Ustedes traen a mi altar pan indigno, y preguntan todavía: ¿En qué te ofendemos? Ustedes me ofenden cuando piensan que mi altar puede ser despreciado y que no hay nada malo en ofrecerme animales ciegos, cojos o enfermos. ¡Vayan, pues, y llévenselos a sus gobernantes! ¡Vean si ellos les aceptan con gusto el regalo! (Libro de Malaquías 1:7-8)
Quisiera proponerles una visita a nuestro querido Medinaceli, arrinconado en su nueva sede catedralicia, depositado sobre el primer tablero con patas encontrado en sus almacenes, y tapado por un ligero mantel damasco. No busquen, que ya no hay nada más. Impuesto por nuestro señor obispo, el Señor de Ceuta con su divina Madre, descansan en un abyecto altar improvisado, donde su “simpleza” y carestía, llegan a tener un carácter insultante. Pero eso sí, muy acorde con la corriente “neoiconoclasta”, que nació en el monte e inunda todos los valles de nuestra ciudad. Para rematar el esperpento, delante aparece un presbiterio que simula una especie de “tablado flamenco”, para bailar los “sieses” supongo, o lo que es más probable, algunos grupos punkis, que podrían haberlo tenido fácilmente a su alcance.
Hay que tener valor para mirarle ahora a la cara, para rezar al Señor de Ceuta en el nuevo pretorio romano, preparado para llevar la pesada cruz de nuestros desprecios, esperando para ser, por nuestra indiferencia, de nuevo crucificado, para morir otra vez en la cruz por nuestros noveles pecados. El Medinaceli está más maniatado, coronado de espinas, y flagelado que nunca. Está esperándonos, en su oscuro calabozo catedralicio, al igual que tantos otros presos condenados por la injusticia, que esperan la visita de su abogado. Como tantos miles de prisioneros de la historia, nuestro Cristo aguarda de nuevo el momento en el cual se abran las puertas de su cárcel para ir al patíbulo de nuestra misericordia, para ir al cadalso de nuestra caridad. ¿Quién tiene el valor de contemplar a nuestro Cristo abandonado? ¿Quién se atreve ahora a defenderlo? Entre todos hemos vuelto a escribir su “peculiar” Evangelio, con todos los recorridos de su pasión. En su cuerpo viajero están descritos, a través de las huellas, a través de las heridas, a través de los escupitajos, a través de los golpes, a través de la sangre, todos los tristes momentos que, en el pasado más reciente, le han acontecido. Por nuestra mente pueden pasar como un relámpago las últimas situaciones que ha tenido que atravesar. Hagamos aún más nuestra la imagen del Señor de Ceuta al presenciar el último Calvario de su desventura. ¿Cuántos desprecios ha sufrido en los últimos tiempos? ¿Cuántas amarguras? ¿Cuántas veces ha sido “prendido” por los tribunales eclesiásticos? ¿Cuántas nuevas burlas ha padecido en tan poco tiempo su divina figura?
Si repasamos lo ocurrido en estos últimos meses, hemos vuelto a reproducir todo lo narrado en los Evangelios. No ha faltado ni un solo detalle. ¿Cuántas veces lo hemos golpeado en sus continuas mudanzas? ¿Cuántas veces lo hemos flagelado con el látigo de nuestra inquina iconoclasta? ¿Cuántas veces le hemos coronado con las espinas de nuestros desprecios? ¿Cuántas veces lo hemos subido a empujones a su nuevo calvario, en sus continuos y absurdos viajes “turísticos” por nuestra ciudad? ¿Cuántas veces lo hemos utilizado como “instrumento” para nuestros fines personales? ¿Cuántos dolores morales, humillaciones, y vejaciones innecesarias? Y lo peor de todo, ¿cuántas veces lo hemos traicionado como su discípulo Judas? Por no faltar en su nueva pasión catedralicia, no solo ha tenido un “Judas traidor”, sino también un nuevo “Pilatos romano”, que otra vez, se ha lavado sus manos ante su indefensión. El deán de la Catedral, el padre José Manuel González, como el “discípulo errado” asumía públicamente su “torpeza” en el árbol del ahorcado crecido en el “campo de la sangre”. Pero la torpeza manifiesta no es un defecto que algunos se puedan permitir. Y lo más grave, el supuesto “tráfico de influencias” en el seno de la Iglesia cuando admitía que “permitió la grabación porque una persona a la que conoce, de confianza, le pidió el favor”. Judas Iscariote también era hombre de confianza de Caifás, y utilizando su influencia como sumo sacerdote del Sanedrín, le pidió el “favor” de traicionar a Jesús. Solo espero, que en esta nueva “pasión”, no haya habido 30 monedas de plata. Parece que, incluso dentro de la curia, algunas personas pueden llegar a tener un “precio”, término que no siempre se circunscribe al ámbito económico. Hay otros aspectos en la vida incluso más execrables que el dinero. Por qué si a la fe se le pone algún tipo de “precio”, entonces nuestras creencias poco valor tienen. Nada en la Iglesia puede llegar a ser más peligroso, que ser portador, al mismo tiempo, de la improvisada ignorancia, y de la torpeza más concienzuda. El deán añadió en su defensa: “Pero me olvidé del tema y ni siquiera he visto el vídeo”. Pilatos también se olvido del “tema” de Jesús cuando se lavo sus manos impregnadas de sangre inocente, y tampoco fue testigo ocular de su crucifixión y muerte.
