Me levanté justo cuando el sol salía. Vi con mucha alegría los primeros rayos; me vino a la cabeza unos ensayos de un buen amigo, que me decía: “Esa energía que desprende nuestro planeta caliente, nos reparte unas esencias: la sabiduría de que ya no pasaremos más frío; el tener luz para iluminar nuestro camino; ver más claro nuestro destino; sentirnos felices por ver un nuevo día”.
Despertar a las tinieblas, no tener más miedo a esas sombras, dejar de un lado el mal del otro lado del día. Ser una oveja en el prado, viendo toda la comida del mundo, paciendo en las más frescas y verdes praderas. Ser feliz como un niño que desea su biberón. Escuchar la batidora y salir la saliva autoestimulada por nuestros recuerdos del día pasado donde vimos a mamá haciendo esa comidita que tanto nos gusta. Y es que hemos sido niños y quién dice que no seguimos siéndolos. Yo solo pienso en todo lo vivido y lo que me queda guerrear. Camino por la playa y veo ese resplandor del color del fuego.
Esta reflejado en la mar. Y es cuando me da envidia y digo en voz alta: “que hasta la naturaleza se rinde a esta salada fortaleza que cubre más parte que nuestro querido suelo”. Y es la tierra un paraje singular. Donde hay una vida donde siempre hemos estado. Estamos contentos de vivir en este lugar llamado Tierra; imagínate la repercusión que podría tener con los que teóricamente son más avanzados que nosotros. Aquí quería llegar.
¿Seremos un estudio de alguna civilización que está por ahí oteandonos desde la distancia? ¿O podemos estar tranquilos de que en el universo solo estamos nosotros?. De momento quiero tranquilizar a todos diciendo que somos los más inteligentes y que estamos en el pico superior de la evaluación.