Luz verde a los planes de empleo. Ése era el titular elegido esta semana para anunciar que sí, que habrá planes, que habrá listas y que habrá trabajo para las 1.200 personas elegidas. Hoy por hoy conseguir un empleo aunque sea unos meses se ha convertido en el maná pedido por todos. La crisis que nunca iba a llegar se mete en las casas desestabilizando hogares y haciendo que quien nunca imaginaba esperar cola para pedir garbanzos y leche lo tenga que hacer. La falta de dinero, la ausencia de trabajo termina dando pie a otros dramas: el de las familias rotas, el de la exclusión social, ese término que tanto gusta usar a la clase política. Ahora nos anuncian que sí, que habrá listas y una ya espera, tan sólo, que ese anuncio sea real, no uno más de los que sirven para rellenar páginas sin que luego sea lo que nos prometieron. Pero esta vez nos dicen que sí, que hay dinero para sacar adelante estos programas. Y saldrán, dicen, aunque lo harán con las mismas carencias que llevan arrastrando desde su creación. Son meros parcheos, una forma de contratar unos meses a determinadas personas para luego no avanzar en el espíritu sobre el que tendrían que haberse sustentado: la formación, garante de un empleo a posteriori.
Las listas se han convertido en una forma de enchufismo revertido de legalidad. Los círculos del poder se asoman para intentar meter a los suyos, saltan las alertas en las entidades sindicales, en los partidos, en las barriadas... convertidos en pequeños grupos de poder. Todos alzan la voz para captar la voluntad en forma de empleo, buscando unos beneficios particulares nada cercanos al único fin que debería perseguir un plan de empleo: formar al seleccionado.
¿Cuántos años llevamos con estos planes?, ¿si las cosas se hubieran hecho bien... cuántas personas tendrían hoy una formación y podían trabajar en sectores que hoy se inyectan de mano de obra peninsular? Estas son preguntas tontas de domingo, de ésas que se hace una porque sí, sabiendo que no existen sorpresas porque el empleo y la potestad de darlo se ha usado siempre con tintes políticos por parte de todos los partidos. ¿Ven cómo la goza ese político que vende a la población eso de que él da de comer al hambriento? Al poderoso le gusta creerse un mini Dios, pero claro, con el dinero de todos. El maná caído del cielo ha llegado al mundo de los mortales capaces de enturbiar hasta lo más puro. Así somos.