Es una pena que el padre José Manuel, el director espiritual de la cofradía del Medinaceli, también utilizara anteriormente su “tráfico de influencias”, esta vez en sentido negativo, para “impedir” la aprobación de la propuesta realizada por algunos miembros de su Junta de Gobierno de realizar un sencillo e inocente Vía Crucis infantil con una imagen de Jesús Cautivo, de pequeño tamaño, portado por los más jóvenes, desde la casa de hermandad y por los hermosos Jardines de la Argentina. Es lamentable que el deán, siguiendo las directrices “iconoclastas” iniciadas por algunos compañeros de la curia, haya impedido de nuevo, como antes hicieron los discípulos, que los niños se acerquen a él. Por su injustificable negativa, la hermandad perdió una gran oportunidad de llevar los niños a Jesús, con esas actividades pastorales que tanto necesitan nuestros pequeños en las cofradías. Para que los punkis bailen como si fueran los “seises” en la catedral: “puertas abiertas”, para los niños porten en parihuela a Jesús en la casa de hermandad; “puertas cerradas”. Sin duda, un nuevo episodio que hace más eterna y certera la famosa frase de Cervantes, sacada del “evangelio apócrifo” del Quijote; “con la Iglesia hemos topado”. Si no denunciamos públicamente las injusticias, acabaremos formando parte de ellas.
Ahora todo eso, nuestro Señor lo tiene todo escrito en su cuerpo, lo tiene grabado en su carne, lo tiene impregnado en su alma. A veces los dolores morales son mucho más intensos, mucho más agudos que los dolores físicos, y os hablo con conocimiento de causa. Algunos parece que han perdido el sentido de lo que es la carencia de todo respeto, de todo espanto, la carencia de todo límite, de toda decencia, de toda impunidad.
En su actual estado de vulnerabilidad manifiesta, ¿cuántas obscenidades, cuántas groserías, cuántas vejaciones habrá escuchado Jesús en su sórdido altar catedralicio? Como las últimas grabadas en su presencia de esos bailes punki-góticos realizados a escasos metros de su desvalido altar. ¡Qué espectador más sufrido ha sido triste testigo de ese número musical punki, eterno debate entre el bien y el mal! No condeno a esos muchachos, por qué como dijo Jesús, “Padre, perdónalos por qué no saben lo que hacen” (Lc 23;34). Pero quien les abrió la puerta, si sabía lo que hacía; era conocedor que allí estaba el Señor de Ceuta, y Jesús Sacramentado, ese de cuya boca jamás salió palabra hiriente, ese que sufrió toda una serie de insultos y vejaciones. ¿Debe nuestro Señor ser testigo privilegiado de una serie de representaciones teatrales en la casa de Dios? Y todo por las zoncerías de algunos y la prepotencia de otros, que no le permiten estar donde debe, en la capilla de su casa de hermandad, cuidado por los que lo quieren, sus hermanos. ¿Debe coger de nuevo Jesús el látigo y expulsar a todos los que, por acción o por omisión, han vuelto, de alguna manera, a “profanar” su templo? ¿Debe ser él, con sus manos ensangrentadas por nuestros pecados, quien expulse al deán catedralicio por su insoslayable error? ¿O debe esperar que actúe como “juez” incorruptible nuestro obispo? No tema por su ilustre cargo padre José Manuel, después de todo esto, lo tiene sin duda asegurado. Puede seguir presumiendo entre sus conocidos, como lo estaba haciendo hasta ahora, de su continuidad en Ceuta. El obispo, como le dijo recientemente, “por ahora” no va a mover su ficha. En el fondo le estoy haciendo un favor, pues basta que yo insinúe o pida algo, para que nuestro obispo haga justamente todo lo contrario. Actitud definida en psicología humana, como el término de “reactancia”, que aparece como resultado de la reducción percibida por nuestro obispo en su libertad de acción y elección, lo que provoca un estado emocional de “estrategia de contrafuerza”.
¿Cuántos dolores habrá sentido de nuevo Jesús al verse abandonado por los suyos? ¿Dónde está su Junta de Gobierno? ¿Por qué no solicitan un cambio de sede canónica bajo el amparo del derecho que los asiste? ¿Dónde están todos los que con “prudencia” lo seguían a todas partes? ¿Dónde están sus nuevos discípulos cofrades, que por cobardía, ante la prepotencia de los nuevos gobernadores romanos lo han abandonado en su triste destino? ¿Dónde están, ahora los hermanos que antes juraron su devoción y respeto ante su libro de reglas? ¿Quién llora ahora por el Maestro, que no sólo es olvidado, abandonado, y condenado sino de nuevo traicionado por nuestra desidia?
