El martirio de Asia

No, no me refiero al continente asiático, sino a los sufrimientos que está padeciendo aquella trabajadora agrícola y madre cristiana pakistaní, encarcelada y condenada a muerte a consecuencia de una denuncia por supuesta blasfemia contra la religión oficial del país. Hace algunos días, un afable conocido me comentó que en su tertulia se preguntaban por qué razón ya no escribía sobre ella, cuando en reiteradas ocasiones había puesto todo mi interés en defenderla.  Tal planteamiento me obliga –no sin cierta prevención- a tratar de explicar mi criterio al respecto.
Creo sinceramente que, por desgracia, cuántos más esfuerzos, declaraciones o manifestaciones tengan lugar en Occidente en pro de su libertad, peor será la situación de Asia Bibi. Porque los llamamientos que se han llevado a cabo por personalidades tan significadas como el propio Papa Benedicto XVI y algunos Presidentes de poderosas naciones, así como los movimientos colectivos a favor de que sea liberada –hace unos días hubo otra manifestación en Italia- no han hecho más que excitar la cólera del radicalismo islamista, empeñado ahora en que no haya salvación para la cautiva. Hasta tal punto se ha llegado en dicha postura, que en el Punjab –a una de cuyas cárceles fue trasladada Asia Bibi con la idea de alejarla de las iras de algunos de sus paisanos- ha sido asesinado el Gobernador de la provincia por su propio escolta, simplemente porque aquel buen hombre la visitó en la cárcel e hizo posteriormente declaraciones en su favor.
Según dicen las noticias de agencia, Asia Bibi ha sido recluida recientemente en una celda de aislamiento para evitar que pueda ser asesinada por otras prisioneras, y ella misma ha de hacerse la comida con productos que directamente le entrega la dirección de la cárcel, eludiendo así la eventualidad de que sea envenenada. Todo ello en espera de que se dicte sentencia respecto de la apelación presentada contra la del tribunal que la condenó a la horca. Mientras tanto, los exaltados presionan a jueces y a autoridades con la finalidad de lograr que no haya ninguna resolución favorable para la cristiana. Quieren, lisa y llanamente, que sea ejecutada, dando así, de paso, una dura lección a  cuantos la defienden. Hace tan solo unos días –el 30 de enero- han salido en manifestación a las calles de Lahore unos 40.000 pakistaníes, contrarios a la abolición de su ley de blasfemia y a una posible absolución o, en su caso, indulto de Asia Bibi. Quemaron cruces, fotos del Papa y también de uno de los ministros de aquel país, católico y convencido de que ella es inocente. Lo peor es que frente a la intolerancia y al fanatismo no caben razonamientos de ningún tipo.
Por todo ello considero como la postura más prudente el limitar al máximo posible las declaraciones y las concentraciones públicas, encauzando las actuaciones en favor de tan ejemplar cristiana a gestiones directas y discretas con las autoridades de Pakistán, en busca del mejor desenlace para una situación cada vez más complicada.
Lo demás, lamentablemente, solo sirve, a mi juicio y visto lo visto, para acrecentar la ira de los radicalizados partidarios de prolongar el martirio de Asia hasta sus últimas y fatales consecuencias. Porque el término “martirio”, según indica el diccionario de la Real Academia de la Lengua precisamente en su primera acepción, no puede ser más apropiado al caso: “muerte o sufrimientos padecidos por causa de la religión cristiana”.
Digo todo lo anterior en aclaración de mis silencios, los cuales no deberán interpretarse nunca como un olvido de la causa de Asia Bibi, a la que deseo de corazón que pronto pueda emprender una nueva vida, con su esposo y sus hijos, allá donde no les llegue el odio de sus enemigos. Cuando sea oportuno, volveré a escribir sobre ella.