaban, el Príncipe se vio sumido en una dejación absoluta, en un caos que terminó transformando sus calles y alimentó el asentamiento de grupos que encontraban en ese desorden la cobertura necesaria para vivir al margen de la ley.
Que el Señor de Ceuta no regrese al barrio supondría simbolizar el adiós a un núcleo poblacional que no se merece tantas y tantas cosas que sufre. Por esa sensación, el obispo optó por zanjar la polémica comprometiéndose a que el Cristo regrese a su Casa. Ya saben, la palabra de un obispo todavía tiene su validez, tanta como para que los vecinos de bien de la barriada sepan que volverá su gran vecino, con todos los honores, retomando lo cotidiano, lo normal, en un núcleo poblacional castigado por decisiones políticas incongruentes, por experimentos policiales con gaseosa que luego explotan en atestados maquillados para tapar las vergüenzas de las medallas pretendidas y perdidas, por desprecios que deben tener un punto y final.