Traicionado por los suyos, ignorado, injuriado, calumniado. ¡Qué doloroso es ver que lo abandonan sus discípulos cofrades! ¡Qué difícil resulta consentir las nuevas burlas soeces de los noveles fariseos, vestidos ahora con indumentarias punki góticas, de esos componentes del grupo que aparecen en el video “rezando” en los bancos de la Catedral! ¡Qué duros han sido ahora los golpes, malos tratos, y despojos de la “incuria” de la curia romana! ¡Qué heridas más profundas le causan en el alma la tristeza, el tedio, el miedo, la inquina y las vejaciones de nuestra vil naturaleza humana!
Miremos ahora su corona de espinas, la cara abofeteada y escupida por la soberbia de algunos, y el cuerpo lleno de heridas. ¡Y todo, por nuestra felonía! Vayamos ante su mugriento y angosto altar y preguntémosle: ¿Qué puedo hacer ahora por ti, mi Señor? ¿Qué puede hacer el pueblo de Ceuta por el divino Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, ante el cual toda la Iglesia debería arrodillarse, y ante el cual muchos han pasado por encima del sacro respeto y le han ofendido por activa o por pasiva?
Y ¿qué hay detrás de su recóndito altar catedralicio? Deberíamos ir a verlo, y contemplar su entorno. ¿Qué sentimiento humano surgiría en nosotros al ver su altar desvalido, al alcance de cualquier bandido que pueda de nuevo alzarle la mano? Quizá nos podría conmover si pudiéramos ver las heridas de su torso flagelado por la soledad que ahora inunda su alma curtida por el desprecio y el desamparo.
¿Quién puso “precio” a tu talla?
¿Quién te dejó en ese altar?
¿Quién puso “tarifa” a tu fe?
¿Quién ahora te avasalla?
Pues te puedo asegurar,
corazón que en mi pecho estalla,
que ese sibilino y lóbrego ser,
ateo, religioso o seglar,
nunca puedo nacer y crecer,
bajo tu inmenso cielo caballa.
Nuestro Jesús Cautivo está sufriendo el suplicio interior de la soledad y la incomprensión por parte de los representantes de la diócesis. ¿Qué capacidad tengo yo para aliviar a Cristo en su soledad y en su abandono? ¿Qué puede hacer el pueblo de Ceuta ante este acumulo de despropósitos? De poco sirve nuestro espanto frente a la falta de coraje de su Junta de Gobierno. De nada vale nuestro quebranto ante la desidia de las autoridades eclesiásticas, que lo han vuelto a dejar solo, que lo han abandonado en su triste destino. ¿Qué pueden hacer sus fieles devotos? Podríamos luchar para que Cristo dejara ese calabozo de soledad y abandono catedralicio, y volviese a su casa de hermandad. ¿Se sentiría acompañado? ¿Se sentiría comprendido? Estoy convencido de ello, pero sobre todo, estaría cuidado y protegido por sus hermanos en su capilla con un altar digno de su intensa devoción popular. ¿Tenemos los devotos la fuerza interior suficiente para luchar contra las injusticias y las incomprensiones que algunos representantes de Ia Iglesia, a veces imponen con su voluntad en nuestras vidas? ¿Tenemos miedo de esos que, en vez de acercarnos a Dios, con estas extrañas actitudes, nos alejan?
Creo que debemos ser, ante la intolerancia de la diócesis, testigos activos y comprometidos con la triste situación de nuestro Señor de Ceuta, convencidos de nuestra capacidad de cambiar su entorno desfavorable. No perdamos la esperanza, debemos confiar en la fuerza de voluntad que Dios otorgo al único ser que creó a su imagen y semejanza. Los cristianos, muchas veces, no somos conscientes del inmenso tesoro que nos dejo Cristo. Decía Albert Einstein: “Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad”. Cuando la voluntad es activada y potenciada por la fe, no hay ejército terrenal que la detenga. Ayudemos con nuestra voluntad cristiana a este Señor nuestro que tanto ha sufrido y está sufriendo por nosotros, demostrémosle que nosotros también podemos sufrir por Él.
Por si algunos “doctores de la Iglesia” lo han olvidado, les recuerdo un clásico pasaje del Deuteronomio, referente a la dignidad del altar a Dios en el templo. «Cuando crucen el Jordán, levantarán esas piedras en el monte Ebal y las revocarán de cal. Allí construirás un altar al Señor, tu Dios, un altar de piedras no labradas a hierro: un altar de piedras enteras construirás al Señor, tu Dios; ofrecerás sobre él holocaustos al Señor, tu Dios: ofrecerás sacrificios de comunión y allí los comerás haciendo fiesta ante el Señor, tu Dios: y escribirás sobre las piedras, grabándolos bien, todos los artículos de esta ley».
Solo espero que el próximo video que se suba a la red de YouTube sea grabado por las cámaras de las televisiones caballas en la bendición del oratorio de la casa de hermandad por nuestro señor obispo, y presidido por la divina imagen del Medinaceli desde el mejor de los altares. En este acto de remoción, nuestro Señor de Ceuta actuará como inocente REO “liberado” de su prisión catedralicia, como JUEZ misericordioso de nuestros inconfesables pecados, y como TESTIGO incorruptible de nuestro infinito arrepentimiento.